Nunca ha tenido rey ni princesas, pero desde su construcción se le conoce con un sólo nombre: El Castillito del Forestal. Existe prácticamente desde que existe el parque. En 1891 cuando se terminó de canalizar el río Mapocho, Santiago ganó -para nuestra fortuna- 20 cuadras de terreno. El espacio fue primero un basural, pero llegó el cambio de siglo y con él, la idea del intendente Enrique Cousiño de destinarlo a una gran área verde.
El paisajista Jorge Dubois partió así con el proyecto. Se plantaron 7.700 árboles, se creó la triple arboleda de plátanos orientales y el Castillito se levantó como una instalación de faenas para supervisar precisamente las tareas de jardinería de todo el parque. «Era una época en donde había una mirada de futuro, y esta construcción lo que buscaba era simplemente ser una instancia bella dentro del Forestal», dice la arquitecta Lilian Allen, quien junto a Mathias Klotz, lideraron la restauración del recinto que volvió en gloria y majestad como un salón de té con aires franceses bajo el nombre de Brasserie del Castillo Forestal. A fines de mayo se sumará el mantel largo en uno de sus salones y abrirá la sección restaurante y en el subterráneo se dará lugar a un museo del juguete.
Pero ¿quién diseñó la construcción de ladrillos y torreón que es un ícono dentro del barrio Bellas Artes? Todas las pistas apuntan al pintor de marinas y diplomático chileno Alvaro Casanova Zenteno, quien se dice, también habría habitado un tiempo el Castillo que en su origen ocupaba 100 metros cuadrados, 50 en el primer piso y otros 50 en la segunda planta.
«Si te paras desde el Museo de Bellas Artes puedes observar fácilmente las tres ampliaciones que ha tenido el Castillito a lo largo del tiempo. La primera intenta asimilar la ornamentación de la cornisa y ya la tercera es bastante más simple» explica Lilian sobre el inmueble. Otras de las piezas que dan cuenta del diseño original son las gárgolas de la ventana ubicada en el lado oriente, a un metro de la escalera que conduce a la terraza exterior, y que hace un siglo era la puerta de entrada a la construcción.
Con más de 100 años de vida, el Castillito tiene una larga historia que contar. Además de ser instalación de faenas, funcionó como oficina donde se controlaba la compuerta de descarga en el río Mapocho y se administraba el arriendo de los botes de la laguna que a comienzos del siglo pasado eran la gran atracción del parque.
Un espejo de agua exaltaba en el reflejo el recién construido Museo Nacional de Bellas Artes. De esa época queda sólo un muro de piedras y las argollas donde se amarraban las embarcaciones, además del desnivel entre los árboles que dan cuenta del espacio que ocupaba el agua hasta 1944, cuando se decidió secar la laguna por motivos sanitarios.
Una vez desaparecida el agua, la construcción -que recuerda a la Francia medieval- entró en un ciclo de decadencia que la llevó a tiempos de inactividad, hogar de vagabundos y usos dispares como centro de extensión del Colegio de Arquitectos en los setenta, y jardín infantil, sede del Registro Electoral y lugar de ensayo para la Escuela de Ballet del Teatro Municipal en los años ochenta. Entre 1992 y 1998 operó en sus espacios la Corporación para el Desarrollo de Santiago, entidad público-privada a cargo del repoblamiento de la ciudad y ya con el nuevo siglo albergó el Departamento de Cultura de la municipalidad de Santiago, luego al centro de esterilización animal del municipio y finalmente una oficina de Prevención de Riesgos.
En ese ir y venir existió el proyecto de fundar el Museo Violeta Parra y de que el Museo de Bellas Artes instalara allí un café o una tienda. Pero nada de eso fructificó. Tenían que pasar otros años más para que finalmente comenzara la restauración. Tras ganar la licitación en el año 2011, los arquitectos Lilian Allen y Mathias Klotz iniciaron los trabajos para devolver a la construcción su esplendor de los inicios. Eliminaron las construcciones de mala calidad y sacaron los revestimientos interiores y cielos falsos. Dejaron a la vista los rieles de ferrocarril en las paredes que forman parte de la estructura de soporte y en el segundo piso la tabiquería, que originalmente estaba unida con adobe y que en los trabajos fue reforzada con hormigón.
“La escalera la quisimos hacer como de castillo, por esos los barrotes. Quisimos respetar lo existente, siguiendo la línea de la arquitectura original para que fuera el Castillito el que brillara”, explica Allen.
De ahí que los colores fueran neutros –negros del acero y la piedra pizarra del piso- y amplios ventanales que dejan ver el Parque y el Museo. “La construcción nueva no compite y se funde con el paisaje. El salón de té se levantó donde antes estaba un grupo de construcciones menores, casuchas y bodegas construidas en los años 70 y que en total ocupaban 300 metros cuadrados”, detalla Lilian.
Así, con un espacio despejado, el proyecto gastronómico de Jerôme Reynes (dueño de Le Forunil y Boca Nariz) y Andrés Turski (fundador de la Perla del Pacífico y Trattoria Rita) por fin llegó a puerto.
«El Castillito está en un lugar estratégico de Santiago y claramente esta es una intervención acertada porque revitaliza un punto del Forestal», reflexiona el arquitecto Alberto Texido, académico de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile.
El restaurante tiene capacidad para 220 personas. Una de sus mesas está instalada dentro del torreón, ofreciendo más intimidad a los comensales.
Valerie Reynes es la responsable del toque minimalista del lugar. En el salón de té, las sillas de ratán en blanco y negro y las mesas de mármol confluyen en un ambiente que descansa en la amplitud. Sólo unos juguetes antiguos que cuelgan del techo marcan la decoración y anuncian el que prontamente será el Museo del Juguete que funcionará en el subterráneo. «Comprando juguetes conocí a Juan Antonio Santis y le dije que estábamos con este espacio. Cuando le pregunté si le interesaba exponer su colección no lo pensó y me contestó: es el sueño de mi vida», agrega la socia francesa sobre los 300 objetos que datan del periodo 1930-1970. «Abajo también haremos cenas especiales, para 15 y 20 personas porque instalaremos una mesa larga», agrega.
En cuanto a la cocina, el chef Baptiste Lamoulie sumará a la pastelería, recetas de su país con productos chilenos. «Queremos una cocina de alto nivel, ocuparemos espuma de mar, mucho aceite de oliva y pescados y mariscos», señala sobre las preparaciones del restaurante. Por ahora se puede ir por un helado del Emporio de La Rosa o quedarse en el salón a disfrutar de un pain au chocolat, un briochette o una tarta tatin. A quedarse y soñar con historias de princesas y caballeros.
Dónde: Avenida Cardenal José María Caro 390
Cuándo: De lunes a lunes de 10.00 a 19.30 horas. Una vez que abra el restaurante el horario se extenderá hasta la 23.00 horas.
Qué hermoso pedazo de historia que se ha rescatado y al mismo tiempo en este blog tenemos la oportunidad de conocer. Me sorprendió mucho saber que nació como una instalación de faena! Hoy casuchas efímeras y mal mantenida son la norma, antaño se dejaban elementos permanentes como una especie de regalo a la ciudad. Hermoso.
súper interesante!!!