“El día que me fui de viaje sola”, “el día que me invitaron a un casamiento en China”, “la semana que tuve dengue”, “el año en que hice viajes cortos”, “el día que conocí a mi amiga Journey”, “el día que vi la aurora boreal”, y el “año que viajé a Marruecos”. La vida de la escritora itinerante argentina Aniko Villalba (30) se mueve así, haciendo crecer una colección de miles de días de viaje que la han llevado por más de 40 países en 10 años.
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La conocimos la semana pasada, cuando vino a Chile a presentar (en la Biblioteca de Santiago) sus dos libros: Días de Viaje y El Síndrome de París, el resultado de las historias con las que se ha encontrado en la última década. La creadora de www.viajandoporahi.com contó de cómo tras recién titularse en comunicación social, partió por la “puerta grande” escribiendo para el diario La Nación; de cómo antes disfrutaba la vida de los hostel y ahora busca más tranquilidad; del entusiasmo inicial y las desilusiones; y quizás lo más significativo, de cómo se dio cuenta que el viajar lento, sin planes, le permitió entrar en una dinámica algo mágica que la hecho conectar auténticamente con otros y otros lugares.

De pasaje de ida y siempre con libreta, atesora sus aventuras con palabras, dibujos y también con objetos, transportando a todo quien la lee, a latitudes, colores y detalles que nos llenan de humanidad.  

Amena, tal cuál como se percibe en sus textos, tiene como máxima “escribí tu verdad, si no para qué escribís”. De ahí al expresar su pena cuando viajó viviendo el duelo tras la muerte de una amiga, cuando se ha sentido sola y cuando ha disfrutado de la libertad de estar fuera de los roles de quiénes la han conocido. «Viajar te hace ser quien sos realmente», señala.

Hija única, de niña tímida y casi siempre solitaria, nos cuenta que le encanta perderse, que la sonrisa tiene un poder más allá del idioma, que cambiar la mirada nos hace reconocer los lugares que habitamos y los que estamos por conocer y que se abren las puertas cuándo uno sigue el camino que tiene que hacer en esta vida. En su caso, el de viajar que “va mucho más allá de ver un paisaje, visitar un lugar o irse de vacaciones. Viajar es, ante todo, salir a encontrarse con la gente que habita en el mundo y conectar con personas de otras culturas desde nuestro lado más humano”.

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Es sumamente inspirador lo que lograste hacer, llena de emoción a quiénes nos gusta viajar porque eres la prueba de se puede vivir viajando. ¿Cuál dirías que es la diferencia entre tu primer y último viaje?
El primer viaje fue por América Latina, terminé de estudiar el 2007 y me compré un pasaje para irme en enero de 2008 a Bolivia con el objetivo de llegar a México. Dije 15 días por país… pero al final nunca llegué a México, viajé nueve meses seguidos y llegué hasta Honduras. Ese viaje fue de primera vez, mi primer viaje sola, mi primer viaje largo, de mochilera, escribiendo en el camino, fue toda una prueba. Cuando volví a Buenos Aires fue muy duro porque era cambiar toda la aventura por la rutina de siempre, sin saber si iba a poder irme después. Era una incógnita. El blog (de La Nación) se terminó pero empezaron a pasar cosas. Apareció un sponsor, una agencia de viajes, que me dijo que me quería ayudar para que siguiera. Entonces la diferencia entre el primer viaje y este último que hice de dos años, es que ahora sé que no va ser el último viaje de mi vida. El primer viaje era probar que sí se podía vivir así, y ahora sé que es parte de mi vida, que si vuelvo a Buenos Aires puedo irme otra vez.

Este cambio de ritmo del que hablas en tus libros, sobre tomar conciencia de ir más lento y no buscar necesariamente el turismo tradicional de ir a los monumentos y lugares típicos ¿cuándo ocurrió?
Al inicio ni me lo planteaba, porque pensaba que si me iba de viaje tenía que hacer esas cosas, pero parece que se empezó a dar más en Asia, sin que me lo propusiera. Estuve casi un año y medio viviendo allá y me quedé mucho en casas de familias, me gustaba comer con ellos, visitar familiares, ir al mercado, hacer las cosas del día a día y no lo pensé conscientemente. Eso fue como a los dos años de viajar, pero a los cinco años, ya tomé más conciencia de que me gusta ver la vida cotidiana.

¿Crees que al viajar se da una atmósfera algo mágica, que se van encadenando una serie de eventos que después al verlos, parece ser una historia completa?
Cuando se viaja de esta manera, sin el tour que no te da espacio para las cosas espontáneas, se producen estas cosas como la que te decía de China, cuando conocí a estas mujeres sin hablar nada del idioma y me fui a tomar el té a su casa. Cuando viajas por tu cuenta, vas mucho más abierto para que estas cosas pasen, y que pueden pasar también en tu ciudad. Es mirar distinto nada más. Un viaje te cambia la forma de mirar, cuando estás en un lugar nuevo, tienes que estar más alerta, entonces estás mirando, segundo porque es todo nuevo a uno le llama la atención y quiere conocer y creo que a la vez uno está más dispuesto a preguntar a alguien en la calle. Quizás cuando estás metido en tu rutina de todos los días uno va como enfrascado, en “tengo que llegar a la oficina” o a cualquier lado y no vas prestando atención. Entonces creo que es cambiar la forma de mirar y estar receptivo ante la gente, y es verdad que así pasan cosas que se encadenan, no son casualidades. Yo siento cuando lo miro, que todo tenía que pasar así. Que está bien que haya pasado así.

En ese sentido ¿uno puede ser turista de su propia ciudad? Te lo pregunto porque justamente Amo Santiago busca eso, reconocer nuestra ciudad. ¿A tí te pasa eso con Buenos Aires?
Sí, totalmente. Justo la próxima semana doy una clase que se llama de documentación creativa, que en realidad está aplicado a viajes y se trata de cómo registrar en un cuaderno todo el viaje que uno va viviendo, pero como lo damos en Buenos Aires y dura tres meses (lo doy con un amigo), proponemos que hagan esos ejercicios en Buenos Aires. Es cuestión de mostrarles que ni siquiera hay que llegar al punto de buscar grandes historias, sino que prestar atención a lo que pasa, mirar de otra forma, aunque sea sentarse en un banca de plaza y mirar. Ahí te das cuenta que la ciudad cambia, que tiene cosas que uno no mira en el día a día y también obviamente siempre hay rincones que son como distintos. A mí me encanta en Buenos Aires, la Reserva Ecológica, el río no forma parte de la ciudad, está pero como que nadie lo tiene en cuenta, y esta Reserva está frente al río y yo voy en bicicleta cuando me quiero desconectar un poco y es estar en otro mundo. Para mí es como irse de viaje, hay rincones así para sentirse de viaje. Además que en Buenos Aires tenemos muchos panoramas, mucho para ver, bares notables, la arquitectura… Ya salir a caminar por ciertas avenidas, hay cúpulas, unos frentes (fachadas) que son muy impresionantes, y después están los centros culturales y toda la movida artística. Claramente se puede ser turista en tu ciudad.

Si tuvieras que elegir entre campo y ciudad, ¿con cuál te quedas?
Una ciudad frente al mar. Soy muy urbana porque nací en Buenos Aires, es una gran ciudad y estoy muy acostumbrada. Me gusta lo rural también pero si es rural me gusta que tenga cosas para hacer, no me podría ir a vivir en medio del campo.

En ese sentido, si yo digo Amo Santiago, ¿a qué ciudad dirías tú Amo a…?
Amo Buenos Aires, pero también la odio un poco a veces… Amo Buenos Aires, Amo Barcelona,  que es una ciudad ideal porque tiene mucha vida cultural y está frente al mar. Y también Amo Kuala Lumpur, la capital de Malasia.

joyas en todas partes

Y de Chile. Sabemos que es tu segunda vez en Santiago, ¿qué es lo que más te gusta de aquí?
La vez anterior tuve tiempo de recorrer. Me encanta ver la cordillera nevada, me gustan las casas de Neruda, todas la que vi hace tres años cuando vine la primera vez. También el Barrio Yungay,  las casas antiguas y los murales, y las calles París y Londres, que es raro e interesante (ver extracto de su blog más abajo).

Cuando viajas, te imagino llenando tus libretas, juntando objetos, recuerdos ¿vas coleccionando “joyas” de distintas partes?
Junto cositas, cuando estuve en Asia empecé a encontrar cartas, tengo unas 60 que encontré  y en Buenos Aires también encuentro bastante y las levanto, esa fue la colección asiática. En Europa encontré una pieza de rompecabezas, un lego amarillo, cartas escritas rotas, pulseras… Me gusta escribirle la historia a los objetos. En París, era como la búsqueda del tesoro, encontraba cosas rarísimas: una trenza de pelo tirada en el piso, una muñeca bailarina española de porcelana que le faltaba un brazo y que estaba sobre un tacho de basura, un tiburón de goma en una maceta. Fui anotando todo, cuando encuentro cosas chiquititas tengo una cajita donde voy guardando, mi museo de viajes, cosas que para mí tienen un sentido, que me recuerdan el momento cuando vi eso, me lo guardo y me lo quedo.

¿Sientes que las ciudades son como un ser vivo, que te habla, que te acompaña?
En general sí. Me gusta pensar que las ciudades, son como personas. En una parte del libro hablo de eso, cómo sería Valparaíso si hubiera sido una persona, yo la comparo con Barcelona, ambas bohemias. Cada ciudad tiene su personalidad, su modo de ser, que te muestra ciertas cosas y otras cosas no, me gusta un poco personificarlas.

¿Y cómo sería Santiago si fuera una persona?
A Santiago lo veo más tranquilo, tampoco quiero inventar porque no lo conozco tanto, pero lo veo como más correcto, una ciudad amable. Aún me falta conocer la otra cara de Santiago.

Y finalmente, ¿hay algún lugar que tengas en mente y que no hayas podido ir?
Desde chica tengo tres países que quiero conocer: Egipto, Grecia y Turquía. Siempre me gustaron las momias, la filosofía y no sé, Estambul porque es mitad europea y asiática. Y todavía no fui a ninguno de los tres, siento que cada lugar tiene su momento y cuando sienta que llegó la hora de ir, iré.


Extracto de lo que escribió sobre Santiago –  15 de noviembre de 2013

“Como no íbamos con imágenes previas ni objetivos concretos, todo nos sorprendió: los parques tan verdes y bien cuidados, la cantidad de ciclistas (y las bicis modernas), las montañas nevadas a lo lejos, los puestos de comida callejera, la infinita colección de murales, los pianos sueltos por ahí, la amabilidad y buena onda de la gente, la presencia de Pablo Neruda y su poesía.

Santiago me ayudó a reconectarme con varias cosas que tenía abandonadas, especialmente la música y la fotografía. Una tarde salí a caminar sola, me puse los auriculares y caminé escuchando música: Manu Chao, Calle 13, Beatles, Calamaro, Macaco, El cuarteto de nos, Fito y Fitipaldis, Cerati, Kevin Johansen, No te va gustar, El Kuelgue, Ska-p, The Smiths, Spinetta. Y recordé cuánto me gusta escuchar música mientras viajo por lugares nuevos. Volví a hacer fotografía callejera (Santiago es una ciudad ideal para eso) y recordé cuánto me gusta dejarme llevar por la intuición y sacar fotos sin pensar”.

Revisa el post completo y las fotos aquí 

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