Cuando apenas tenía 14 años, Sebastián Aguilar tomaba papel y lápiz y recorría cuadras y cuadras de Santiago anotando los nombres de los arquitectos de las construcciones que le llamaban la atención.
Era mediados de la década de los 90 y ya en esa época mostraba su interés por el patrimonio. “Estudiaba en el Darío Salas, en un barrio histórico, por lo que tenía mucho contacto con la arquitectura antigua. Habían casonas de gran valor totalmente abandonadas, pocas zonas típicas y me indignaba y me dolía que no se tuviera respeto por estos edificios” recuerda sobre el vínculo emocional y estético que tenía y tiene por imuebles como la Casona Moggia (Av. España esquina Domeyko) o la desaparecida Casa Rivas, conocida también como «Ferretería Montero» (Alameda con San Martín).
Este amor por el patrimonio lo guió a la hora de estudiar arquitectura y realizar una serie de trabajos de investigación. Como dice “un doctorado en la calle” que lo llevó junto a Rodrigo González a lanzar en el 2003 el sitio Los Postmodernos que publicaba notas de historias de edificios y que fue la antesala de lo que es hoy Patrimonio Urbano. Desde aquí y junto al equipo del sitio web, emprendió una lucha en defensa del edificio de la ex Sociedad Protección Mutua de los Empleados Públicos de Chile. La casona roja de la esquina Morandé con Rosas que ha levantado polvo en las últimas semanas por el riesgo de desaparecer.
“Hace unos años tomé nota de este edificio sin saber mucho de qué se trataba y fui encontrando datos mientras hacía otras investigaciones” recuerda sobre sus primeros acercamientos con el inmueble de 1924 proyectado por el arquitecto chileno Pedro Palma.
Se trata de una construcción de cuatro pisos, de estilo neoclásico afrancesado, con ascensor, patio de luz y una hermosa cúpula que corona la techumbre. Fue sede de la institución encargada proteger a los empleados públicos frente a accidentes, enfermedad o muerte, por medio de la cotización directa de sus miembros, y que contaba con numerosos beneficios de orden social, como servicio médico, préstamos, pensiones, seguros de vida y facilidades a los socios para la adquisición de viviendas.
El 8 de noviembre de 1917, la Sociedad Protección Mutua compró a doña Dolores Grez Opazo la propiedad que ocupaba la esquina de Morandé con Rosas por un valor de $ 201.942 mandando a construir en su lugar el actual edificio. Así, durante 50 años funcionaron en el primer piso locales comerciales y en los superiores, oficinas y habitaciones para los funcionarios. El último nivel conducía a una mansarda falsa, en la cual se ubicaban estanques y otras dependencias.
Después de pasar por varias manos privadas, el 11 de octubre de 2006, el edificio fue vendido a la Sociedad Marambio y Rodríguez S.A. y Comercial Cañaveral S.A., (que hoy conforman Inmobiliaria Morandé 2010 S.A.) por 461 millones de pesos.
En diciembre de 2013 se conoció públicamente que el proyecto pretendía levantar una torre habitacional de 33 pisos. Y la noticia provocó una campaña ciudadana que se mantiene hasta hoy.
La situación aún no se resuelve. Pese a que la Municipalidad de Santiago lo declaró Inmueble de Conversación Conservación Histórica el 26 de mayo de 2008, los dueños contaban con un permiso previo de edificación con fecha del 25 de enero de ese mismo año, apenas unos cuatro meses que marcan toda la diferencia.
El tema ha escalado al Consejo de Monumentos y la Seremi Metropolitana de Vivienda pero aún no hay claridad sobre lo que pasará.
“Me toca ir seguido a ese sector, así que trato de pasar siempre a verlo. Me encanta cada día más porque siempre encuentro un detalle nuevo” cuenta Sebastián sobre las flores y las ventanas que destacan en la construcción.
Hace unos meses pudo entrar al hall de acceso y observar de cerca su bello ascensor de reja. Pero algo que lamenta es que en todo este tiempo no haya podido encontrar alguien que haya trabajado o tenido un vínculo más cercano con el edificio.
Actualmente unos guardias resguardan el inmueble que es usado como bodega.
“La torre que pretenden construir ahí es del tipo de edificios desprovistos de belleza, con un estándar de pasillos y puertas estrechas. Si seguimos así, en 50 años más vamos a estar sobresaturados de estas construcciones que no tienen alma y cuya gracia es su gran altura” recalca sobre las abundantes hileras de edificios en Santiago Poniente que superan en altura edificaciones tan relevantes como la Iglesia de Los Sacramentinos. “Cada edificio es como una persona, hay viejos y jóvenes, pero en las personas, todos tienen el mismo tamaño” opina Sebastián.
Pese a todo, no baja la guardia. “No podemos dejar que las inmobiliarias nos quiten nuestra ciudad. Yo amo esta ciudad y quiero sentirme orgulloso de ella para mostrarla a mis hijos y nietos. Estamos plantando una semilla para que en 20 años más exista una conciencia y una política patrimonial de verdad” asegura.
Muchas gracias por la nota. Esperemos que este edificio no termine en escombros y podamos gozar de él por muchos años.