*Por Paulina Cabrera C.
El glamour del que fuera el elegante Cine Rex de calle Huérfanos, quedó atrás. Pero no ahora con la reciente remodelación que lo convirtió en sucursal de la multitienda Pre Unic. Sino que mucho más atrás, cuando no tuvo éxito como cine comercial, cine independiente con sala chilena y de cuando se le vinieron encima los años de abandono.
Su periodo de gloria fue la década de los cuarenta cuando destellaba su cartel luminoso celeste con borde amarillo. Su arquitectura era una copia del Radio City Hall de Nueva York, con butacas de felpa y con la última tecnología para proyectar películas. De hecho, era famoso porque tenía tres salas.
Fue administrado por años por sus primeros dueños: la familia Del Villar. Después de décadas, la operación pasó a la cadena Hoyts, y el año 2010 quedó en manos de BF Distribution. Hasta agosto de 2012 funcionó como sala de cine independiente, y aquí se exhibieron películas nacionales. Incluso se instaló una suerte de Paseo de la Fama, al más puro estilo de Hollywood, llamado Estrellas del Paseo Huérfanos, un hall a la entrada del cine donde estamparon sus manos los directores Andrés Wood, Roberto Artiagoitía “El Rumpy”, y la actriz Leonor Varela.
Sin embargo, luego a la espera de una licitación, quedó estructuralmente abandonado. Mudas quedaron sus plateas alta y baja y los recovecos entre los pilares de la entrada. Y en su frontis se instalaron cada tanto grupos de personas en situación de calle.
El año 2016 lo compró el empresario Marcelo Saieh por cerca de 7 millones de dólares, con el plan de revivirlo como espacio comercial. Y así volvió este mes, cuando abrió sus puertas como retail.
En la entrada, en lugar de películas se promocionan cremas para el cuerpo, y en el que fuera la sala de la platea baja, vemos las góndolas con ollas y shampoos, que se mezclan con cientos de productos para el hogar. Al fondo aparecen las gigantografías de fotos de archivo de los años 50: se trata de la serie Huérfanos en la noche de Antonio Quintana, en donde se divisan los letreros luminosos, los grandes edificios y la vida nocturna de la época.
La materialidad del lugar se ve impecable. Vuelven a brillar las barandas de las escaleras, el piso luce reluciente, pero cabe preguntarse una y otra vez. ¿No sería mejor haber tenido una librería como lo hizo El Ateneo en Buenos Aires? ¿No habría sido mejor apostar por un fin cultural más que comercial?
No somos ingenieros comerciales y los números no son lo nuestro. Es una buena noticia que se recupere el espacio, pero nos aturde profundamente su cambio de giro.