Era tarde, más que tarde. La marcha había comenzado al mediodía, y yo una hora después, recién llegaba a la Plaza de Armas. Esperaba encontrarme con algún zombie atrasado, alguno que fuera a la cola de la caminata que llevó a miles de «muertos vivientes» hasta el Parque Almagro.
Y tuve suerte. Bajo un intenso calor, todavía quedaban unos treinta, algunos de ellos retocando sus ropas rasgadas y sangre simulada.
Zombies más preparados que otros, con pelucas, dientes de vampiro, y sí o sí, con mucho líquido rojo encima. Entre ellos, un trío de amigos me contaba que la razón para estar ahí, era solo pasarlo bien. Ni tomar parte de las protestas estudiantiles ni ninguna demanda, simplemente compartir un rato divertido. «Queremos comer cerebros, estamos hambrientos», me decía el zombie con cadenas y alterego de Esteban, un estudiante de ingeniería en informática. A su lado, Ricardo e Isis, futuro sicólogo y diseñadora gráfica, posaban para la foto con cara de malos, mientras se retocaban la sangre a base de gel para pelo y colorante vegetal.
Pese a la fealdad recreada voluntariamente, ninguno tenía aspecto horripilante. Si hasta escuché a una niña preguntarle a su pololo: Me veo linda como zombie?
Me pregunto si una vez que iniciaron la caminata alguno de los zombies se topó con los otros dos grupos que marchaban ese día por la capital: los «indignados» y los católicos que llenaron Plaza Italia. Esa sí que hubiera sido una buena foto.
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