Hace unas semanas recorrimos las calles de esta histórica población que nació hace medio siglo con las primeras tomas de terrenos. Cincuenta años llenos de relatos que hablan de estar juntos en las buenas y en las malas, de lucha revolucionaria y política, y también de una calidez y generosidad entre vecinos, muchas veces difícil de encontrar en nuestro Santiago.
En Peñalolén, a los pies de la cordillera, se encuentra emplazada una de las poblaciones consideradas emblemáticas para la lucha social: Lo Hermida. Sus comienzos hablan de tomas realizadas por familias provenientes de distintos lugares de la capital e incluso de otras regiones, que veían como única solución para la vivienda propia, tomar un pedazo de tierra e instalar una carpa que sería por primera vez el techo propio. No había suelo, luz ni menos alcantarillado pero no importaba, los metros que les correspondía a cada grupo familiar se defendían a toda costa, porque creían a fuego que esa lucha daría frutos, y así fue.
Juana Contreras fue de las primeras en llegar a la toma junto a su familia, en 1970. A sus 5 años estar al lado de la cordillera era un mundo nuevo, lejos de Barrancas (hoy Cerro Navia) donde vivían “con calles pavimentadas y agua”. “No sé porqué mi mami se quiso venir, porque nosotros pasamos de estar en una casa a vivir en una carpa sin nada”, recuerda en su actual vivienda sólida y acogedora en uno de los pasajes de Lo Hermida.
Los inicios fueron muy adversos, “hasta nevaba” recuerda su hermana Siboney. Las imágenes de infancia, aunque felices, están matizadas por la dureza de las circunstancias. “Había que hacer en un pozo…, de hecho el terreno abajo tiene esos hoyos”, dice doña Juana controlando una risa sobre los baños improvisados de la época. Su esposo, Juan Sepúlveda, aporta que “aquí todos jugábamos a pata pelá, nos compraban un par de zapatillas para todo el año y había que cuidarlas, si les pasaba algo se tapaba con un cartoncito nomás y así seguíamos”.
Un poco de historia
El país se encontraba en una situación económica adversa, lo que obligó a muchas familias a emigrar desde las regiones a la capital. Aquí no habían viviendas esperándolos por lo que la solución que vieron fue tomarse terrenos junto a cientos de personas que se encontraban en la misma situación. Hablamos de los 60 y 70, cuando la inmigración provincia-capital estaba en su auge.
Las parcelas de Lo Hermida pertenecían a antiguos terratenientes dedicados al cultivo de alfalfa, frutas y vid, pero la necesidad de viviendas era más fuerte, por lo que organizaciones sociales decidieron tomarse estos terrenos. No fue a tontas y a locas. A cada familia le tocaba una cantidad de metros que debían cuidar porque si bajaban la guardia, llegaba otra familia y se los quitaba.
Con el tiempo, fueron cambiando las carpas por algo más estable, con mediaguas cubiertas por fonolas, lo que era peligroso pues estaban empapadas de alquitrán y una chispa podía generar un gran desastre, lo que ocurrió más de alguna vez. El paso de toma a población comenzó a fines de los 70, cuando se iniciaron las gestiones para lograr los títulos de dominio, lo que se concretó un par de años más tarde. Tras más de una década, en 1982, lograron que les instalaran casetas con cocina y baño, dejando atrás la costumbre de los pozos y la luz que apenas alumbraba, pero que igual les cobraban, tal como recuerda Siboney. Las casetas les permitieron definir los terrenos, por lo tanto era el minuto de construir sus anheladas viviendas sólidas. Con esfuerzo, fueron apareciendo las primeras casas gracias a la autoconstrucción, con jardines y patios definidos, un sueño hecho realidad.
Muchos testimonios existen de esas familias que comenzaron con la toma. Hernán Tapia es conocido por todos como El Perro, no por su ferocidad, si no porque es capaz de comer de todo sin arrugarse. “Mis papás me trajeron para acá cuando tenía como 6 años. Somos cuatro hermanos y la menor nació acá, gestada aquí, en una casa que teníamos antes que era una carpa de lona, de esas con las que se cubrían los camiones y que le regalaron a mi mamá. Esa fue nuestra primera casa y en ella vivimos como cinco años. De a poquito mis papás fueron armando paneles por dentro de la carpa para que el resto no los viera, porque tenía que ser para todos por parejo”, recuerda. “Los sitios estaban divididos por estacas y teníamos que hacer todo ahí, porque si salías podía venir otra familia y quitarte el sitio y jodías nomás, había que luchar por lo que se quería tener”, señala con algo de nostalgia.
Infancia dura
Sin zapatos y con un clima adverso, igual se generaron buenos recuerdos: “cuando niños había harto espacio para jugar, a pata pelá porque no se tenían zapatillas y los inviernos eran crudos, como para toda la gente de bajos recursos y en ese entonces en carpas, eran bien crudos. Caía hielo en las noches y nos calentábamos en la cocina, mi mamá tenía una que era a parafina y para calentar agua para bañarnos, hacíamos una fogata con un tarro grande, le decíamos el tárrefont”, comenta entre risas don Hernán.
Los primeros años fueron adversos: “Cuando llegamos no habían ni micros y la que comenzó a pasar llegaba bien lejos, eso fue como el 74. Había que caminar como media hora para llegar al paradero y en los inviernos había harto barro. Nosotros íbamos a un colegio que quedaba más arriba y nos demorábamos como 40 minutos caminando. Mi papá trabajaba en unos locales que habían por ahí y entonces nos íbamos todos a la siga de mi papá cuando se iba a trabajar. Él llegaba impecable y nosotros todos embarrados, jajaja”, recuerda Juana. Tampoco había teléfono, así que “se hacían colas para poder hablar”, comenta su esposo.
Tiempos complejos
Una parte de Lo Hermida se llamó Villa Asalto al Cuartel Moncada, en recuerdo al hecho de la revolución Cubana que protagonizó Fidel Castro. Sin duda por estas latitudes el sueño era el mismo, lograr equidad social y una mejor vida para todos.
En la actualidad, existen cerca de 10 villas al interior de Lo Hermida, y el espíritu combativo continúa. “Aquí la mayoría de la gente es bien revolucionaria y los cabros hacen protestas y barricadas, eso es algo que viene desde la dictadura y por eso yo creo que esa carga está presente hasta hoy”, afirma Juana. “Fue traumático porque veíamos que se llevaban a los hombres y no sabíamos si iban a volver. A veces se llevaban al papá, al hermano… al segundo de mis hermanos de unos 16 años se lo llevaron a las que llamaban Las 28 Canchas junto a mi papá. Les revisaban los antecedentes y los asustaban antes de soltarlos”, recuerda Juana. Rememora además que “con el tiempo muchos vecinos desaparecieron. Osvaldo Romo -colaborador de la DINA- era de por acá pero después se dio vuelta la chaqueta y delató a mucha gente”.
Su esposo agrega: “Después del golpe se hizo un comedor y todos pasaban con su ollita a buscar sus porciones y nunca se les preguntó nada, aparte de cuantas porciones necesitaban. Esa olla todavía está. En esos tiempos eso sí eran comedores y se les daba a los niños para que comieran ahí, y los organizaban los mismos vecinos, igual que ahora”.
Presente y futuro de Lo Hermida
Sus habitantes antiguos concuerdan que son tantas las historias y las vivencias que no se quieren ir de ahí. “todos nos conocemos y nos apoyamos, si alguien pasa por una desgracia calladitos vamos y ayudamos, es que crecimos así, todos apoyándonos en las buenas y en las malas”, afirma don Juan. Ahora son los nietos los que están empapados de este sentimiento de comunidad. De hecho, en las navidades se organizan para asegurar regalos para todos los niños de la población. Este año ya están listos para apadrinar a los pequeños más necesitados. “Viene el Viejito Pascuero y le trae regalos a todos, nadie queda sin su paquetito” cuenta Juan, y explica con malicia que “nuestro Viejito Pascuero es más moreno eso sí, les decimos a los niños que es africano y los peques creen igual y corren tras de él, aunque se caiga de la camioneta, como nos pasó una vez”, comenta entre risas.
Así, concuerdan en que la solidaridad es lo que más está presente en la población y de hecho varias veces al año se hacen actividades en común. “Al principio teníamos rejas de madera nomás y para el 18 pintaban todas con cal, ni le preguntaban a uno, jajaja. Se adornaban las pasajes y habían muchas actividades bonitas”, señala Juan. “Uno conoce a todos los vecinos de por aquí, son de toda la vida. Algunos incluso se han ido pero se han regresado porque aquí están las raíces”, afirma su señora. Aunque reconoce que “antes la gente era mucho más unida, ahora se han ido como alejando. Antes para un Año Nuevo, todos los vecinos salir a abrazarse en la calle, ahora ya casi no salen. Nosotras de chicas nos íbamos por todos los sitios y dábamos la vuelta a la manzana dándole el abrazo a todos los vecinos, y todos nos ayudábamos y lo bueno es que eso todavía existe. Si hay necesidades se hace un bingo, cualquier cosa, porque entre todos nos ayudamos, aunque se estén peleados se ayuda igual sin mirar a quien”.
Juana concluye: “Lo Hermida para mi es el Ave Fénix, que revivió de las cenizas, que viene desde abajo, que se ha esforzado, con gente trabajadora, que día a día hacemos vida de barrio y ojalá que nunca se pierda eso, que siga la magia aquí, que se celebren las navidades, que nos acompañemos cuando uno necesite de otra persona, así como somos, como el Ave Fénix”.
Al cumplir 50 años, sus vecinos tienen mucho que decir. “Yo veo el futuro de Lo Hermida sacando alcaldes, sacando Presidente, tirando pa’ arriba cada vez con más fuerza. Con la magia que tiene vamos a llegar muy lejos”, sentencia Juan.
Que buen relato, lleno de vivencias y lugares comunes que muchas veces callamos, parte de esta ciudad depende de una u otra manera de miles de manos y cabezas que trepando los cerros cada día hacen de Chile, un país donde todos cabemos…