Nos sumergimos en la historia de este ícono santiaguino que espera su restauración. ¿Quién lo trajo a Chile? ¿Cuál fue su uso inicial antes de llegar al parque? ¿Qué lo mantiene en estado de abandono y cuál es su posible destino? Aquí te contamos todos los detalles. 

Retrato de Henry Meiggs. Colección de la Biblioteca Nacional de Chile.

Para contar la historia del invernadero de la Quinta Normal, primero hay que partir por Henry Meiggs (1811-1877). Nacido en Nueva York, se vino a Chile escapando de deudas y malos negocios y en la búsqueda de una nueva vida. Aquí la encontró primero en Chillán y luego en Santiago. Fue contratista del puente férreo sobre el río Maipo y luego se hizo cargo de terminar el tramo del ferrocarril de Maipo a San Fernando, obra con la cual alcanzó gran prestigio en el rubro de la construcción ferroviaria. En 1861, comenzó las obras del tren que uniría Quillota con Santiago, las que terminó en 1863, cuando pudo subir a la locomotora que recorrió por primera vez el trayecto completo entre Valparaíso y Santiago.

Con su fortuna pudo comprar varios sitios en la capital, entre ellos un gran terreno que iba desde la Alameda entre Avenida España y República a la altura donde hoy se ubica el conjunto Virginia Opazo, extendiéndose por el sur hasta Blanco Encalada. Esta era la llamada Quinta Meiggs, donde levantó una mansión de ladrillo y madera, toda una novedad para la época, que contaba con calefacción central, y que según la leyenda descansaba sobre rieles con un mecanismo que le permitía seguir el movimiento del sol. 

Fue en estos tiempos de abundancia cuando Meiggs encargó -posiblemente por catálogo y a una fundición en Francia- el invernadero que actualmente se ubica en la Quinta Normal. Esto, con el fin de poder cultivar, estudiar y exponer plantas que no se pudiesen conservar de otra manera con el clima santiaguino.

Óleo del pintor Ernesto Molina, año 1900.

La estructura construida en acero y que se trata de uno de los escasos representantes de la arquitectura en metal y vidrio en Chile, posee toques victorianos y de proto art nouveau, de gran similitud con los invernaderos del Parque des Chateau de Ravelet, en Cherbourg y el del jardín de Massey en Tarbes. Se calcula que debió ser fabricado entre 1864 y 1866, periodo que demoró la construcción del Palacio de la Quinta Meiggs, que se encontraba exactamente en la esquina de la actual calle Lord Cochrane.

La mansión fue inaugurada en una pomposa fiesta de fantasía donde asistieron más de 500 invitados -entre ellos el futuro intendente Benjamín Vicuña Mackenna- que pudieron disfrutar tanto de la elegancia de la casa como de los árboles exóticos, esculturas y fuentes de agua de los jardines en donde destacaba el invernadero. 

En 1872, la Quinta es loteada tras la muerte de Meiggs y años más tarde, en 1890 el nuevo dueño, Agustín Tagle Montt le ofrece al Estado comprar la estructura. Un actor crucial en este proceso fue Federico Philippi, director del Jardín Botánico (fundado en 1853 por su padre Rudolph Philippi), quien escribe una carta al ministerio de Justicia e Instrucción Pública defendiendo la adquisición. “Si el Supremo Gobierno adquiriera el citado conservatorio, quedaría el Jardín puesto sobre un pie como corresponde a un país adelantado como Chile, que además es el único en la América austral, que tiene un jardín botánico que merece llamarse así (…) No necesitaré decir a vuestra señoría que este conservatorio también sería un ornamento más para la Quinta Normal” se puede leer en la misiva de ese mismo año.

Su sueño se hace realidad, y a través de un decreto en abril de 1890, el Estado compra el invernadero por $27.000, valor que incluye el desarme y la instalación en el parque, a donde llega con todas sus especies para convertirse en el observatorio de plantas exóticas del Jardín Botánico. 

La estructura alargada de tres cuerpos de más de 500 metros cuadrados (dos naves laterales y un espacio central de planta circular y cúpula) se instala así sobre una base e albañilería y piedra, al mismo tiempo que se levanta un muro de contención hacia el lado de una antigua laguna, que ya estaba seca y en donde se encuentra hoy el Jardín Carlos Muñoz Pizarro, un arboretum que incluye una importante colección de árboles nativos.

Así, hasta 1920 el invernadero vivió su época de gloria, pudiéndose encontrar en él una variedad de más de dos mil plantas exóticas de Chile y el extranjero, entre helechos, orquídeas tropicales, piñas, tamarindos, jengibres, y fresnos de flor, así como muchas especies de suculentas y herbáceas, tanto extranjeras como chilenas. Además suministró de plantas y semillas a la Universidad de Chile, escuelas normales y liceos, contribuyendo al conocimiento en esta área,  tarea que terminó cuando en 1922 se retira Juan Söhrens, el último director del Jardín Botánico. 

Desde ahí en adelante comienza su triste época de abandono. De acuerdo al Consejo Nacional de Monumentos, el edificio dejó de ser mantenido y perdió buena parte de las plantas y especies que lo componían. Junto con ello, la estructura sufrió un paulatino deterioro y ante el desinterés, la colección botánica se perdió por completo, quedando el edificio en total desuso y a merced del tiempo. Según el diagnóstico de la Municipalidad de Santiago, que es la propietaria del inmueble, el invernadero presenta óxido en toda la estructura, malas prácticas constructivas y de reparación, vandalismo, graffitis, robos de elementos originales, además de la pérdida total de sus cristales. 

Cronología: Los proyectos que han intentado recuperarlo
Según Criss Salazar de urbatorium.blogspot.cl entre 1976 y 1978 se realizó un trabajo de reparaciones y mantención de los jardines de sector de la Quinta Normal, mejoras que le permitió al invernadero obtener una breve prórroga de vida.

Entre 1989 y 1995 fue rehabilitado y ocupado como «Conservatorio de Plantas Medicinales», proyecto de Caritas Chile, la Municipalidad de Santiago y el Museo Nacional de Historia Natural, que no tuvo continuidad en el tiempo.

En el año 2003 se realiza el evento de decoración CASAMATER con el cual se financia la instalación de piso cerámico y labores menores de conservación.

En 2007, la arquitecta Magdalena Barros lidera un proyecto Fondart, a través del cuál elabora un expediente para obtener la Declaratoria de Monumento Histórico, al mismo tiempo que  levanta los planos de la estructura dada la ausencia de los originales.

En 2009, a través del Decreto N°279 del Consejo de Monumentos Nacionales, el invernadero es declarado Monumento Nacional en la categoría de Monumento Histórico. 

En el año 2012 se anunció un acuerdo entre el Gobierno Regional Metropolitano (GORE) y el Conseil Régional d’Île-de-France, que aportarían en conjunto $280 millones para el proyecto.

Crédito de foto: Rincón Patrimonial Chileno

En 2014, la empresa Guixe Arquitectos se adjudicó la licitación de la Municipalidad de Santiago para el diseño del renovado invernadero. Este proyecto contempla la restauración de la estructura metálica  (quedaría de color blanco) y la creación de reservorios de flora nativa proveniente de diferentes zonas del país, incluido el Archipiélago de Juan Fernández. También la habilitación de servicios en una nueva área en el zócalo del invernadero y bajo la cúpula central, una sala de exposiciones. Mientras que en el ala norte baños, un corner de café y oficinas, además de tiendas de semillas y libros. El costo total para la obra gruesa sería de $1.800 millones de pesos sin contar costos de operación.

En 2016, la agrupación EcoBarrio Yungay, por iniciativa propia limpió y lanzó bombas de semillas, revitalizando el lugar hasta fines de ese año como huerta comunitaria. El proyecto fue apoyado por la Subdirección de Medio Ambiente de la Municipalidad de Santiago, con la entrega compost y almácigos e incluso fue parte de los recorridos del Día del Patrimonio.

También en el 2016, el Consejo Nacional de Monumentos aprueba el diseño de Guixe Arquitectos. Sin embargo, dado que los aportes de Francia son insuficientes son devueltos, en espera de conseguir el resto de los fondos.

Durante el año 2019, la Municipalidad de Santiago realiza el cierre perimetral del lugar y refuerza algunos marcos metálicos de la estructura. El Municipio sostiene reuniones con la Corporación Regional de Turismo para avanzar en mecanismos de financiamiento a través de la Ley de Donaciones y postulación de fondos, al mismo tiempo de planificar un modelo de gestión sostenible en el tiempo. Este trabajo queda interrumpido tras el estallido social y la pandemia, que vino a cambiar las prioridades.

En diciembre de 2020, Amo Santiago y Vive Vivero se unen en una campaña de recolección de firmas a través de change.org para llamar la atención de las autoridades y reactivar el proyecto de la recuperación del espacio.

Foto de Vive Vivero, diciembre 2020.

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