*Por Paulina A. Cabrera Cortés
Esa es la pregunta que por años me hice al pasar caminando por la vitrina de Trieste, una de las pocas sastrerías que van quedando en el centro de Santiago y que está en uno de los pasillos de la Galería La Merced. Aquí, mañana o tarde, vestido de impecable traje y leyendo el diario, se puede ver al que supe después es Rafael Pavlic Skerlic (88). Sastre de oficio, que en 1955 llegó a bordo de un barco a Valparaíso, “con lo puesto”, un par de tijeras, una huincha de medir y una máquina de coser Singer que aún tiene guardada “por ahí”.
Ese día de verano lo recuerda bien: “Me vine directo a Santiago. Era el 5 de febrero, lindo sol, calor. Había que trabajar porque no había nada en el bolsillo. Revisé las sastrerías y el lunes busqué trabajo, pero todos estaban de vacaciones”.
La suerte quiso que en calle Bandera se encontrara con un paisano, que le dio su primer y único empleo. Todo lo que vino después, lo llevaría a independizarse hasta tener su local.
¿De dónde es usted?
Todavía no estoy decidido (dice riendo). Nací en Italia, viví en Croacia, luego en Eslovenia y volví a Italia. Cuando estaba en Croacia me decían el chico italiano y cuando estaba en Italia, el chico yugoslavo. También soy chileno.
¿Cómo se hizo sastre?
Terminó la Segunda Guerra y había que empezar la vida de nuevo. Había que aprender algo con qué defenderse en la vida y se me ocurrió ser sastre y todavía lo soy. Partí a los 16 años en Trieste, una ciudad pequeña, a la orilla del mar (al norte de Italia).
¿Por qué se vino a un lugar tan lejos como Chile?
Para no volver más… En Europa desde que tengo uso de razón, la gente emigraba para América, y normalmente iban a Norteamérica, a mano derecha. Yo me equivoqué, me fui a la izquierda y no estoy arrepentido.
¿Le gusta Santiago?
Me gustaba, hoy día Santiago es un infierno, no es vida. Todo es lejos, todo es complicado, hasta para andar por la calle. Antes había poca gente, poco auto. Santiago no era tan chico pero la gente se ubicaba, hoy día no se ubica nadie. Santiago creció mucho, muchísimo. Cuando yo llegué, Pila de Ganso era ya fuera de la ciudad, del canal San Carlos al sur eran parcelas y campo. Era otra cosa, habían cosas más interesantes en ese tiempo, menos cosas pero buenas. Ahora hay muchas cosas, pero mucha basura.
Es parte del mundo global que tenemos… un poco de todo y eso también llega a la ropa
Los chinos son muy inteligentes, hacen trajes malos porque si hacen ropa buena quien le va dar trabajo a los chinitos. El aburrimiento es la peor enfemedad que puede haber, que es lo que me está pasando a mí… por que trabajo no hay.
AÑOS DORADOS
El primer mes que vivió en Santiago ganó cuatro mil pesos, que apenas le alcanzaban para la pensión. Aprendió rápido español y también donde comprar las telas y los botones, lo que le permitió independizarse logrando confeccionar a una velocidad de dos trajes por semana. Cosía en la misma pieza donde dormía y poco a poco, se fue haciendo de clientes que lo fueron recomendando de boca en boca. “Conocí una familia italiana que tenía un emporio en Alonso Ovalle con San Ignacio, primero un traje, luego un abrigo, otro traje de dos piezas y otro abrigo, así trabajé 85 días para esa familia y sus parientes. Y un día que el matrimonio salió a dar una vuelta por Plaza Italia, una señora rumana los paró y les preguntó por el abrigo. Ella trajo al padre, a los amigos, a los parientes… fueron 120 días de trabajo para la familia rumana”, recuerda.
¿Y cuándo se instaló con su local?
Justamente con estas dos familias, junté un poquito de plata y pensé “hay que invertir en algo que me dé más”. Como no había clientes compré tela, hice unos 12 pantalones y unas 5 chaquetas y fui a vender a la mina Disputada de Las Condes. Vendí todo bien vendido. Después de eso, me instalé en Huérfanos con Estado, en el subterráneo del Edificio Astor donde estuve 20 años.
Y de ahí se vino para acá, a la galería con su local Trieste
Sí, en el 76. Estaba recién hecha la galería y el edificio de estacionamiento. Yo fui el tercero en llegar. Después se fueron sumando locales de pesca y caza, una zapatería, una camisería.
¿Cuándo fue el auge de su clientela?
Fue una maravilla del año 77 al 82 hasta el mes de junio y de ahí nunca más fue bueno… Y cada día es peor. Los militares dieron chipe libre para trabajar en los talleres, pero ahora puro blablabla para el pequeño empresario, pero nos están aprentando por el cuello.
Pero usted no se da por vencido, sigue viniendo todos los días…
¿Y dígame qué hago? ¿en qué me entretengo, de qué vivo? aquí por lo menos converso con alguien. El otro día fue a ver la patente a la municipalidad y me apuré en volver para abrir como siempre, pero no hay clientes.
LO QUE QUEDA
Antes era tal la cantidad de trabajo que no paraba desde las 7 de la mañana a las 11 de la noche. Sin embargo, ahora escasean quienes pueden pagar un traje a la medida que por lo bajo cuesta 750 mil pesos. Vestimenta que dura por décadas, como las chaquetas que tiene en los colgadores, hechas con telas que no se volvieron a fabricar. “Antes, los pobres no podían gastar, no vestían bien, pero la gente que podía pagar se vestía muy bien, se hacía muy buenos trajes. En Chile había cuatro o cinco colores de tela no más. El negro, azul, plomo más claro y más oscuro, café y café moro, pero tela muy buena. De Oveja Tomé, Fiat Tomé y después Bellavista Tomé, telas tan buenas como la mejor inglesa».
¿Y le quedan de esas telas?
Compré en aquel tiempo, en el 78, y nunca más compré… solo una que otra.
Entre tanta oferta de hoy ¿se puede diferenciar en la calle un traje hecho a la medida?
Se nota en el calce. Muchos clientes viajan, y me han venido a preguntar ¿qué haces al traje que estuve en Milano y me encontraron que el traje estaba hecho de medida, qué haces para que se note? El traje de medida si es medida como corresponde, es notorio de lejos, para el que entiende.
¿Y tiene heredero de su oficio?
Tengo un hijo hombre que quería ser sastre (es separado de una chilena, tiene tres hijos y nueve nietos). Le dije esto es muy sacrificado así que tómatelo en serio, así que le quité el entusiasmo y es abogado. Para ser sastre, uno podría ser monje o cura, porque hay que tener paciencia de santo. Hay clientes muy buenos y gente muy buena, pero muy fregada. Tengo clientes a los que les digo, prefiero tenerte como amigo que cliente, porque son muy exigentes y quieren pagar poco.
¿Sus clientes son muy vanidosos?
El mundo entero es mañoso porque se manda a hacer, sino se manda a hacer se compra cualquier cosa y se amomoda a lo que hay. Antiguamente no había otra opción, hoy si no es mañoso, se compra hecho.
Mientras escuchamos un partido del mundial por la radio, pienso que el mesón debe estar intacto hace décadas. Moldes en tela azul, tizas, tijeras, alfileres y la infaltable huincha de medir.
-¿Y usted todavía cose?, es mi última pregunta. Y me responde: “Yo puedo pegar un botón y hacer algo poco (tiene un ayudante). La vista no me acompaña, los dedos perdieron la práctica pero doy gracias a Dios que la tijera todavía funciona. El día que no tenga pulso me tengo que ir. Yo tomo la medida, corto, pruebo y converso con los clientes”.
- Dónde: Sastrería Trieste. Local 31-A Galería La Merced, Huérfanos 635
- Cuándo: De lunes a viernes de 10.00 a 18.00 horas
- Teléfono: 22 638 4854
Pauli!! Linda nota podrías hacer una versión audiovisual. Abrazos y cariños
Síiiii, de todas maneras. Un abrazo grande!
Gracias, Paulina, por detenerte en la persona de Don Rafael…
Qué bueno que te gustó la historia. Saludos Diana!