Cuando hace más de 50 años tomó un tren en Temuco nunca imaginó que terminaría siendo el jardinero de un ex Presidente. En su pueblo natal Río Bueno, cerca de Valdivia, Federico Vera Aravena fue a una escuela de campo, donde estudió hasta tercero básico. Ahí aprendió a leer y a escribir y cuando se dio la oportunidad comenzó a trabajar. Primero como mozo de casa de una familia holandesa, donde supo de las tareas de un mayordomo y cómo cuidar plantas y flores. Y luego, cuando un amigo le dijo que en la capital se ganaba tres veces más, no lo dudó y se vino.

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Era 1958 y recién había salido electo como Presidente del país Jorge Alessandri. «Compré un pasaje sólo de ida y tuve suerte. En el tren me puse a conversar con un pasajero que me ayudó dándome alojamiento en la casa de su hermana. Esa misma noche revisé el diario y al día siguiente ya estaba trabajando en una residencial de calle Amunátegui», recuerda Federico, que hoy tiene 77.

Estuvo ahí dos meses, luego otros cuatro en una casa del Barrio El Golf y poco a poco se fue pasando su dato. Casas elegantes de Las Condes, Vitacura y Providencia tomaban nota de su habilidad con las tijeras y su cuidado con arbustos y rosales. Una de esas recomendaciones llegó a oídos de la familia Frei en plena campaña presidencial. «Trabajé primero tres años con Arturo Frei, en una casa que quedaba en calle El Dante cerca de la Escuela Militar» cuenta Federico, que llegó a la residencia de Hindenburg (hoy Casa Museo Eduardo Frei Montalva) en 1970 cuando ya Frei Montalva había terminado su mandato.

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«Antes el jardín de su casa lo cuidaba la gente de la Moneda, pero cuando dejó la Presidencia su hermano Arturo me presentó. Ese día recuerdo que don Eduardo estaba en cama y fue muy atento. Me trató de amigo, porque así trababa a la gente. Me dijo ‘amigo esta es su casa, venga a trabajar cuando quiera’. Y así me quedé hasta hoy», afirma sobre su primer encuentro con el ex Mandatario.

Frei Montalva era de trato muy cercano. Iba con su señora María Ruiz-Table a comprar a la Vega y saludaba a los vecinos del barrio con quiénes comentaba las noticias del momento. Federico también tiene memoria de la solidaridad de la pareja, que para el gobierno de Allende y dada la escasez de alimentos producto del bloqueo, siempre le daba algo para llevar a su casa. «La señora Maruja me hacía un paquete con un pollito, un kilo de azúcar y un kilo de arroz», afirma.

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De esos años también recuerda haber compartido con los hijos de Frei: Carmen, Isabel, Mónica, Francisco y Eduardo, que estaban casándose y formando sus familias.  El hacía lo suyo con su propia vida. Trabajaba en 20 casas a la semana (a la de los Frei iba una vez cada 7 días) con lo que pudo ahorrar para comprarse un terreno en Lo Prado, después se casó y tuvo tres hijas. «Gracias  a Dios nunca tuve deudas, les pude dar educación y hoy tengo una vida tranquila. Uno nace con algo que quiere hacer en la vida, a mí me gusta mi trabajo», dice.

Pero quizá lo más revelador de esos tiempos, son las historias que tienen que ver directamente con el jardín. Lo que queda de los años cuando las rosas de la entrada se ponían en los floreros de la casa o de cuándo su patrón le pedía la manguera para regar el pasto que llegaba hasta afuera.

En el patio existe aún la bougainvillea de flores fuxcias que plantó Frei Montalva y su señora cuando llegaron a Hindenburg. Y también está la fuente de agua donde se bañaban los zorzales que observaba el ex Presidente mientras descansaba en un sillón y disfrutaba de un buen libro cada verano. Los adoquines que conducen a la entrada son los mismos de hace 50 años, aunque el acceso estaba por la puerta de numeración 683.

Estando ahí se puede sentir el aroma de un árbol de pimiento que también convivió con la familia Frei y ver la descendencia de hortensias y rosas traídas del entonces famoso jardín Pumpin de Valparaíso. También están los hibiscus rojos, «hijos» del original que se marchitaron cuando murió el ex Presidente.

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«Eran otros tiempos, antes se hacían las cosas de forma minuciosa, no existían jardines donde uno va y compra una planta, uno tenía que hacer los almácigos, orillar el pasto con espátula» agrega Federico que me confiesa que sus flores preferidas son las rosas, porque simplemente «son las reinas».

Tema aparte son los dos árboles más grandes del jardín. Un naranjo y un gomero. «El naranjo lo hizo la señora Maruja de una pepita de naranja que puso con un algodón en un envase de yoghurt y el gomero es uno que trajo don Eduardo de Brasil, que después de crecer hasta el techo, dentro de la casa, tuvo que «salir». «Plántelo en la entrada me dijo don Eduardo y hoy este árbol mide unos 15 metros» señala Federico.

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