* Por Rodrigo Miranda

Para hacer esta crónica caminé desde Alameda hasta Plaza de Armas casi sin pisar la calle recorriendo por dentro la invisible red de pasajes techados del centro de Santiago. Hay cerca de 70 galerías, pasajes y portales comerciales que conforman un laberinto urbano al que sólo le hace falta el clásico minotauro, una encrucijada de pasillos algo nostálgicos y tiendas kitsch que ya forma parte de la memoria colectiva del capitalino.

Recuerdo que mis padres me llevaban a cortar el pelo a la antigua Peluquería Tello, ubicada en la Galería del Angel, la única especializada en niños. Tenía asientos con forma de los personajes Disney, como el Pato Donald o Tribilín, para que los pequeños como yo no lloraran cuando sus cabelleras recibieran la embestida de las temibles tijeras y rasuradoras. A pesar de que tenía ganas, nunca lloré. Después del corte de pelo, cruzábamos por otros pasajes para llegar algún extinto cine con cartelera infantil. Recuerdo la primera vez que fui al ver una película, seguramente al desaparecido cine Huelén. Al ver a Blanca Nieves y la malvada madrastra en una lejana pantalla refulgente rodeada de una sofocante oscuridad, me imaginé dentro de mi propia cabeza. No lo soporté. Vomité al sentirme enclaustrado hundido en las tinieblas. Tuvimos que salir del cine.

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Es tan cinematográfica la variedad de historias cotidianas e íntimas que alberga esta colmena comercial que da para hacer una película. En la galería Agustín Edwards, con una fuerte influencia art deco en su arquitectura, existió hasta fines de los 90 el famoso café Santos, gran punto de encuentro social de la élite de más rancio abolengo de la primera mitad del siglo XX. Ahí la clase alta paseaba, compraba y se dejaba ver por su pares. Hoy, dentro de esta galería se pueden encontrar opacas bodegas de multitiendas, sórdidos cafés con piernas, cines pornográficos, negocios turbios o microtráfico, lo que ha provocado el deterioro de algunos de sus sectores.

Lamentablemente, el golpe de Estado de septiembre de 1973 puso fin a la vida cívica y a una forma republicana de entender la ciudad. Tras el golpe vino el desprestigio del centro de Santiago. Se clausuró el Congreso Nacional y el tránsito de los parlamentarios por el vía pública junto a los ciudadanos, como algo normal y cotidiano. Para que hablar del toque de queda que le puso una lápida a la cultura y la bohemia propia del centro y de cualquier gran ciudad.

La aparición del nuevo polo de servicios de Providencia, la migración de habitantes fuera del centro de Santiago, la creación de los caracoles como nueva forma de comercio y el aumento de las distancias producto del crecimiento de la ciudad colaboraron a este fenómeno de deterioro.

Hay muchas historias. La galería Imperio y sus alrededores alberga leyendas de apariciones y fantasmas al ser construida en los terrenos donde se ubicaba la casa de la legendaria Quintrala durante la Colonia. La galería Juan Esteban Montero, de 1958, posee un valioso mural del artista Nemesio Antúnez, ubicado sobre el ex cine Huelén, y mosaicos, en blanco y negro en el piso con forma de una enigmática copa cáliz, un ciervo y un pez.

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Desde la década del 30 se desarrolló una verdadera red o trama que conectaba todos estos pasajes. El sistema es único en el mundo y ofrece varias ventajas para el transeúnte. En verano se camina a la sombra y en invierno protege del frío y la lluvia. Tampoco hay autos que entorpezcan el tránsito del peatón y se acortan las distancias entre un punto y otro. Fueron, de alguna manera, un anticipo de los mall.

Si bien las galerías son espacios comerciales privados, su disposición laberíntica rompe y fragmenta las manzanas del centro de la capital, creando una infinidad de recorridos posibles para el peatón. Paradójicamente, la coordinación de estos pasajes peatonales y galerías comerciales surge desde el ámbito privado, sin ninguna participación municipal.

Los pasajes fueron creados por influyentes arquitectos chilenos de la época como Sergio Larraín García Moreno, creador del Edificio Barco frente al cerro Santa Lucía; Emilio Duhart, autor del edificio de la Cepal; Josué Smith Solar, artífice del Hotel Carrera; Jorge Arteaga, creador del edificio Oberpaur, o Alberto Cruz Eyzaguirre, autor de la Casa del Embajador Británico, en Gertrudis Echenique 96, uno de los pocos edificios de la época que aún se mantienen en el barrio El Golf.

El Pasaje Matte (Huérfanos 903), la Galería Agustín Edwards (Huérfanos 1055), la Galería Crillón (Agustinas 1035), la Galería Alessandri (H 1052), el Portal del Angel (San Antonio 255 y Huérfanos 786), la galería Santo Domingo (Santo Domingo 814) o la Galería Victoria (Huérfanos 827). La lista es interminable. Todos se crearon en la primera mitad del siglo XX como espacios comerciales para las élites de la sociedad. Se construyeron a imagen y semejanza del modelo europeo de galerías, tenían gran altura y amplitud de espacios. La diferencia es que en Santiago están conectados.

Karl Brunner, el urbanista austríaco que propuso la creación del Barrio Cívico de Santiago, en su primer viaje a Chile entre 1929 y 1931 ya había propuesto la perforación de las manzanas del Centro para crear una circulación de transeúntes y conectar los espacios libres al interior de los terrenos para destinarlos, por ejemplo, como estacionamientos, en una solución muy visionaria para los futuros problemas de congestión.

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Uno de los pioneros fue el Pasaje Matte. Surge en una propiedad del Presidente de la República Manuel Bulnes, quien era dueño de una manzana al sur de la Plaza de Armas. Bulnes decide encargar al arquitecto francés Claude Francois Brunet des Baines un nuevo concepto para la época y la ciudad. Su propiedad tenía tres frentes, entonces decide conectarlos por el interior con un pasaje comercial. El arquitecto diseñó los accesos a Huérfanos, Estado y Plaza de Armas, que se unían en el centro de la manzana. Este pasaje contemplaba luz natural producto de una estructura de fierro y cristal, elementos propios de la Revolución Industrial. Fue inaugurado en 1852, pero una década después Bulnes adquiere otra propiedad en la misma manzana para conectarse con la calle Ahumada, con un total de 56 locales. Tiempo después el pasaje fue adquirido por el banquero Domingo Matte. En 1932 fue contratado el arquitecto Jorge Arteaga para rediseñar el Pasaje Matte. En 1954 y producto de un incendio, hubo una reconstrucción a cargo del arquitecto Alberto Cruz Eyzaguirre. Hoy, la multitienda Ripley ocupa un quinto del pasaje, cambiando su fisonomía y dividiéndolo en dos sectores distintos.

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Por su parte, la galería Agustín Edwards se ubica en la manzana delimitada por Compañía por el norte, Ahumada por el poniente, Huérfanos por el sur y Bandera al oriente. Fue diseñada en 1944 por el arquitecto Sergio Larraín García-Moreno y Jorge Arteaga. En esta galería sobrevive llamado el Penique Negro en alusión a la primera estampilla ya que el local es para coleccionistas de estampillas y monedas. Con 105 locales, tiene un espacio central donde confluyen todos los pasajes. Sus accesos principales se encuentran en los paseos Ahumada y Estado, mientras los secundarios conectan con las calles Compañía y Bandera.

La galería Imperio está ubicada en la manzana de Agustinas, Estado, San Antonio y Huérfanos. El proyecto original es de 1955 y estuvo a cargo de los arquitectos Eduardo Cuevas, Carlos Silva y Carlos Neira. Su remodelación se realizó en 1993 por los arquitectos Jorge Swinburn, Alvaro Pedraza, Cedric Purcell, Enrique López y Cristián Undurraga.

El caso de la galería Victoria, en Huérfanos entre San Antonio y Estado, es diferente. Hoy, prácticamente desapareció dentro de un supermercado Líder Express, el que la compró y cerró. Ahora pasar a través de la galería implica atravesar cajas, pasillos y la panadería del local. Pero de la misma forma, las tiendas comerciales podrían transformarse en un gran aliado de las galerías. Deberían ser las encargadas de revitalizar estas grandes zonas interiores del Centro. Es el caso, de Falabella, en la galería Edwards; Ripley, en el Pasaje Matte, y París, en el Pasaje Aníbal Pinto.

La galería Astor se ubica en la esquina sur-oriente de calles Huérfanos y Estado. Al costado se ubica el antiguo cine Astor, hoy local de Ripley. Emplazada en la misma manzana de la galería Imperio, fue diseñada en 1952 por Sergio Larraín García-Moreno, Emilio Duhart, Mario Pérez de Arce y Alberto Cruz Eyzaguirre.

 

Su origen en Chile y el mundo

Las galerías comerciales nacen en 1790 con la Royal Arcade de Londres. Este nuevo modelo arquitectónico permite construir hacia el interior de las manzanas de una ciudad. Surgen así las calles privadas de uso público.

En Chile, en los alrededores de la Plaza de Armas comienzan a aparecer tiendas de ropa y muebles, especialmente en las calles Ahumada y Estado y en los portales de la Plaza de Armas, espacios techados que a través de arcos o pilares se abren a la plaza. A mediados del siglo XIX, la Plaza de Armas presenta portales por tres de sus costados, entre los que destacan el Sierra Bella (actual Fernández Concha) y el Mac Clure.

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El Portal Fernández Concha nace en 1670 cuando Pedro de Torres y Saa, Conde de Sierra Bella, construyó un portal en el costado sur de la plaza. Se llamó Portal Sierra Bella, luego Portal Armenta. En 1869 un incendio lo destruyó y los hermanos Domingo y Pedro Fernández Concha lo reconstruyeron creando en sus dependencias el Gran Hotel De Francia. En 1933 es remodelado por el arquitecto Josué Smith Solar. Ya en el siglo XX se construye la galería San Carlos, ubicada en el actual pasaje Phillips. Como en esa calle existía comercio entre dos edificios, se decidió techar el lugar y dar origen a la primera galería de Santiago. Junto a los portales, constituye un anticipo de las galerías y pasajes céntricos.

Según la tesis de los arquitectos de la Universidad de Chile Rodrigo González y Rodrigo Prada, las galerías fueron en sus inicios espacios públicos destinados a una minoría elitista y de ninguna forma se pueden considerar en ese período como un ejemplo de espacio público democrático. Hoy, tampoco son tan peligrosas e inseguras, como se cree, de la misma manera que se piensa su pasado glorioso lleno de civismo. Las galerías si bien tienen múltiples falencias, aun presentan condiciones espaciales únicas que de ser potenciadas podrían ser un aporte significativo al centro de Santiago.

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