*Por Hugo Ramos Tapia

En el mural y suelo del pasillo central de la Galería Juan Esteban Montero de Santiago Centro, santiaguinos y visitantes, miran y caminan (muchas veces sin saber) sobre importantes fragmentos de la historia del arte chileno contemporáneo.

En 1958 y por encargo de los dueños de la galería -que buscaban un elemento diferenciador- Nemesio Antúnez quiso brindar un reconocimiento a la loza de greda negra de Quinchamalí.

En ese entonces, el artista impartía clases en la Universidad de Chile, y junto a su curso planificó un viaje a la ciudad de Chillán para conocer de cerca el trabajo de las loceras. Durante una semana, él y sus alumnos tuvieron la oportunidad de aprender por medios de clases prácticas los rudimentos del proceso de fabricación de la loza de esta zona. Sus estudiantes regresaron a la capital con una experiencia innovadora y diferente, pero para el maestro no fue suficiente, por lo que volvió para convertirse en aprendiz.

Con el ávido y genuino interés de aprender sobre este arte y oficio, Antúnez permaneció casi un mes trabajando la greda negra. Quedó encantado y prendado con la fabricación rústica y artesanal, llegando a pasar varias horas del día viendo como las diestras loceras ejecutaban un oficio inminentemente femenino, narrado y explicado oralmente por sus madres, tías y abuelas. Ellas habían heredado el arte de moldear la greda negra de Quinchamalí, con sus manos, sin horno, dando forma a los particulares chanchos de tres patas, tacitas, cántaros, cabritas, materos, entre otras obras ornamentales y utilitarias.

Antúnez ya había dado claras muestras de interés y atención por la materialidad, el sentido y simbolismo de esta loza. En 1954, había creado algunas importantes y reconocidas litografías, tales como Cueca de Quinchamalí, La Costurera y Después de la fiesta. Sin embargo, su admiración mayor quedaría resaltada con la creación del mural en el frontis del Hotel Huelén, ubicado en la zona central de la Galería Juan Esteban Montero. Estructura que mide cerca de 30 metros cuadrados y en donde predominan intensos tonos rojizos y anaranjados. A éstos se agregan vívidas tonalidades negras, azulosas y brillantes, las que utilizó para dar cuerpo y realidad a las piezas de greda. Sobresalen numerosos cántaros, guitarreras vestidas de huaso y algunos animales.

En el suelo del pasillo, y utilizando la técnica del mosaico con trozos de mármol blanco y negro, el artista replicó en cuadros consecutivos y pareados de 4 por 6 metros, de norte a sur y de poniente a norte, diversos artículos representativos y característicos de la loza.

Para la década de 1950, Antúnez ya era un artista reconocido y en potencia. A lo largo de su carrera pintó 15 murales, de los cuáles sólo cinco se encuentran en Chile; cuatro en Santiago y uno en Valparaíso. Obras de las que el mismo artista daba visitas guiadas para contar en detalle los pormenores de la creación de sus obras en muro: Quinchamalí, Terremoto y Sol y Luna.

Si bien, algunos de ellos presentan daños en su composición y estructura (especialmente Terremoto ubicado en el subsuelo y vestíbulo de los cines Nilo y Mayo, y el del frontis del Hotel Huelén) es una suerte contar con ellos porque nos remite a parte importante de nuestra cultura y orígenes. Nos recuerda que a pesar de estar caminando por el centro de Santiago, Quinchamalí y su reino de mujeres está aquí con su loza única en su tipo.

Visionario arquitecto de profesión pero de corazón artista, Antúnez nos dejó la oportunidad no sólo de maravillar y educar con su arte a los diversos paseantes de Santiago, sino también brindarles un contacto vivo como pocos en el mundo, al permitirles incluso caminar por sobre su obra.

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