Es domingo y en las fachadas de las casas de calle Sierra Bella cae el sol por la tarde. Falta un rato para las seis, y hay más que nada silencio en las cuadras que separan avenida Matta de Plaza Bogotá.
Sólo unas trompetas que se escuchan a lo lejos, un vendedor de challa que se instala en la vereda y una que otra chola, anticipan lo que ocurrirá más tarde. Estamos a media hora de que parta el carnaval San Antonio de Padua (el 24 que vive el barrio Matta Sur y el primero que vivimos nosotros) y a medida que pasan los minutos el silencio se va transformando poco a poco en explosión de color, tambores y silbatos.
Veo salir de un auto a una familia entera vestida en tonos brillantes, que me llevan hasta Catalina Aguilera, parte del grupo Intiñan de Macul.
Mientras trenza el pelo de su compañera, me dice que viene de una familia con tradición folclórica, que desde chica sus papás le inculcaron el baile y que estos últimos meses han sido de pura preparación: ¨partimos en julio con la Fiesta de la Tirana en el norte, la mayoría baila allá y ya volviendo a Santiago nos preparamos de lleno para este carnaval, sacando trajes nuevos, preparando pasos, arreglando las máscaras de diabladas, poniéndole luces a los tongos¨.
Las últimas dos noches las pasó trabajando en su traje nuevo y también en el de sus hijos Vicente y Felipe de seis y dos años, que también participan del desfile. ¨Los niños que ves son hijos de los integrantes, nacen en esto y les encanta el carnaval. Lo esperan, se preparan, ensayan y lo viven, en el caso mío desde que estaba embarazada de ellos, así que espero dejarles este legado¨.
Catalina es una de los 35 danzantes de su grupo que también incluyen diabladas, máscaras y figurines y que se suman a la larga lista de agrupaciones que celebran la festividad hace 24 años. ¨Este carnaval no sólo reúne los bailes de la Fiesta de la Tirana, sino que también murgas y batucadas, que buscan llevar la cultura a las calles, llenar de color a Santiago¨ nos cuenta sobre el carnaval que partió en 1992 de la mano de la compañía de teatro La Empresa y la Parroquia San Antonio de Padua. El motivo inicial fue rendir tributo al santo patrono de la antigua iglesia ubicada en calle Carmen con Maule y también despercudirse del apagón cultural dejado por la dictadura.
Si bien, hoy la Iglesia no tiene relación con la organización del carnaval, este si mantiene elementos religiosos y paganos, definiéndose como una fiesta mestiza en donde se mezclan comparsas andinas, afroamericanas y diferentes expresiones carnavaleras de la ciudad.
Es así, como entre los cientos de artistas vemos a bailarinas emplumadas al estilo carioca, zanquistas, guerreros y hasta un arlequín. Entre ellos, está Heiting y Ernesto Bravo. El primero, parte de grupo folclórico de Renca y Quilicura, y que esta tarde se estrena como participante. ¨Es una bonita experiencia. Siempre había querido pasar a este rama de bailarle a la Virgen, y hoy me tocó el papel de Achachi¨, revela este descendiente alemán-mapuche, sobre su traje con máscara y pelo amarillo que representa un español a cargo de un grupo de esclavos.
El segundo, es para nuestra sorpresa el hijo del director organizador de este carnaval. Ernesto Bravo, que llama la atención por su torso pintado de dorado, y quien lleva 20 de sus 21 años participando de esta fiesta.
Miembro de la Escuela Carnaval Pitamba, asegura que no se ha perdido ni una sola versión.¨Ha sido muy intenso y lindo nacer en esto, experimentar muchas cosas culturales que no en todos lados podemos apreciar, es un trabajo auto gestionado, así que orgulloso de estar acá. El personaje que tengo ha ido evolucionando, cambiando de color según las temáticas que trabajamos. Este año es de la primavera y represento a un dios maya, que mezcla parte de esa cultura y algo propio¨ revela orgulloso sobre la vestimenta que tiene un armazón de plumas negras.
Y así, unos minutos pasadas las seis de la tarde, con quienes estaba conversando se unen a la calle y esperan su turno. El animador apostado en el escenario de un camión, da el vamos y parte el desfile de más de dos horas en donde sobran las sonrisas. En cada esquina hay una postal de esas que te quieres llevar para siempre. Un papá orgulloso ve a su pequeña bailar en un traje de hada blanca, otro con su hijo en brazos salta al compás de los tambores, más allá una señora se ríe al paso de la batucada tapándole los oídos a su perro y unos metros calle arriba, una mujer intenta seguirle los pasos a las cholas.
El ruido de los tambores, los platillos y los silbatos, se juntan con los gritos tribales y se espantan todos los demonios. A mí también me dan ganas de saltar y llevar un traje brillante. Por ahora disfruto, que todo esa alegría desbordante y baile, me traspase y me contagie.
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