El Palacio Larraín y José Antonio Ilianovich son uno solo. La vida los juntó hace 10 años, cuando él de apenas 18 llegó a lo que ese entonces era un conventillo. La bodega en donde en esa época se guardaban cachureos y se colgaba ropa de lado a lado de un cordel, hoy es el recuperado salón principal de la mansión, habitación de José Antonio y escenario de tertulias y tours patrimoniales que buscan rescatar la historia del inmueble.

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El edificio neoclásico de tres pisos, cúpula y mansarda, que ocupa la esquina de calle Moneda y Cienfuegos, fue mandado a construir por Francisco Larraín Alcalde en 1911. Se levantó en dos años y se convirtió en uno de los íconos de la belle epoque, siendo conocido como El Titanic por sus grandes dimensiones (85 habitaciones y 14 baños para decir algo).

El arquitecto de tan magnífica construcción fue Gustavo Monckeberg, también autor del Colegio Patrocinio San José y mansiones familiares en calle Dieciocho y las avenidas España y República.

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“Se trajo todo eso en barco desde Francia, y de ahí en mulas desde Valparaíso a Santiago. Traerlo hasta el confín del mundo tuvo un esfuerzo incalculable, y esto es lo que visioné  hace 10 años, que llegaría el momento en que la ciudad de Santiago pudiese valorar su patrimonio”, recalca José Antonio, administrador del recinto, sobre el que dice es su obra más preciada.

Y es que en esta última década, este licenciado en historia, se ha empecinado en recuperar el brillo de antaño, realizando un trabajo minucioso, lento y en solitario que ha hecho relucir el ala poniente de la casona en donde se puede ver una ambientación realista de cómo se vivía cien años atrás. Desde la cama y sus terciopelos, hasta las molduras doradas y el papel mural, han sido confeccionados, reparados e instalados por José Antonio que vibra y habla como un caballero del siglo pasado. Con dedicación ha reunido una colección de muebles, lámpara de lágrimas, adornos y hasta un piano que buscan, como reconoce él mismo, provocar un “viaje en el tiempo”.

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Una época de gloria

En la tesis de Olegario Díaz Escalante de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile (FAU, 1978) encontramos detalles de la construcción de adobe, con estructura de fierro y maderas y que cuya ornamentación está hecha en cal, arena y yeso. En la publicación se indica que los propietarios de este tipo de mansiones aspiraban a que sus casas fueran llamadas palacios. Y de hecho esta la merece, con todas sus letras.

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En su fachada neoclásica destacan relieves de flores y hojas de acanto y aún se puede leer las iniciales FL, que corresponden a las iniciales de la familia Larraín. De tres pisos, contaba con cinco accesos, cuatro por calle Moneda, y la cochera, que daba paso a las caballerizas, por calle Cienfuegos.

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De su época dorada, guarda sus escalinatas de mármol, sus mamparas de cristal biselado, sus pisos de parquet y las baldosas en cerámica gres del patio central, alrededor del cuál se ordena la casa y sus galerías superiores. En sus inicios, la planta baja era ocupada por los padres de la familia, el segundo piso por los hijos y el tercero por la servidumbre.

La casona cuenta además con una mansarda y un pequeño balcón e incluso un subterráneo, del cuál se perdió su entrada.

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La familia Larraín Mancheño, emparentada con los Larraín Zañartu que construyeron otro palacio de calle Compañía (el famoso edificio de El Mercurio, que hoy es la cáscara de un centro comercial), vivieron en el lugar hasta 1965.

De ahí en adelante, la gloria y glamour se fue perdiendo en el tiempo, pasando a ser espacio para bodegas, talleres de estudiantes, artistas y oficinas de médicos y sicólogos. Incluso funcionó entre sus habitaciones un taller de confección para el coro municipal de Santiago.

Sin embargo, sus años más difíciles fueron la década de los 80 y principios de los 90, cuando según reconoce José Antonio, se vivía hacinamiento y pobreza. “En el barrio en esa época se reían de quienes vivían acá”.

En recuperación

Hoy, el Palacio declarado Inmueble de Conservación Histórica, sigue siendo propiedad de  los descendientes de los Larraín y cumple con una función habitacional. “Este es uno de los últimos palacios de Santiago donde vive gente, esa es su mayor gracia. Todos los edificios patrimoniales que sobreviven están convertidos en sedes universitarias, casas culturales o museos, y este palacio es uno de los pocos donde aún su esencia, para lo cual fue creado, se mantiene viva, que es el habitad de personas”, dice orgulloso nuestro anfitrión, sobre las 60 personas que viven en la mansión.

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Existe un sector de “caballeros”, uno de estudiantes y otro, en la planta baja, donde viven familias de entre tres y cuatro integrantes que comparten amplios departamentos de 100 metros cuadrados (hay arrendatarios que han vivido felices los últimos 40 años y han visto crecer a sus hijos). También hay algunas habitaciones que funcionan como talleres de artistas, pero todos tienen en común el cuidar el lugar como si fuera una “familia, una pequeña vecindad”.

Se resguarda el tema de la calefacción (para evitar cualquier riesgo de incendio), y no están permitidos ni perforaciones ni colgar ropa por las ventanas, ya que existe una responsabilidad y un privilegio por vivir en el Palacio. Se vela por mantener limpia su fachada y cada viernes se encienden las luces de toda la casa, para brillar y destacar en la noche santiaguina.

José Antonio entrevista cuidadosamente a cada posible arrendatario y estudia cada proyecto que llega, sea cultural o incluso para eventos especiales (una vez se celebró el matrimonio de una bailarina de ballet). El fin mayor es resguardar la casa y su tranquilidad, en donde pareciera que las horas también transcurren a la velocidad de hace un siglo atrás.

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Su custodio prácticamente no se mueve del inmueble, dedicándose tiempo completo, todos los días del año, a la recuperación de los espacios.  Esto lo encontré como quien encuentra una veta de una piedra preciosa, un diamante en bruto. Me podría demorar la vida entera en recuperarlo, pero nadie me apura, sólo espero quedarme aquí siempre”, recalca esperando por un mecenas que haga realidad su sueño de ver al Palacio convertido en un lugar que combine su fin habitacional, con una cafetería y un museo.

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El que es su dormitorio y recibidor (siempre impecables), pueden admirarse dos veces al mes, cuando realizan un tour patrimonial y desde hace tres meses, cuando se llevan a cabo las tertulias que buscan traer de vuelta el encanto que vivió la casona con sus bailes y fiestas.

Podemos dar fe que esta ilusión, se logra. Porque con la decoración circundante, un intérprete de piano tocando a Chopin y un espectáculo sorpresa (similar a los de antaño) hacen que cualquiera respire ese aire de lentitud, de pasos calmos y tardes silenciosas en donde los dueños de casa admiraban el barrio desde sus ventanas.

  • Dónde: Moneda 1898
  • Cuándo: Participa de los tour y tertulias mensuales del Palacio.
  • Cuánto: La entrada tiene un valor de $5.000 y los fondos son destinados a recuperar el espacio (incluye copa de vino).
  • Más info en el Facebook/Palacio.Larraín

Revisa un video que resume parte de su recuperación

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