Una maravilla natural, una maravilla histórica, religiosa y una maravilla urbana. Así describía Benjamín Vicuña Mackenna el cerro Santa Lucía, al explicar sus motivaciones para transformar ese peñasco duro y rocoso en un jardín de aires parisinos.
Maravilla natural por su formación geológica, con abundante basalto volcánico; histórica porque fue aquí donde se colocó la primera bandera española y se dibujó la planta de la ciudad; religiosa porque también fue lugar para la primera ermita y la primera cruz de la Conquista; y urbana, por ubicarse en el centro de la capital a menos de 500 metros de la plaza principal, la Plaza de Armas.
Por estas razones, Vicuña Mackenna (seguramente el primer declarado amante de Santiago), una vez que fue designado intendente, partió con los trabajos de hermoseamiento del cerro. Tenía 41 años en 1872 cuando comenzó la hazaña del paseo urbano que abrió caminos, construyó escaleras y transformó para siempre nuestra ciudad. Cambios que dejó plasmados en El Album del Santa Lucía, volumen que contiene sus relatos y 49 imágenes que encargó a los fotógrafos Pedro Adams y Pedro Emilio Garreaud.
Cada una de estas escenas nos hablan de un Santiago de hace 140 años atrás, donde predominaban construcciones de adobe, calles de tierra y una población inferior a los 100 mil habitantes. Valioso patrimonio visual publicado junto con el término de las obras del cerro, y que fue reeditado este año por la editorial Planeta Sostenible.
Estuvimos hace algunas semanas en el relanzamiento realizado en el museo homónimo del intendente Mackenna. Ahí junto con ver el álbum original de tapa de cuero y fotografías originales, estuvieron a la venta parte de los mil ejemplares de esta reedición que reproduce las imágenes, conservando los encuadres y tonalidades originales y corrige al castellano actual los textos escritos por Benjamín.
Impresionante es pensar en las dificultades de la obra en cuanto a traslados de materiales, tierra vegetal traída de larga distancias y que algunas veces fue acarreada al hombro. Y la provisión de agua para regar los jardines, que se logró gracias a un doble juego de bombas con el poder de ocho caballos que pudo levantar diariamente 240 metros cúbicos hasta la laguna de la cumbre creada en el año 1873.
Detalles que se suman al centenar de historias que acompañan la creación de la primera plaza aérea de Santiago. Como el hecho de que en sus trabajos la mano de obra fuera la de 150 reos y que en el cerro existiera un teatro, un tranvía, un observatorio, una oficina sismográfica y un restaurante, que hoy ya no están.
Es cosa de cerrar los ojos y releer las palabras de Benjamín Vicuña: “No creemos exista en el mundo un paisaje que sea de más cómodo acceso y que presente a la vez un conjunto más grandioso de bellezas naturales, desarrollando en contraste la estructura del cerro y el relieve de sus plantaciones, con la vista de la ciudad, la de su verde campiña y de sus lejanas y elevadas montañas”.
“Preséntase aquí el Santa Lucía en su más pintoresco desarrollo, teniendo en el primer plano la ciudad, por entre cuyas sombrías techumbres y mojinetes de anticuada teja, se destaca la moderna e inconclusa Torre de la Merced. Los Andes, velados por la niebla matinal, forman al fondo la perspectiva. Es esa una vista de invierno”.
“Esta perspectiva, gemela de la que precede y que completa el panorama que el Santa Lucía ofrece a la ciudad tendida a sus pies, ha sido ejecutada desde una de las altas ventanas de la Iglesia San Juan de Dios en la Alameda. Por esto la Torre de las Claras, hecha al parecer de alcorza y miga de pan, se muestra como incorporada, por un efecto de interposición de luz entre las demás obras del paseo”.
“Una de las construcciones más elegantes y mejor concebidas del paseo de Santa Lucía es su pórtico principal. Compónese de dos columnas de 6.50 metros de elevación y han sido formadas, la una, de 106 piedras basálticas y la otra (la de la izquierda), de 114 trozos engastados en cimiento romano y envueltos en yedras trepadoras. La reja de fierro forjado que une las dos pirámides mide ocho metros y este es el ancho mínimo de los caminos del Santa Lucía”.
“Forma sin duda el edificio del restaurant la construcción más agradable del paseo y la mejor adoptada por su estilo. Es un chalet suizo hábilmente ejecutado por el constructor Henes y tiene la solidez suficiente para resisitir a los violentos ventarrones del sur que en ciertas épocas del año (de noviembre a enero) soplan durantre tres o cuatro horas al día. Por esta razón no se hizo más elevado”.
“Las familias de Santiago habían mirado hasta aquí con cierta enojosa distancia el hábito doméstico de comer fuera de su casa. Pero desde que el chalet suizo abrió sus puertas con su elegante menaje, sus graciosas paredes pintadas al óleo sobre tela por Dupré y sus magníficas vistas en todas direcciones, ha comenzado aún la gente más aristrocrática a frecuentar este restaurant a la ve elegante y de confianza y en el cual puede gozarse a voluntad del aire libre o de aposentos abrigados. En él se ha dado también una serie de banquetes políticos o sociales y entre otros se recordará el ofrecido a la Ristori que dio por resultado salvar a vida de un hombre que al día siguiente iba a ser ajusticiado”.
Los antiguos edificios de la Fortaleza Hidalgo estaban cubiertos de un feo tejado de dos aguas que deslucía la perspectiva del cerro, en cuaqluier dirección que se contemplase. Por esto, con un costo considerable se derribó ese techado y se sustituyó con una terraza de asfalto y de madera, tan robusta está que sólo en los materiales empleados se han gastado dos mil pesos. Allí se ha acumulado como en un sitio adecuado todos los juegos infantiles del paseo; descollando el predilecto carrusel en el centro de la plataforma.
“Debiera llamarse la última Portada de la calle de La Merced, porque la costearon sus vecinos, pero el vulgo la ha bautizado con el nombre del caballo’ que corona el robusto arco que la forma. Este arco mide, como el de la estatua ecuestre de Nerón en Pompeya, 6.50 metros de alto y 4.50 de ancho. El caballo fue traído de Europa por don Francisco Gandarillas y obsequiado al paseo, del cual constituye una de las más interesantes obras de arte. Los cuatro empinados postes que cortan la persectiva son otros tantos mástiles de banderas para los días de fiestas especiales”.
Revisa una parte de la reedición de editorial Planeta Sostenible
La versión antigua en el sitio de Memoria Chilena