“Hay especies que se propagan acá abajo, pero la semilla puede volver a la cordillera y en la cordillera se puede crear un bosque por esa semilla. Esto forma parte de un equilibrio y por eso necesitamos el máximo cuidado, que el Mapocho no que siga siendo el patio trasero de Santiago”, asegura Joaquín Moure fundador de la iniciativa de la que hoy también forma parte, Camila Chamorro.

El río Mapocho está vivo. Por sus 110 kilómetros que atraviesan 16 comunas, conviven pequeños peces (sí, leíste bien), aves, mamíferos y reptiles, además de una rica flora silvestre con nombres tan rimbombantes como Don Diego de la noche y Estrella azul de la cordillera.

Familia de pato jergón. Crédito de foto: Mapocho Vivo.

Así lo saben y han investigado, Joaquín Moure y Camila Chamorro, quienes a través del proyecto Mapocho Vivo buscan reivindicar el valor de este caudal y sus alrededores.

“Con el año que llevamos trabajando, hemos identificado más de 100 especies nativas, entre flora y fauna. Lo impresionante es que al bajar, se te abre un abanico de especies, de plantas, de tesoros que están acá sin ningún cuidado”, nos cuenta Joaquín, con quien conversamos con los pies en el agua a la altura del Puente Lo Curro en Vitacura. En este sector bajó por primera vez en agosto de 2019, tras un paseo en bicicleta: “vi el agua limpia y cuando bajé y metí las patas al agua, pude ver siete peces bagres del tamaño de un dedo meñique, y me pregunté cómo nadie está acá, cómo no he visto esta noticia y empecé a documentarlo, a fotografiar, y a estudiar de flora y fauna nativa. Esta ha sido mi sala de clases”.

Según nos cuenta, el también agrónomo y muralista, en el tramo entre las comunas de Lo Barnechea y Santiago sólo existen 10 accesos para bajar al río, varios de ellos informales: uno en Padre Hurtado; otro a la altura del puente de Lo Curro y unos metros más abajo; luego cerca de Casa Piedra y el Parque Bicentenario (ambos con rampas); otro frente a la Torre Santa María y finalmente los que son las entradas al Mapocho Pedaleable en el Puente La Concepción, Huelén, Puente Purísima y Puente Los Abastos, estos últimos abiertos sólo en algunas épocas del año.

Mapocho limpio
Durante décadas, el río fue el receptor de las aguas servidas de 13 comunas de la capital, pasado que ha permanecido en la memoria de los santiaguinos y que se suma el hecho de lo lodoso de sus aguas, que visto desde arriba, refuerzan la creencia de que el Mapocho está contaminado. Sin embargo, el año 2003 Aguas Andinas inicio el Plan de Descontaminación de Aguas Servidas, y ya para el 2010 se cerraron definitivamente las bocas de descargas de las “aguas negras” que se encauzaron por un ducto y que tiene como destino distintas plantas de tratamiento. En resumen, hoy el Mapocho es limpio y también inoloro, lo que ha permitido una amplia biodiversidad, especialmente en los tramos más cerca de la cordillera y antes de desembocar, en Peñaflor, Talagante y El Monte.

 

De ahí el interés de Mapocho Vivo por difundir los tesoros vivos del afluente y terminar con su mala fama. “Existe un prejuicio. Está mal visto bajar al río porque antiguamente era sucio, y porque en algunos sectores hay gente que vive ahí, y otros que se drogan o beben alcohol… pero bajar es volver a conectarse con la naturaleza, y es necesario que sea seguro tanto para los humanos, como para la fauna y flora que habitan aquí”, comenta Joaquín. A lo que agrega Camila sobre los sectores convertidos en microbasurales: “el Mapocho tiene riqueza por todos lados, el desafío es que la misma ciudadanía, se interese y no le dé la espalda al río. Entre más gente baje, más gente reforeste con especies nativas y se limpien los sectores más descuidados, más se va a generar ese espacio y el interés del municipio de preocuparse del río en esos tramos”.

Por ello, tres a cuatro veces por semana, bajan a registrar y aprender del Mapocho, su vegetación y sus animales, para elaborar un detallado catastro que contenga los nombres científicos de las especies nativas y cómo eran conocidos por los ancestros indígenas, además de sus usos medicinales y comestibles. Gran tarea que ha llamado la atención de otros grupos dedicados a la protección medioambiental y que esperan conectar con entes educacionales, como por ejemplo el Museo Nacional de Historia Natural.

 

Cuando les preguntamos por las seres que más les han sorprendido, enumeran aún con asombro: el pato jergón, la garza bruja, el búho tucuquere, escarabajos acuáticos, coleópteros color turquesa, cigarras y lo más increíble un cangrejo de río llamado pancora. “La encontré de noche, caminando por el agua iluminando. Me caí de lo sorprendido, uno por su color azul metálico, y lo otro, porque entro a Google y dice declarado extinto en 1998 en el Mapocho y digo aquí está, por favor vean… No sabemos nada del río  y está mucho mejor de lo que pensamos”.

Y es que la vida en el Mapocho habla por sí misma, y es indicador de que el río está sano. En su arena, no es difícil imaginar un picnic, una clase de botánica  y un sendero transitable para todas las edades. Este es el desafío de Camila y Joaquín. Todos anhelamos, un río accesible y resguardado, disfrutar de su frescor, su sonido y su tremendo potencial, en el presente y en el futuro.

 

 

 

 

 

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