«No podemos cuidar verdaderamente algo que no amamos, y no podemos amar algo que no conocemos. Por eso conocer la geografía abre mundos, enlaza voluntades y nos coloca en ese lugar común, en ese territorio que es para todos y todas» indica Vicente Letelier, creador de la iniciativa que enseña a apreciar nuestro escenario geográfico a través de fotografías, mapas y vistas satelitales que buscan recuperar nuestra perdida «cultura del monte».
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Por Paulina Cabrera C.
Están ahí desde antes de nuestra existencia y sin embargo pocos pueden detallar la geografía que nos rodea. La Cordillera de los Andes, la Cordillera de la Costa y el cordón de Chacabuco abrazan la cuenca de Santiago. Vivimos insertos en un paisaje montañoso, sumado a 26 cerros isla, pero sólo los más apasionados y estudiosos pueden reconocer las cumbres del Tupungato o los Nevados del Plomo, dejando para el conocimiento colectivo los nombres de los más cercanos y populares, como el Santa Lucía, el Blanco, el San Cristóbal, el Manquehue y el cerro Renca.
¿Por qué estando rodeados de estos gigantes le hemos dado la espalda? Esa pregunta aún sin respuesta impulsó al geólogo Vicente Letelier (33) a partir con el Proyecto Miradores. En noviembre de 2019 se propuso elaborar un mapa geográfico de Santiago con toda la información posible en una sola imagen, que fuera simple de entender. Y en marzo de este año, iniciando la cuarentena, abrió una cuenta en Instagram para compartir su cariño y respeto por la montaña.
“Es curioso, pero en Santiago la cordillera es como un telón de fondo un poco olvidado, aparece solo después de las lluvias, cuando se va el smog y amanece entera nevada. Pero resulta que la cordillera está ahí 24/7, independientemente del smog o de la nieve” nos cuenta sobre la iniciativa que lidera junto a un grupo de cinco amigos.
Sus seguidores les envían fotografías preguntando qué cerros son y ellos las ponen en contexto, “por un lado anotamos qué cerros se ven, pero también mostramos ‘desde arriba’ toda la línea de visión de la foto, a partir de la imagen satelital. Al poner en contexto las fotos, ayudamos a que las personas empiecen a ubicarse en la imagen de satélite, y eso ha sido interesante, porque ha dado pie para mostrar otros rasgos geográficos de otras partes de Chile. La imagen de satélite (la típica imagen de Google Earth) con sus colores, ofrece muchísima información, y tratamos de aprovecharla para que la gente vaya afinando el ojo”. Después de publicados, se repite harto el comentario “llevo décadas viviendo aquí y jamás había visto el nombre de ese cerro. Y a nosotros nos pasa lo mismo. Aprendemos con cada publicación” asegura Vicente.
A paso lento, sin perder de vista la calidad de su trabajo y el cariño que ponen en él, Proyecto Miradores se encuentra trabajando en un folleto tipo tríptico para mostrar los miradores desde donde se puede ver la cuenca de Santiago, partiendo con la vista desde el cerro Calán.
Además tienen a la venta un mapa a un precio accesible ($1.000 pesos), al mismo tiempo que esperan crear alianzas con colegios y liceos para llevar sus materiales cartográficos a las salas de clases y así contribuir en hacer crecer la pertenencia con nuestro territorio.
¿Cuál crees que es la importancia de difundir nuestra geografía?
Me parece que hay varias cosas ahí. Por un lado, conocer lo que nos rodea nos empodera respecto de lo que hay, de lo que pasa y de lo que podría pasar en nuestro “territorio común”. En estos momentos, y por el contexto político que vivimos, la vinculación territorial y el trabajo de bases juegan un rol muy importante en el ejercicio del poder. Por lo tanto, conocer el territorio y tener herramientas para poder hablar sobre él, es un instrumento político importante.
Además, la vinculación afectiva con los lugares corresponde a una experiencia vital, o revitalizadora. No podemos cuidar verdaderamente algo que no amamos, y no podemos amar algo que no conocemos. Por eso conocer la geografía abre mundos, enlaza voluntades y nos coloca en ese lugar común, en ese territorio que es para todos y todas.
En la cuarta región, por ejemplo, las personas que viven en lo profundo de los valles transversales, aman sus cerros, aman sus quebradas, aman sus ríos… la gente de allá logra incluso transmitirte ese amor. Tienen una relación muy directa con el monte, que comienza en la infancia y que no termina nunca. Pero aquí en Santiago es distinto. Nuestra relación con el cerro es, a lo más, desde la distancia. Y si nos acercamos, lo hacemos con cierto extrañamiento. No quiero sonar grave, pero aquí no existe una verdadera “cultura del monte”. Nadie nos enseña a conocer verdaderamente los cerros, y eso supone un gran desafío cultural para las generaciones que vienen.
¿Teniendo una mirada más amplia de nuestro territorio, podemos abstraernos para tener otra perspectiva?
Absolutamente. De hecho, el propósito de este proyecto está justamente en esa línea, es decir, que a través de la mirada geográfica se produzca un impulso para ampliar la mirada. Y creo que hay muchos proyectos que están trabajando en esa línea, sobre todo desde bases territoriales.
En particular, este proyecto enfoca su mirada en la montaña, y creo que la montaña da para mucho. Los cerros son universos en sí mismos, y por lo tanto siempre van a existir nuevas formas de reconocerlos y reconfigurarlos. Es ahí donde quedan abiertas todas las posibilidades, todas las perspectivas. Es parte de lo apasionante del territorio, su vastedad.
¿Vivir en una ciudad con una cordillera y rodeada de cerros nos hace diferentes a otras ciudades que no tienen esa geografía?
Sí, nos hace diferentes, pero en el sentido de que nos da una “particularidad”. La gente que anda de viaje y que se mueve de ciudad en ciudad, tiene la oportunidad de hacer esos contrastes, esas comparaciones. Cuando tú hablas con viajerxs siempre ponen el énfasis en que los territorios tienen sus “particularidades”. Y para Santiago, la cordillera rodeando la ciudad es probablemente su particularidad más evidente. No necesitas saber nada de Santiago (ni de su historia, ni de su gente, ni de su idioma…) para darte cuenta de que la cordillera es uno de sus rasgos más llamativos.
Ahora bien, volvemos al problema de que lxs santiaguinxs tenemos una relación un poco ingrata (distante) con esa particularidad. Y eso es al mismo tiempo una oportunidad, porque el potencial que hay en la montaña es muy grande. No es casualidad que Gabriela Mistral se definiera como la poetisa del cerro, ella nació y creció en el monte, conoce la fuerza que tiene la montaña, su misterio, y por eso le dedica parte de su obra poética.
¿Por qué en Santiago no se da mucho esa vinculación, a pesar de estar rodeados de cerros? Es una buena pregunta, y yo no tengo la respuesta. Pero sí creo que esa tendencia está cambiando. La gente está mirando más el cerro, se está acercando a él, y eso me parece que es una buena señal, un buen desafío.