*Por Paulina Cabrera C.
Ya han pasado casi dos décadas de esa fría mañana del 30 de junio de 2002, cuando en pleno invierno y con un grado de temperatura, cuatro mil personas se desnudaron en el Parque Forestal. Una masa de cuerpos y piel frente al lente del fotógrafo estadounidense Spencer Tunick que literalmente quedó boquiabierto ante la inesperada alegría del chilen@.
Uno de esos cuatro mil “piluchos” fui yo.
Recuerdo haber salido las 6.00 de la mañana de mi casa cuando todavía estaba oscuro.
Vestida de buzo, abrigo y zapatillas, me encontré con un amigo para ir al encuentro de la cita desnuda. Los alrededores del MAC estaban cercados de vallas, y al otro lado un centenar de gente esperando y gritando «en pelota, en pelota». Los más entusiastas venían del carrete tras el partido de Chile-Paraguay en donde la Roja ganó 3-1 y logró avanzar en la clasificación de la Conmebol para el Mundial de ese año. Era mucha la gente y pocos los organizadores. Apenas tres personas intentaban ordenar a la masa que no hallaba la hora de empilucharse.
El reloj marcó las 7.00 y de la foto de Tunick todavía nada. Los ánimos comenzaron a agitarse. Por calle Ismael Valdés Vergara un grupo de evangélicos con biblias en la mano pedían perdón por tanto «desgenerado»gritando que el centro de Santiago se había convertido en Sodoma y Gomorra.
Tras hacernos caminar por el costado del Bellas Artes, esperamos otra vez hasta que se dio la instrucción de quitarse toda la ropa antes de pasar las últimas vallas. Llegó la hora y ahí quedé primero en topless y luego sin nada, tomada de la mano de mi amigo.
Increíblemente no había ni vergüenza ni frío, sólo dolor en los pies por el maicillo helado del parque. La multitud no paraba de reír, de correr y de gritar Viva Chile y entonar el himno nacional. Alguien dijo que era como estar en el Paraíso de Adán y Eva.
La calle se hizo chica. Algunos terminaron en las escalinatas del Museo y sobre la escultura de Rebeca Matte, mientras un asombrado Spencer no sabía mucho que hacer, encaramado en una escalera dando instrucciones. La primera foto fue ahí, junto al Bellas Artes, todos recostados, entre silencios y risas.
Nos pidieron después avanzar al costado del río Mapocho. Y ahí nos encontramos con los mirones y periodistas que se contaban por docenas. Vino la segunda foto, esta vez sentados y después echados hacia atrás, a un costado del Forestal. Uno de los organizadores pidió «no sonrían por favor», lo que ya a esa hora no tenía ningún sentido.
Terminó la captura, y fue la carrera por ir a buscar la ropa. Junto con el calor de ponerse pantalones y abrigo otra vez, algo había cambiado. Quienes vivimos ese momento compartimos una gran sensación de humanidad e igualdad, como nunca antes. No había importado ni ser gordo, ni flaco, ni el color de la piel, ni las formas.
El parque quedó lleno de ropa tirada. Calcetines, zapatos, bolsas plásticas y basura. Pero también quedó la poderosa energía de una experiencia única.