Ya casi atardece y en el sexto piso de un departamento en el barrio Bellavista, Pablo se prepara para atender a su tercer cliente del día. Meticulosamente prepara una mesa, la forra en papel alusa, saca tintas, jeringas, agujas, guantes y dibujos. Natalia se acuesta en la camilla y comienza la sesión. El ruido inconfundible de la máquina de tatuajes inunda los pasillos de todo el edificio.
Mientras abajo, en calle Pío Nono, la gente brinda entre shop y papas fritas, en este departamento se vive un mundo aparte. Es el hogar y lugar de trabajo de Pablo Valdovinos y Karina Marchant, diseñadores, pareja y socios del estudio Pequeño Tokio, especializado en tatuajes animé.
“A los dos nos gusta el tema japonés. Yo partí con tatuajes normales, pero después se fue dando por casualidad. Hice uno, se pasaron el dato y aquí estamos” afirma Pablo sobre los pedidos de personajes de Sailor Moon, Robotech y Dragon Ball Zeta, series que hicieron vibrar a la generación de niños de los 90. Se inició hace cinco años en Buenos Aires, se perfeccionó en Iquique y en diciembre se puso con el estudio, primero en Namur con Alameda en el entorno del GAM, y hoy en su propia casa.
Karina comenzó en el rubro de los entintados hace un año y ya es autora de unos 200 tatuajes. “Una amiga me preguntó si quería aprender y le dije que sí. Siempre me ha gustado dibujar y esto me fue fácil. Dejé mi trabajo en la Academia MAC y ahora vivimos de esto” asegura la diseñadora de cabellera fuxia.
El dúo se ha especializado al punto de no transar con sus diseños. “Si traen algo que no nos gusta no lo hacemos. Antes lo que importaba era que un tatuador abarcara la mayor cantidad de estilos posibles, pero ahora se aprecia lo específico” asegura la pareja que se conoció hace 10 años a través de la red Fotolog.
Y de tendencias hay mucho. Están los tatuajes clásicos de águilas y símbolos marinos, los tribales africanos, los japoneses, los pop y los “caneros”. “Estos últimos son de líneas simples que simulan un tatuaje mal hecho, como de la ‘cana’ (cárcel) pero que en realidad son así a propósito” dice Karina sobre los delineados en tinta que también lleva en su antebrazo.
La diseñadora y tatuadora tiene unos 20 dibujos repartidos en el cuerpo. “El primero me lo hice a los 18 años, con el espanto de mis papás, que después del cuarto tatuaje, simplemente se acostumbraron” recalca.
Para Pablo es igual. Se tatuó primero a los 16 años y hoy ya suma unos 40 en su piel.
“Ahora es más normal, casi como irse a comprar una polera, o como un vicio para seguir llenando los espacios, no necesariamente tienes que tener una excusa para hacerte un tatuaje” concuerdan los socios de Pequeño Tokio que sacaron su nombre de la ciudad en donde vivían los Gato Samurai, otra serie animada de los noventa.
Cuando les pregunto sobre el límite de edad para entintarse la epidermis, estos jóvenes sub 30 son enfáticos. “En Iquique tatué a un hombre de 65 años que me dijo si no me tatúo ahora, no lo hago nunca. Partió con unas letras chinas y terminó con un dragón. Lo mismo mi mamá que para entender mi mundo se tatuó un trébol” remata Pablo, haciéndome pensar que algo tengo que hacer con la pequeña estrella que tengo en mi espalda.
Dónde: Barrio Bellavista
Cuánto: Desde $30.000
Más info: Facebook Pequeño Tokio