El imponente y restaurado Monumento Histórico sumará un nuevo hito a sus intensos 149 años de historia. Tras las elecciones del 11 de abril próximo, se convertirá en la sede donde los 155 miembros de la Convención Constitucional escribirán la nueva Carta Magna. Sus renovados salones serán los espacios del trabajo cotidiano de los constituyentes, que a la hora de sesionar en plenarios y en comisiones, utilizarán la sede del Congreso en Santiago.

La inmensa construcción que ocupa la manzana de Huérfanos con San Martín, fue encargada por Luis Pereira Cotapos al arquitecto Lucien Henault -el mismo autor de la Casa Central de la Universidad de Chile, el ex Congreso Nacional y el Teatro Municipal de Santiago- que dejó una impronta neoclásica francesa sobre el volumen de dos pisos en albañilería de ladrillo. El gran distintivo del inmueble de 1872 fue su distribución en torno a una galería en forma de cruz, decorada con finas molduras y una cubierta vidriada (que podía abrirse en verano gracias a un sistema de poleas), que dividía el primer piso en cuatro sectores de igual dimensión.

Tras la puerta de fierro con el monograma familiar y dos querubines, que se mantiene hasta hoy, se daba paso a un pequeño recibidor con muros estucados. Según consta en una investigación de Brügmann Restauradores, tras una mampara de vidrio se dejaba ver la espectacular bóveda, iluminada por una pequeña lucarna cuadrada con vidrios de colores. Aquí comenzaba la galería con pavimento de mármol y con techo vidriado en tres de sus brazos,  que conducía a diversos salones, oratorio, jardín de invierno, escritorio y sala de música. Al lado poniente, se ubicada un departamento privado; hacia el oriente un comedor conectado al corredor de servicio y en el ala norte, el jardín que tenía una fuente de agua, las cocheras, el gallinero y las habitaciones de la servidumbre. En la segunda planta estaban los dormitorios de la familia, con ventanas con frontones triangulares y un hermoso trabajo en fierro en los balcones.

Una gloriosa y resplandeciente construcción que fue escenario de celebraciones, banquetes y tertulias que tenían como anfitriones al dueño de casa y a su esposa Carolina Iñiguez Vicuña, conocida por su belleza, irreverencia y humor, y que fue la inspiración para que Luis bautizara a su viña como Santa Carolina.

Por los pasillos podían verse esculturas francesas y en los muros, seda y tapices de Aubusson. En el comedor mobiliario tallado en encina estilo Luis Felipe y en los estucos, rosetones, medallones y ornamentadas molduras.

Parte de esta majestuosidad es la que pudo recuperar el edificio tras cuatro años de trabajos de restauración, a cargo de los arquitectos Cecilia Puga, Paula Velasco y Alberto Moletto, en un proyecto emblemático del Estado, ejecutado y financiado por el Ministerio de Obras Públicas, a través de su Dirección de Arquitectura.

El Palacio Pereira pasó de ser el emblema del patrimonio descuidado a un ejemplo de restauración y protección. Su vuelta a la vida involucró a más de 200 personas, entre las que se cuentan artistas, restauradores, escultores y toda clase de especialistas en albañilería, carpintería y yesería. Tan prolijo y detallado fue el trabajo, que las capas de pinturas de las molduras fueron sacadas con bisturí sin filo a un ritmo de un metro cuadrado a la semana, tal como lo pudimos conocer cuando se abrió el Palacio para el OH! Stgo 2017.

De esta manera, y utilizando la técnica original empleada en la construcción del edificio, se realizó la reparación estructural del inmueble, la restauración de las fachadas (incluido su color amarillo pálido), además de la renovación y restauración de los revoques de yeso y los elementos de madera y metal. Al tiempo que se equipó las oficinas y salones, con  escritorios rescatados de los depósitos de la Biblioteca Nacional y la Iglesia Recoleta Dominica, y también con mobiliario moderno diseñado por Cristián Valdés, Jaime Garretón y Juan Ignacio Baixas, entre otros. Tema aparte, es el detallado trabajo de algunos de los cielos, donde luce en vibrante color rojo, un diseño del afamado artista inglés William Morris, que fue incorporado con la técnica de serigrafía sobre tablas de madera por los artistas chilenos Alejandra Jobet y Neftalí Garrido.

Una obra gigante de renovación, que contempló además la ampliación a un edificio de hormigón armado de 7 pisos, con 2 subterráneos, que contrasta orgánicamente con el estilo neoclásico del Palacio, en donde se dejan a la vista las “cicatrices”, molduras y albañilería como testimonio de su pasado. Pasado que tuvo un largo peregrinar que partió en 1932, cuando Julio Pereira, uno de los 10 hijos y heredero del matrimonio Pereira- Iñiguez, vendió el Palacio al Arzobispado de Santiago. De ahí, en la década del 60, el edificio fue adquiridio por la Inmobiliaria San Luis y utilizado como galería comercial por un breve período; luego fue arrendado por el Ministerio de Educación para albergar al Liceo N°3 de niñas; e incluso fue tomado por el Frente de Estudiantes Revolucionarios, ligado al MIR, siendo desalojados tras el Golpe Militar.

En 1981, el Palacio es nuevamente puesto a la venta, esta vez lo compra la constructora Raúl del Río y Cía, y queda en absoluto abandono pese a que desde 1984 contaba con la categoría de Monumento Nacional. Afortunadamente, su historia daría un nuevo vuelco en el 2011, cuando el Estado decretó su compra para transformarse en la nueva sede del Consejo de Monumentos Nacionales, la Subsecretaría del Patrimonio y el Servicio Nacional del Patrimonio (ex DIBAM), todos dependientes del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.

Así y tras su reinauguración en el 2018, comienza su nueva capítulo que abre sus puertas a los constituyentes, a los funcionarios de Cultura y también a la ciudadanía, que podrá visitar el primer piso del Palacio donde se espera funcionen salas de exhibición, el Centro de Documentación del Consejo de Monumentos Nacionales, una cafetería, y una librería. Un verdadero lujo para Santiago.

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