De lejos parece una cúpula de seda, y de noche, cuando está encendido, una gran flor que ilumina la ladera de Peñalolén. Hablamos del Templo Bahá’í, el octavo en el mundo y el primero en América del Sur, que se encuentra en su última de etapa de construcción.

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Crédito foto: templo.bahai.cl

De nueve lados, con una planta circular y una cúpula central, el espacio traduce lo que profesa esta religión: una clara y sencilla unidad. Aquí, no hay altares ni clero, sino que silencio para orar y especialmente para meditar.

“El número nueve simboliza la perfección, la universalidad y la apertura. No hay dígito más alto que el nueve, así que tener un edificio de nueve lados, simboliza que del lado que tu vengas, independiente de tu condición o religión, subsiste una misma esencia espiritual, que está simbolizada en la cúpula”, nos dice Eduardo Rioseco, director del templo y seguidor de esta fe desde hace 18 años.

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Crédito foto: templo.bahai.cl

La religión, fundada por Bahá’u’lláh hace más de un siglo y medio en Persia (hoy Irán), tiene más de cinco millones de creyentes en el mundo y en Chile cuenta con una comunidad de seis mil personas que desde la década del cincuenta abogó para que se construyera el templo en Santiago. Primero se pensó en Colina, pero finalmente la decisión fue estar más cerca de la gente, asegura Eduardo: “este es un espacio ideal porque está un poco aislado, pero en diálogo permanente con la ciudad, desde la ciudad se ve y desde acá se ve a la ciudad».

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Crédito foto: templo.bahai.cl

La construcción de la casa de adoración -que tiene un costo de 30 millones de dólares y se suma a los templos de Australia, Alemania, Estados Unidos, India, Panamá, Samoa y Uganda-comenzó el año 2010 en los que eran los terrenos de la cancha de golf del Grange. Tal como el resto de los edificios, cumple con la condición de tener nueve lados, aunque en Chile la distinción pasó por dar un tratamiento especial a la luz, como símbolo de lo divino. Se diseñó sacar el máximo provecho al sol, y cuando decimos máximo, es máximo porque las paredes son translúcidas dejando pasar los rayos que llegan durante todo el día.

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El responsable de esta maravilla arquitectónica es el canadiense Siamak Hariri, que ideó un esqueleto de acero revestido con vidrio fundido y mármol, que logra hacernos creer que esta casa flota en el aire. Son 30 metros de diámetro por otros 30 de alto, conformados por un perfecto y asombroso puzzle. “Cada ala tiene la misma forma exterior, pero las nueve mil piezas que la forman son todas diferentes” explica Eduardo.

El acero vino de Turquía y el mármol de Portugal, mientras que una empresa alemana fue la encargada de cortar los bloques y hacer el envío por barco, en una titánica operación que termina en octubre, una vez que el templo abra las puertas al público.

Estas semanas se está construyendo el camino de entrada que irá por Diagonal Las Torres a la altura de avenida Grecia y también los jardines del templo, que contemplan flora nativa (ocho mil árboles), nueve espejos de agua y una gran escalera para el ingreso principal. Dentro del recinto, se instalarán bancas, el único mobiliario del lugar, que además dispone de un balcón interior, ideal para una meditación más individual y profunda.

La capacidad será para unas 500 personas y lo mejor, es que estará a abierto a todo el mundo. No habrá ni ritos, ni imágenes. Sólo algunos cantos de textos devocionales en algunas ocasiones, y principalmente silencio para los creen y los que no, y los que quieran conectarse con Santiago desde otra perspectiva.

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Crédito foto: templo.bahai.cl

«Desde el año 2010 hemos ido construyendo una relación con los vecinos de Penalolén, ya hemos invitado a grupos de vecinos, hemos tenido reuniones de oración, anticipando lo que va a ser cuando el templo esté operando», nos cuenta Eduardo.

El día que fuimos a conocer el templo, también conversamos con Claudio y Daniela, otros dos seguidores de la fe bahá’í, que tienen en común la conciencia de vivir desde la unidad en lo cotidiano. Cada uno llegó a esta religión, por sus búsquedas personales de sentido, logrando paz y respuestas en esta fe que entre sus manifiestos propone el abandono de todo prejuicio, una educación obligatoria y la idea engañosamente sencilla que la unidad es el eje que nos permite construir lo que necesitamos.

«Si una persona tiene 10 defectos y una cualidad, hay que concentrarse en esa cualidad y olvidarse de los defectos. Todos tenemos algo bueno, y cuando nos conectamos con eso, sentimos afecto por el otro, se crea una onda de simpatía, un nexo que ayuda a la otra persona a mejorar. Querer a una persona cariñosa, buena onda, es fácil, la gracia es poder querer al pesado, al prepotente, haciéndolo así, descubres tu ser interior y pasas el día contento, con buena energía», apunta Claudio, profesor de ingeniería de la Universidad de Católica del Norte.

De esta manera, para sus seguidores, el templo es un recordatorio de la posibilidad de conectarse con esa dimensión de la vida, «es en la cotidianeidad en donde tenemos que ser constructores de unidad, ser esa luz que simboliza el templo y llevar esa luz a todos. Esperamos ir ejerciendo una influencia en la ciudad, tampoco pretendemos que de la noche a la mañana Santiago sea un paraíso sobre la tierra, pero sí será una contribución sutil», concuerdan.

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