Un caserón de tres pisos y 100 habitaciones. El tremendo inmueble de 3 mil metros cuadrados ubicado en la esquina de calle Monjitas y Miraflores fue residencia de la familia Puyó, refugio y taller de artistas, lugar para una radio, dos galerías y hoy sitio para una escuela de danza árabe, un instituto de  disciplinas japonesas y prontamente un café, que tendrá el nombre de su dueña más recordada: Inés Puyó.

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La pintora de la generación del ’28 y alumna de Juan Francisco González, instaló su taller en la casa de Monjitas 615. En una de las salas de la construcción encargada por su padre, el doctor Luis Puyó, al arquitecto más popular de comienzos del siglo XX, Emilio Jecquier. El mismo que diseñó el Museo Nacional de Bellas Artes y la Bolsa de Comercio, supervisó la que fue su única obra habitacional, esta inmensa edificación neoclásica que demoró siete años en construirse (1903-1910).

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Se trata de un edificio compuesto por seis casas con entradas separadas. Por el lado de Monjitas cuatro puertas y por calle Miraflores otras tres que comunican a dos viviendas.

Las habitaciones tienen piso de madera y altos muros, con balcones y corredores que dan a patios interiores, llenos de plantas, palmeras y una fuente de agua. La fachada, con cornisas adornadas, complementan la elegancia de la vivienda que rompió  en su época con la monotonía de las casonas coloniales y cités.

La casona, protegida en el Plano Regulador de Santiago como Inmueble de Conservación Histórica, albergó primero a la familia Puyó con sus nueve hijos y también a la consulta del médico. Tras la muerte de los padres, las hijas solteras y mayores (Inés y María) se quedaron en la casa. En la foto Inés con sus gatos y perros.

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Inés compartió el espacio con sus compañeros artistas luego del incendio que 1969 afectara a la Escuela de Bellas Artes, actual Museo de Arte Contemporáneo. Nemesio Antúnez, Ximena Cristi, Augusto Barcia y Carlos Pedraza fueron algunos de los que mantuvieron allí sus telas y pinceles.

Otro de los pintores, René Poblete, convirtió otra de las casas en espacio público. Fueron los  llamados Talleres 619 –por su numeración en calle Monjitas- donde funcionaron por 16 años cursos y encuentros en donde se desarrollaron los talentos de Bororo, Fernando Allende y Samy Benmayor.

En 1977, Beatriz Lawrence se hizo cargo de tres salones de  la casa de Monjitas 625 instalando allí la Galería Lawrence, en las mismas dependencias en donde antes funcionara la Radio Candelaria.  Los pintores de este espacio, más los de los talleres de Monjitas 619 y 615 fueron protagonistas de continuas exposiciones.

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Por la entrada de Monjitas 609 funcionó en los setenta la Galería Fidel Angulo y hoy un instituto donde se enseña el arte de la espada samurai. Cada tarde gritos en japonés y golpes resuenan en los salones que alguna vez vistieron alfombras persas, muebles victorianos y silones de cuero de búfalo. En tiempos en que era espacio residencial, del cielo de estas salas colgaban lámparas a gas y en las paredes se podían admirar cuadros de Alberto Helsby y Thomas Somerscales.

“Aquí tomábamos el té con Inés” afirma Beatriz Lawrence quien también recuerda un salón de billar. “Era una maravilla lo que había allí, una platería hermosa” apunta  Ebe Bellange quien evoca a la dueña de casa como una mujer de carácter fuerte, reservada, siempre junto a sus perros y su gato Antoine. Y es que Inés era un amante de los animales. “Cada vez que se caía un pichón armábamos una cajita, le colocábamos agua y pan picadito”, señala Elba Farías quien tiene de la “señorita Inés” los mejores recuerdos. “Éramos compinches, ella era la mitad de mi vida y acá los empleados eran tratados como familia”, agrega la administrora de la casona hace más de 20 años.

Tras la muerte de la pintora en 1996 y un año más tarde la de su hermana María, el edificio pasó a manos de familiares indirectos, una congregación de monjas y al Hogar de Cristo, que vendieron la propiedad a una sociedad  inmobiliaria alemana por más de 600 millones de pesos.

La mayor parte de los bienes de la familia fueron rematados en una subasta en 1998, momento en que se desmanteló lo que quedaba de la  casona incluido el escritorio del médico que por décadas se mantuvo intacto.

Sólo quedan algunas fotografías familiares en las paredes, las adornadas molduras de las habitaciones y las historias. Cuando la casa se puso en venta, muchos de los artistas trasladaron sus talleres, algunos temieron el desalojo y otros la demolición.

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