*Por Paulina Cabrera / Entrevista a Fabriciano Rojas por Soledad de la Fuente

En la calle Compañía a la altura del 1340, unos lienzos polvorientos afirmados entre andamios se dejan caer sobre la fachada de una de las más sorprendentes construcciones de Santiago. Hablamos del Palacio de La Alhambra, la magnífica obra diseñada por el arquitecto chileno Manuel Aldunate, quien inspirado en sus viajes por el sur de España proyectó el edificio de marcado estilo morisco, inspirado en el Alhambra de Granada.

Mil 170 metros cuadrados de albañilería de ladrillo, madera y fina yesería que dieron forma a los sueños de quien lo mandó a construir: el empresario minero Francisco Ossa Mercado. Alcalde de Copiapó, uno de los propietarios de la mina de plata de Chañarcillo, senador por Santiago, filántropo y quien fuera también administrador del Hospicio de Santiago y socio del ferrocarril Santiago-Valparaíso. Pero quien murió en 1864 antes de ver terminado el inmueble. Su viuda, Carmen Cerda, vendió la propiedad en 1872 a otro millonario: Claudio Vicuña, quien emprendió la tarea de terminar la construcción de arquitectura islámica.

Dado que el arquitecto Aldunate estaba ocupado con la terminación del Congreso Nacional, los trabajos en el cerro Santa Lucía y el Palacio Urmeneta, Vicuña decidió contratar a artesanos, yeseros, pintores, marmolistas, dibujantes y ebanistas para finalizar la ornamentación del palacete. Es así como las obras se terminaron en 1877 con un resultado despampanante: columnas de mármol, puertas de nogal talladas, muros decorados por los mismos artistas que en ese entonces decoraban el Teatro Municipal, una reja dorada y una fuente de agua con 12 leones de mármol blanco, que también funcionaba como reloj (característica del Alhambra original).

Según detalla la investigación de Brugmann Restauradores, la esperada inauguración se produjo la noche del 18 de julio de ese año, días después de un diluvio que inundó las inmediaciones y que dejó cientos de damnificados. Los invitados estrenaron el espacio disfrazados de gitanos, caballeros medievales, odaliscas y mosqueteros, en la costumbre de la época conocida como “cotillón a la francesa”. Según describe el diario El Ferrocarril, del 19 de julio de 1977, “los salones de La Alhambra presentaban un aspecto encantador y deslumbrante. Ellos eran estrechos para contener a los convidados. Todas las beldades santiaguinas rivalizaban allí en belleza, elegancia i riqueza de atavíos. Las infinitas luces de las numerosas arañas que tendrían de los artesonados, iluminaban a porfía con brillantes, esmeraldas, rubíes i otras piedras preciosas con profusión señoritas y caballeros”.

La fuente de Los Leones réplica del Palacio de La Alhambra de Granada. En la fachada del edificio tiene escrito en árabe “Sólo Dios es vencedor”. Foto de la Dirac.

Saqueado durante la Guerra Civil de 1891
Así, el Palacio inició su historia como centro social, escenario de conversaciones y de la amistad del dueño de casa con José Manuel Balmaceda, quien siendo Presidente intentó realizar profundas transformaciones sociales como eliminar el monopolio del salitre, pero que terminó su gobierno con una cruenta guerra civil. Las mansiones de los partidarios de Balmaceda fueron saqueadas y destruidas por las turbas revolucionarias y el Palacio de La Alhambra no fue la excepción. Se robaron sus columnas, jarrones y pinturas, y se destruyeron muchos de sus estucos y azulejos de los muros. “Pasamos frente a La Alhambra, como se llamaba el palacio de Claudio Vicuña, Presidente electo para suceder a Balmaceda. Allí vimos, en medio de la calle, un precioso sofá y sillones de cuero de córdoba que un hombre despedazaba con un hacha. Augusto, con su gran bondad y su espíritu artístico, le pidió al hombre que no destrozara esas maravillas, que se las llevase. ‘No robamos señor’, le contestó el hombre. ´Sólo destruimos en castigo bien merecido´. Y Claudio Vicuña no tenía más falta que haber aceptado su designación por ser candidato oficial a la Presidencia de la República”, relataba Martina Barros en 1942 en su libro Recuerdo de mi vida.

El Alhambra santiaguino funcionó como cuartel de caballería y según cuenta Brugmann Restauradores, una de las fuentes de mármol llegó a servir de olla para ofrecer guisos y porotos a las tropas contrarias al gobierno.

La Sociedad Nacional de Bellas Artes, sus actuales dueños
La familia Vicuña terminó exiliándose en Buenos Aires, y a inicios del 1900 cuando volvieron a Santiago, no volvieron a vivir en el Palacio. De hecho, vendieron la propiedad al abogado y filántropo Juan Garrido Falcón en 1894, quien intentó recuperar los muros originales y los espacios interiores destruidos durante la guerra. Junto a su familia vivieron aquí por más de 30 años, tiempo en donde entabló amistad con el pintor Pedro Reszka, presidente de la Sociedad Nacional de Bellas Artes, que organizaba salones de pintura y que tuvo entre sus miembros al escultor Virginio Arias, y al pintor paisajista Onofre Jarpa.

Antes de morir, en 1940, Garrido Falcón donó el Palacio a la Sociedad Nacional de Bellas Artes, los dueños actuales del Alhambra santiaguino. “La donación tenía por objeto proteger al palacio de no caer en demolición, y que siguiera manteniendo las artes plásticas, la academia, lo clásico, ese es nuestro deber. Nosotros somos la entidad más antigua en ese aspecto y en un momento fuimos la principal que hubo en Chile”, precisa Fabriciano Rojas actual presidente de la institución.

Según nos cuenta, en 1918 más de 70 pintores fundaron la Sociedad, “era lo mejor que había en el país en ese momento, todavía tenemos algunas estrellas que han sido alumnos de aquí y que están brillando en el mundo”.

Hoy realizan ocho salones anuales en donde participan artistas de distintos países y en donde los artistas inician su carrera por alcanzar las medallas de honor. Tareas que se han visto empañadas por el estado actual de la construcción, que denota un deterioro evidente por las termitas, filtraciones y terremotos.

En 1973, bajo el gobierno de Salvador Allende, fue declarado Monumento Nacional.

De proyecto en proyecto
“Siempre hemos tenido problemas económicos porque nos financiamos con las cuotas de socios y clases de pintura, y ahora como el palacio está con problemas de restauración hemos perdido muchos alumnos porque no están las condiciones más adecuadas” asegura don Fabriciano quien partió como alumno de óleo y acuarela en 1997 y que desde el 2010 es el presidente de la Sociedad, el mismo año en que el terremoto provocó graves daños al inmueble.

Asegura que “tener un Palacio sale caro”, y que si bien los recursos de un fondo del Ministerio de la Cultura, permitió iniciar obras el año 2015 en el segundo piso de la parte delantera del Alhambra (que estaba siendo comido por las termitas), se mantienen en constante búsqueda de financiamiento para reparar el resto de la estructura.

“Terminamos el primer proyecto y postulamos otro, hasta que aparecieron problemas en las construcciones por lo hubo que modificar el proyecto, lo que nos ha mantenido aproblemados con los plazos de entrega”, explica.

De hecho, en el 2009 -antes del último gran sismo- la embajada de Marruecos se había comprometido a entregar recursos para restaurar las decoraciones de la yesería nazarí-mudéjar sin embargo el ofrecimiento debió quedar postergado hasta que se resolvieran los daños estructurales.

Así, cruzando los dedos para que no se registre otro terremoto en el corto plazo, y en medio de la incertidumbre de cuando se retomaran las obras, el Palacio de la Alhambra espera silencioso su definitivo rescate o una nueva acción filantrópica que lo saque de su letanía.

El Palacio abre para las clases de pintura y las exposiciones de los salones. Está acogido a la Ley de Donaciones Culturales y abierto a arriendo para locaciones.
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