Pese a que lo mandó a construir, no pasó ni un sólo día viviendo allí.

Augusto Bruna Valenzuela, ingeniero geógrafo que se hizo rico con el salitre a principios del siglo XX, escogió el entonces  nuevo barrio del Parque Forestal para levantar una mansión de lujo.

En 1915, el mismo año en que fue elegido senador por el Partido Liberal en Antofagasta, encargó al arquitecto Julio Bertrand una casa de quinientos mil pesos. Sin embargo, ni Bertrand pudo ver terminada la obra, ni la casa terminó siendo simplemente una casa.

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El también destacado concertista de piano, recién llegado de París con estudios en L’Ecole Special d’Architecture, murió a los 30 años víctima de una tuberculosis fulminante. El destino quiso que su amigo poeta Pedro Prado, compañero intelectual en el Grupo de los Diez, terminara la edificación de 2.415 metros cuadrados en 1921.

La construcción, que finalmente tuvo un costo de dos millones y medio de pesos de la época, se convirtió en un ícono del sector, sumándose al magnífico Museo Nacional de Bellas Artes construido para celebrar el centenario de la Independencia (1910).

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De estilo renancentista italiano, el Palacio Bruna debió haber causado gran admiración en un Santiago que vivía una profunda transformación urbana. Desde su amplio jardín, prácticamente intacto hasta el día de hoy (puedes ver su araucaria desde la calle), hasta su cochera que imita la torre de un castillo medieval y sus tres pisos con arcos bajos y columnas.

El periodista Alone lo describía en 1917 antes de terminarse, como un Palacio de “majestuosidad alegre”, luminoso y con un carácter liviano dado sus frisos de “muchachos gordinflones”. Desde su terraza, escribió, podía contemplarse una puesta de sol que “podría consolarnos de todas las tristezas del invierno” (Revisa la nota aquí).

Y probablemente, tenía razón. 

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Piso de mármol, vitrales y maderas centenarias

Una puerta de hierro y bronce, con vidrios azulados que dejan entrar la luz del sol al vestíbulo, dan la bienvenida a la mansión declarada Monumento Nacional en 1995. En el hall de entrada destacan mármoles blancos y negros en el piso, y paredes de ónix y mármol verde con relieves. En el cielo se pueden admirar los vitrales de lo que fue en sus inicios un tragaluz. Sin embargo, este fue tapado luego que se realizara una ampliación en el tercer piso, que reemplazó también una inmensa terraza.

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Del vestíbulo se accede a los grandes salones de la residencia, algunos de ellos decorados con figuras de gárgolas talladas en madera. Espacios originalmente pensados para living, comedor, biblioteca, sala de billar (sala abovedada de madera) y jardín de invierno, y que tras la crisis del salitre tuvieron un uso completamente diferente. El sueño de la mansión de Augusto Bruna se terminó cuando debió poner la propiedad en venta, que apenas terminó de construirse pasó a manos de la Embajada de Estados Unidos. Fue así, como durante 14 años, funcionó como residencia del embajador Claude Bowers, lo que hizo que los vecinos comenzaran a llamarla la «casa Bowers”.

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El monograma con las letras USA en la chimenea del comedor principal, un búnker en la planta baja (que llegó a tener una despensa con comida y agua para sobrevivir cuatro meses) y el relieve de unas águilas blancas en uno de los salones, son parte de los vestigios dejados por los inquilinos estadounidenses, que ocuparon también el Palacio como Embajada propiamente tal, hasta 1962 y como consulado hasta 1994. Dos años después de esa fecha, fue comprado por la Cámara Nacional de Comercio, sus actuales dueños.

La federación gremial debió realizar un trabajo de restauración para recuperar la magnificencia del inmueble. En un tiempo récord de tres meses y con la ayuda de 100 obreros y el arquitecto Luis Alberto Derraïdou, se retiraron los cielos falsos de plumavit anclados con fierros en los salones y las alfombras muro a muro que escondieron por décadas el hermoso parquet de madera de encina (traída de los bosques europeos de comienzos del siglo pasado). También devolvieron el estado natural a las maderas que recubren uno de los salones, que inexplicablemente habían sido pintadas de color blanco por los anteriores dueños. Es en este lugar de la casa donde se instaló un brocato que rememora los textiles originales y que cuyo diseño ganó el primer lugar de la Feria Internacional de Milán en 1996.

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En el segundo piso, al que se sube por dos escaleras de mármol blanco, se encuentran las 12 habitaciones contempladas para los dormitorios y que hoy son ocupadas como oficinas. Las principales con terrazas desde donde pueden admirarse los jardines.

Un sueño de residencia, en la que hoy pueden encontrarse un óleo de Gérard Clément-Brun de 1913 (obra que ganó el Primer Premio en una exposición de arte en París), además de dos alfombras persas de 1840 compradas a anticuarios de Nueva York y la lámpara de lágrimas y de fierro forjado que fueron adquiridas en Buenos Aires y Lima, y que intentan seguir el estilo propio del palacio.

Si bien, la familia Bruna nunca pudo habitar la mansión, las vueltas de la vida hicieron que de alguna manera Augusto regresara a su añorado Palacio. En los jardines, un busto recuerda al senador, que (sincrónica o mágicamente) también fue presidente de la Cámara Nacional de Comercio cuando esta se constituyó en Valparaíso. En el año 2011 se homenajeó al empresario minero, ceremonia a la que asistieron sus familiares vivos. Todo un cierre para una historia que supera la ficción.

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  • Lee en Memoria Chilena el detalle escribo por Alone que describe con detalles la residencia antes de termiarse su construcción
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Agradecemos  a la Cámara Nacional de Comercio por permitirnos entrar al Palacio y conocer su historia!

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