Luis Pereira Cotapos en 1905. Crédito de foto: Archivo Biblioteca Nacional.

Miro una fotografía de Luis Pereira Cotapos y trato de imaginar cómo habrá sido vivir 35 años de su vida en el Palacio que lleva su apellido. La mansión en calle Huérfanos 1515 que debió impactar al Santiago de 1872 cuando las calles ni pensaban en tener luz eléctrica y las casas que abundaban eran las coloniales de teja.

Inmensa construcción de 2.247 metros cuadrados encargada al arquitecto francés Lucien Henault -el mismo autor de la Casa Central de la Universidad de Chile, el ex Congreso Nacional y el Teatro Municipal de Santiago- que dejó una impronta neoclásica francesa sobre el volumen de dos pisos en albañilería de ladrillo. El gran distintivo fue su distribución en torno a una galería en forma de cruz, decorada con finas molduras y una cubierta vidriada (que podía abrirse en verano gracias a un sistema de poleas), que dividía el primer piso en cuatro sectores de igual dimensión. 

Palacio Pereira 1915. Crédito de foto: Jorge Walton. Álbum de Santiago y vistas de Chile

La entrada principal era por calle Huérfanos. Dos columnas, de origen jónico en el primer piso y corintias en el segundo y un frontón triangular con un motivo decorativo era el marco de bienvenida.  Luego la puerta de fierro con el monograma familiar y dos querubines, que se mantiene hasta hoy, daban paso a un pequeño recibidor con muros estucados. Según consta en una investigación de Brügmann Restauradores, tras una mampara de vidrio se dejaba ver la espectacular bóveda iluminada por una pequeña lucarna cuadrada con vidrios de colores. Aquí comenzaba la galería con pavimento de mármol y con techo vidriado en tres de sus brazos,  que conducía a diversos salones, oratorio, jardín de invierno, escritorio y sala de música. Al lado poniente se ubicada un departamento privado, hacia el oriente un comedor conectado al corredor de servicio y en el norte, el jardín que tenía una fuente de agua, las cocheras, el gallinero y las habitaciones de la servidumbre. En la segunda planta estaban los dormitorios de la familia, con ventanas con frontones triangulares y un hermoso trabajo en fierro en los balcones.

Recepción en 1906 en la casa de calle Huérfanos, se ve un grupo de asistentes con los dueños de casa al centro en el Salón Lila. Crédito de foto: Archivo Brügmann

Una gloriosa y resplandeciente construcción que fue escenario de celebraciones, banquetes y tertulias que tenían como anfitriones al dueño de casa y a su esposa Carolina Iñiguez Vicuña, conocida por su belleza, irreverencia y humor, y que fue la inspiración para que Luis bautizara a su viña como Santa Carolina.

Por los pasillos podían verse esculturas francesas y en los muros, seda y tapices de Aubusson. En el comedor mobiliario tallado en encina estilo Luis Felipe y en los estucos, rosetones, medallones y ornamentadas molduras.

El Palacio también tenía chimenea de mármol, espejos dorados,  un impecable parquet, alfombras persas y en los cielos, un fino decorado de yesería. Incluso unos molinos surtían de agua el jardín de invierno, que de seguro dejaban boquiabiertos a todos los invitados.

Gran hall 1915. Crédito de foto: Jorge Walton. Álbum de Santiago y vistas de Chile

En los años 20, tras la muerte de su esposo, Carolina Iñiguez modificó el interior de la mansión dividiéndolo en varios departamentos y abrió dos nuevas puertas, una por la calle San Martín, y otra por la calle Huérfanos.

La galería que daba a la capilla era el lugar de reunión de la familia. «El cielo a dos aguas es sustentado por delicadas piezas de metal con ornamentación romántica y sobre ellas se disponen planchas de metal corroído, en donde antes hubo gruesos vidrios de colores. Era este rincón el lugar de reunión de la familia, decorado con lámparas de bronce cincelado, esculturas,  el busto de don Luis Pereira esculpido en mármol por el célebre Foliá y lujosos sofás tapizados en seda» indica el estudio de Brügmann Restauradores.

El Salón Lila. Crédito de foto: Archivo Brügmann

En 1932, Julio Pereira, uno de los 10 hijos y heredero del matrimonio Pereira- Iñiguez vendió el Palacio al Arzobispado de Santiago. De ahí la construcción comenzaría su largo peregrinar entre diversos dueños que le harían perder sus ricas molduras y revestimientos de mármol.

La maravilla arquitectónica pasaría por liceo, como lugar de arriendo por piezas y hogar para personas de la calle. Sufriría las consecuencias de los terremotos de 1985 y 2010, los robos descarados, los rayados, las palomas y los efectos de la humedad de la lluvia. Un inaudito abandono de 30 años que lo transformaría en el emblema del patrimonio descuidado.

 


La apuesta del Estado

En diciembre de 2011 el gobierno concretó la compra del Palacio Pereira a la constructora Raúl del Río y Cía., e inició al fin el primer paso en la recuperación del Monumento Histórico que pasará a ser la nueva sede de la Dibam y el Consejo de Monumentos Nacionales. El concurso público para su restauración lo ganó el proyecto de los arquitectos Cecilia Puga, Paula Velasco y Alberto Moletto, que proyectaron una fase para recuperar el inmueble original y otra para construir un nuevo edificio en donde se encontraba el patio. Así, la obra que debería estar lista el primer semestre del 2018, implica rehabilitar la galería del primer piso como espacio público, con una biblioteca, cafetería, salas exposiciones, un centro de documentación y baños públicos y el segundo piso con oficinas. La nueva construcción en tanto, tendrá  seis pisos (4.675 metros cuadrados)  que albergarán las oficinas de 230 funcionarios.

 

Los trabajos que comenzaron en junio de 2016 están a cargo del Consorcio Cosal Kalam Spa. bajo la inspección del Ministerio de Obras Públicas y cuentan con una inversión de 13.784 millones de pesos. Una faena minuciosa que pudimos visitar gracias a OH! Stgo la semana pasada y que nos adentró en la restauración que ha ido «cosiendo» el edificio para reforzarlo con estructuras de acero en las uniones de los muros, vanos de ventana y antetechos.

Una quijotesca tarea que ha involucrado a más de 200 personas, entre las que se cuentan artistas, restauradores, escultores y toda clase de especialistas en albiñería, carpintería y yesería. Tan prolijo y lento ha sido el trabajo, que las capas de pinturas de las molduras fueron sacadas con bisturí sin filo a un ritmo de un metro cuadrado a la semana.

“No es decir tenemos un edificio viejo y tráete 20 maestros, sino que son especialistas formados por años, artistas, artesanos, restauradores, no albañiles comunes, se trata de profesionales que están haciendo con el proyecto su doctorado y magister», dijo durante la visita, Marco Moreno de la constructora.

Los trabajos que se encontraron con un piso de huevillo del año 1600, han implicado sacar, numerar y replicar piezas de yeso, recortar y calzar ladrillos del mismo Palacio derrumbados de otros sectores y también mucho estudio de laboratorio para dar con los pigmentos originales. En ese sentido, Héctor Andreu Cuello, inspector en obra del MOP, contó que la mansión “no va a quedar como nueva, se va a ver como vieja, se va recuperar lo que se logró, pero se van a ver algunas grietas y faltas de elementos, será una atmósfera especial» a la que se le incorporarán aspectos modernos como el piso, enchufes y lámparas. 

Y cuando pregunto si la fachada del Palacio tendrá su color auténtico, Héctor me explica que si bien cuando fue construido no existía pintura sino pastas de color con estuco, cal y arena, se imitará su tono original: un damasco que llenará de luz la esquina de Huérfanos con San Martín.

 

 

 

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