En la década de 1870 la calle Dieciocho era una alameda de sauces con pavimento de madera, el que hacía disminuir el ruido de los carros y sus caballos. Cada 18 de septiembre, desfilaban por aquí los regimientos y las multitudes rumbo al Campo de Marte, en donde las familias instalaban sus carpas hasta por tres días para comer, bailar y beber.
Luis Cousiño, dueño de la mina de carbón de Lota, la mina de plata de Chañarcillo y la viña Cousiño-Macul, millonario y filántropo, compró casi al final de esta vía un extenso solar en donde pediría al arquitecto francés Paul Lathoud construir su residencia famliar. Al mismo tiempo propuso a su amigo, el intendente Benjamín Vicuña Mackenna, transformar el Campo de Marte en un gran parque, financiando desde los 60 mil árboles y las lagunas, hasta las estatuas, fuentes, pabellón de música y uniformes franceses de los guardaparques. Aires parisinos en un Santiago cada vez más suntuoso en donde ya existían los palacetes de los Urmeneta en calle Monjitas, el de Edwards en calle de La Catedral y los de Meiggs, Elguín y Garín en La Alameda.
Sin embargo, el destino querría que el sociable y querido benefactor de la época no pudiese alcanzar a ver su Palacio terminado. Una tuberculosis le quitaría la vida en Perú, por lo que tanto la construcción de la mansión como sus negocios (incluida una flota de barcos) pasaron a manos de su esposa, Isidora Goyenechea Gallo.
“Buscando documentación para un libro que estamos preparando con la historia del Palacio nos enteramos que don Luis contrató personal para que le enseñara a doña Isidora a llevar los negocios por si a él le pasaba algo. Era muy previsor en su vida y súper habiloso, en una época en donde las mujeres no eran muy consideradas en el plano económico y menos para hacerse cargo de un negocio”, nos cuenta Carmen Roba, administradora del Palacio Cousiño.
Con esa tarea por delante, Isidora no reparó en gastos y llenó de lujos la mansión para sus seis hijos Luis Alberto, Carlos Roberto, Luis Arturo, Adriana, Loreto y María Luz. Con 3.500 metros cuadrados, dos pisos, doce salones y una cava en el subterráneo, fue la primera propiedad en Sudamérica en poseer un generador eléctrico (comprado a Thomas Edison, amigo de la familia) y la primera también en tener, gracias a su sistema de calefacción, agua caliente y agua fría simultáneamente. Para el placer de sus residentes, de las duchas salía agua perfumada.
“Isidora, viajera incansable, lo amobló a la más fina moda de entonces. Su menaje es una típica muestra de lo que se podía adquirir en ese maravilloso París de fin de siglo. Allí están las mejores muestras de los tapiceros, bazares y casas de arte del bulevar de los italianos y de La Paz” se lee en la descripción de German Kraushaar para Revista En Viaje (1956).
En los barcos de la familia se trajeron los terciopelos, brocatos, porcelanas de Sèvres, Limoges y Maissen, muebles Luis XVI, parquet tallado a mano de nogal, caoba, roble americano, ébano y haya alemana, y palmetas con el símbolo hinduista de la suástica (que la puedes encontrar en el reconstruido segundo piso). También las entonces inéditas mayólicas italianas (cerámicas pintadas sobre loza), mármoles en distintos tonos para la escalinata principal, una serie de pinturas murales del francés Georges Clairin en las paredes y los cielos y una impresionante lámpara de lágrimas de cristal de más de media tonelada ubicada en el hall central.
Uno de los salones más impresionantes es el de baile más conocido como el Salón Dorado, con molduras y paneles laminados en oro, y que Isidora decoró siguiendo los deseos de su difunto esposo que anhelaba este espacio de espejos como una veneración al Palacio Versalles. “Una chimenea de mármol de carrara, espejos empotrados, cortinajes dorados y un plafond del pintor Ignace Domaira, complementan la ya espectacular puesta en escena del salón que también tiene mobiliario Luis Felipe compuesto por numerosas sillas, entre los que destacan dos indiscretos” con tres asientos para que las parejas siempre estuvieran acompañadas de chaperonas, indica una detallada investigación de Brugmann Restauradores.
A esto se suma un comedor con 24 sillas, con estética Enrique II, muros de nogal y aparadores con vitrinas de estilo gótico y el parque exterior que rodeaba el palacete, diseñado por el paisajista español Manuel Arana Bórica, y que tenía una glorieta, laguna, zonas de descanso, senderos y grandes árboles.
En medio de ese lujo vivió Isidora acompañada de sus amistades más íntimas, preocupada de la educación de sus hijos y de los negocios de la familia. Pasando largas temporadas en Paris y dedicándose a labores de beneficiencia para la iglesia, niños huérfanos y enfermos, tanto en Santiago como en Lota.
Arturo Cousiño Lyon fue el último descendiente en vivir en la majestuosa mansión, cediéndola en 1940 a la Municipalidad de Santiago, que a su vez la destinó como residencia para personalidades ilustres. Aquí se hospedó la primera ministra de Israel, Golda Meier; el Presidente francés Charles de Gaulle y el Rey Balduino de Bélgica. Sólo la Reina Isabel II no pudo quedarse en el Palacio porque un incendio en 1968 afectó el segundo piso que obligó a repararlo. Nueve años más tarde el recinto abriría las puertas a la ciudad como museo.
Siete años de restauración
En el año 2008 el Palacio Cousiño había ganado un proyecto para restaurar la estructura metálica y los cristales del invernadero, las esculturas de los jardines, los tapices y las decoraciones, entre otras mejoras. Sin embargo, los daños provocados por el terremoto de 2010 modificaron el plan que desvió las tareas a reforzar la estructura de la construcción. “Si bien no sufrió grandes daños, sí hubo una fachada que fue empujada por las otras. Para evitar que eso ocurriera en el futuro se hizo un reforzamiento y se unieron las cuatro fachadas, se arreglaron las grietas en la zona de la caja escalera y los desprendimiento de las cornisas y algunas que otras cosas ornamentales” nos explica Carmen Roba sobre los trabajos a cargo de la constructura Kalam (la misma que está restaurando el Palacio Rioja y el Pereira) y que mantuvieron la mansión cerrada durante los últimos siete años.
Las faenas terminaron en septiembre pasado, “pero el resto del tiempo hasta ahora fue para armar de nuevo”. Esto porque se requirió de un proceso de limpieza sumamente delicado a la hora de volver a sacar la colección de mobiliario, textiles y piezas que fue almacenada durante los trabajos. “Hubo un polvo en suspensión que duró semanas, aunque los muebles estaban guardados, el polvo era tan fino que caló por todas partes”.
Carmen que comenzó como guía y que lleva 30 años trabajando en el Palacio, lidera un equipo de nueve personas encargadas de la cuidadosa mantención del espacio. “Los lunes es día de aseo profundo, se desarman los salones, cada 15 días se encera y en la semana se hacen las lámparas, las vitrinas, los muebles, calendarizándose el mes completo. También hay una empresa externa que se preocupa del aseo en general y otra, de los jardines”, nos dice orgullosa de “cuidar algo que es de todos los chilenos».
Lo fascinante es que no hay nadie aquí que trabaje menos de 10 años, por lo que los une un cariño especial con el Palacio el cuál dicen “conocer de memoria”. De hecho es tal el nivel de detalle, que pudieron descubrir y seguir el destino de las estatuas del jardín, una oda a las cuatro estaciones, dos de las cuáles invierno y primavera permanecen en el lugar (ahora están en proceso de restauración junto a los leones de la entrada). «La de invierno tenía una hendidura y después de muchas averiguaciones vimos que esta era por una columna jónica con una fogata, detalle que había sido encargado por doña Isidora», y que será reinstalada tras los arreglos.
«Uno entra a la casa, camina y trata de transportarse a la época, como habrá sido andar aquí con esos vestidos. Hay cosas que me gustan más que otras, los tallados en madera del comedor me encantan, pensar que alguien hizo ese trabajo a mano, es increíble” termina diciéndonos Carmen sobre la fabulosa construcción.
Una oportunidad que podrás tener este domingo en una nueva versión del Día del Patrimonio o en los días que vendrán. Porque Palacio Cousiño reabre sus puertas para compartirnos su magnífico esplendor.
- Dónde: Dieciocho 438, Santiago
- Cuándo: De martes a viernes en dos horarios: de 9.30 a 13.30 y de 14.30 a 17.00 horas. Sábados, domingos y festivos de 9.30 a 13.30 horas.
- Cuánto: $3000 entrada general, $800 tercera edad y estudiantes.
- Dato extra: Anda con todos los sentidos puestos porque no está permitido tomar fotografías en su interior
- Más fotos en nuestro Facebook
- La investigación completa de Brugmann Restauradores