Gerardo Pedraza y su pareja Camila Salazar, tienen hoy un único punto de venta. Después de estar en diferentes lugares y tras un exitoso e intenso año, se encuentran enfocados en su tienda de Lastarria, la que esperan se convierta en un ícono del barrio. “Queremos armar algo que sea reconocido por lo lindo que es y no por lo grande que es”, asegura su fundador.

Green Box, el producto estrella con seis variedades de una misma especie. Crédito de foto: Vive Vivero.

Primero fue un cajón con seis plantas, después un triciclo itinerante y luego un crecimiento exponencial e inesperado que los llevó a todas las Plazas de Bolsillo, al Persa Víctor Manuel, al Lollapalooza y al casino La Triana.

Fue tal el despegue de Vive Vivero, que en tres años se convirtió en un referente en la venta de plantas de interior. Éxito orgánico no planificado, que es herencia de algo tan simple como poderoso: el amor que tiene Gerardo por las plantas y su convicción absoluta de que el futuro es verde.

“Decidí dedicar toda mi vida a esto”, nos dice entusiasmado, mientras conversamos en la banca que se ubica frente a su local, en la galería interior de calle Merced 349. Su lugar soñado donde decidió “echar raíces” y que tiene como gran escenario un patio lleno de especies, donde destaca una gigantesca flor del pájaro negra de cuarenta años.

Demás está decir que conoce su nombre científico Strelitzia Reginae y el de las decenas de variedades que se pueden encontrar en su jungla tienda, a la que por fin puede dedicarle el tiempo y conexión que había perdido por el estrés de los últimos meses.

“Abrimos esta tienda post estallido social y no lo podíamos creer. El año 2019 fue un éxito total, con 15 mil plantas vendidas. Y el comienzo de este año, también -con las ventas del 14 de febrero, las Green box y la colaboración con el programa Te Quiero Verde- pero llegó el COVID y pensamos que nos íbamos a quiebra, que perderíamos todo porque no íbamos a poder tener nuestro punto de venta físico, a lo que se sumó que nos estafaron con la página web por lo que no teníamos acceso a un e-commerce. Pero pasó lo contrario, se generó una demanda tremenda con la pandemia y tuvimos que transformar la Plaza de Bolsillo de Padre Mariano en un improvisado centro de logística”, recuerda sobre la explosión de ventas que trajo el encierro.

Sin embargo, lo que fue una buena noticia en un comienzo, se transformó en una operación para la que no estaban preparados. “No contábamos con la expertiz, ni con el stock, sólo con las puras ganas de trabajar. Pasamos de ser un equipo de 5 a 15 personas, que se encargaba de la venta, post venta, despacho, armado, retiro y reposición, de lunes a lunes de 10 a 10, entonces nos vimos sumergidos en esto, con 100 y hasta mil ventas diarias (para el Día de la Madre). Era lo que todos querían, pero que no teníamos nada para poder hacerlo, así que tuvimos que inventar un protocolo para vender por Instagram (con todo el desorden y falta de control que implica eso), y aún así lo sacamos a flote”, agrega.

Sin embargo, luego vino otro inconveniente: el mercado colapsó con el aumento de nuevos emprendimientos informales que se dedicaron al rubro tras el retiro del 10% de los fondos de pensiones y los proveedores no dieron a basto. En ese contexto, dieron un paso más y arrendaron un galpón en Recoleta que había pertenecido a una fábrica de puertas. Lo limpiaron y en tiempo récord lo transformaron en un vivero, pero el costo del espacio llevó a Gerardo a un “panorama desesperanzador, seguía trabajando de lunes a lunes, de 10 a 10, pero no ganando ni uno, aunque pagando todo. Trabajaba porque me tocaba trabajar, estaba de esclavo de mi mismo, y mi pareja me hizo ver que este estrés, no me estaba haciendo feliz… entonces ahí le dije a mi socio, que quería volver al comienzo”. A un ritmo que le permitiera disfrutar de su hijo, y de poder atender personalmente a sus clientes.

¿Dónde parte la historia de Vive Vivero?
Yo nací en Santiago, pero viví muchos años en la comuna de Padre de Las Casas, cerca de Temuco. Mi familia tenía un vivero, que abastecía de plantines de todo tipo a la Universidad de La Frontera (UFRO) y también al Ministerio de Obras Públicas (MOP). Yo viví en ese vivero, entonces de ahí viene el nombre.

El año 2015 vine a probar suerte a Santiago y me encontré con una ciudad súper revolucionada en varios aspectos, pero que no tenía locales de plantas. Trabajé un tiempo en la agencia de publicidad de un amigo, donde aprendí cómo llevar las redes sociales, y luego me puse a vender ropa en la calle. Compré unas jardineras y guayaberas para vender y me di cuenta que nadie vendía plantas. Fue ahí cuando dije, ¿y qué pasa si transmuto esta idea del sur y me la traigo para acá?

Se ubicó entre medio del comercio ambulante en Lastarria, frente al cine El Biógrafo, y allí conoció a Camila Salazar, su pareja y con quien tiene un hijo. “El primer día que llegué con mi cajón de tomates, muy humilde con mis seis plantitas, se puso al lado mío una chica a vender empanadas. Allí nos conocimos, pero no nos volvimos a ver hasta tiempo después. En el intertanto, me llevaron detenido a la primera comisaría, me quitaron todas las plantas y me quedé con 30 lucas, nada más. Las invertí en un triciclo, para poder seguir vendiendo plantas en cualquier parte. Y el día que lo traigo a Lastarria me reencuentro con Camila. Su papá es profesor de arte, pero antiguamente vendía cloro en un triciclo, así que le hizo un click nos sonreímos y nos dimos un abrazo muy grande, y así empezó nuestra relación”.

Relación también comercial, ya que con ella creó Vive Vivero como empresa, desde donde han conectado con diferentes emprendimientos creando una red colaborativa y educativa en torno al mundo botánico (De hecho desde Amo Santiago fuimos los primeros en sumarnos a su campaña para recuperar el invernadero de la Quinta Normal).

¿La gente necesita plantas?

Uno con las plantas liga su historia o personajes de su historia, tu jardín es la construcción de la gente que te rodeó en tu infancia, en tu adolescencia, que te lleva a la historia de qué planta tuvo mi abuela, o mi tía. Las plantas están conectadas a recuerdos. Y sí, siempre va a haber alguien que quiera comprar o adoptar una planta, porque va a querer verde en su casa. He tenido clientes que son niños de 15 años, que saben de suculentas, entonces en el futuro, ellos van a querer todo verde, la arquitectura, las casas, las instituciones, van a querer meter plantas en todas partes.

Después de este ir y venir en este agitado año, ¿qué esperas de tu local en Lastarria? ¿cómo ves a Vive Vivero en el futuro?

Tenemos de vecinos a locales que son parte de la identidad del barrio, como el Berri, El Cid Campeador y el Bombón Oriental, y quiero que Vive Vivero se transforme también en un ícono, en parte de la identidad del barrio, y en donde venir acá, a esta galería, sea un también panorama, para ver una obra de teatro en el Ictus, una exposición en la galería Eko y comprar insumos en Arte Nostro.

Queremos dejar de ser gran empresa y llevarlo a algo más familiar, más humano. Hace tiempo que no venía acá a trabajar acá, y ver el público, contarle de la historia de las plantas, hablar de sustratos… esa conexión que no se puede dar por instagram, es imposible generar una conexión. Así que estoy feliz por dejar ese peso. Ahora trabajo con mi suegro, él pone jazz, puede estar el guanaco afuera, pero nosotros seguimos acá, ligados a las plantas.

 

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