Dos metros de largo por dos de ancho. Ochenta kilos de peso y construida enteramente en pino. Así es la maqueta de La Moneda que partió primero de la Plaza Constitución a la tumba de Salvador Allende, pasó la noche fuera del mausoleo y que luego siguió su periplo para terminar en La Legua.

Se trata de Desplazamiento de La Moneda, el proyecto de Roger Bernat que forma parte de las actividades con las que Stgo a Mil se toma las calles. ¿Cómo se trasladó? A través de una tradicional minga, la técnica comunitaria donde hay que literalmente poner el hombro para movilizar la estructura. Ocho voluntarios para trasladarla cada trayecto. Largo recorrido con 36 paradas.

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Me tocó estar el primer día. La gente agolpada por tomar una foto. La Moneda de madera frente a la original de cal, arena, piedra y ladrillos que diseñara Joaquín Toesca en 1784. Palabras de bienvenida y comienza el viaje. Con música de funeral, la réplica a escala se fue abriendo paso por las calles, cortando el tránsito cuando era necesario y haciendo, el primer día, 23 detenciones que dieron voz a diversas demandas ciudadanas.

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La tomaron en sus hombros y luego hablaron desde su mini balcón, representantes de trabajadores sexuales, movimientos gay, defensores de Panul y contrarios a Alto Maipo y MonSanto. Pro semillas, pro Asamblea Constitucional y pro integración de los inmigrantes. La Moneda también fue tribuna para trabajadores de casas particulares, de los floristas de la Pérgola, de los locatarios de La Vega y de los Furiosos Ciclistas. De los anti maltrato infantil y de los que luchan por un sistema de salud digna.

Uno a uno fueron vociferaron sus descargos. Nunca jamás “la casa de gobierno” tuvo tantos oradores juntos y distintos, cada uno con sus razones y sus banderas.

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El Palacio a escala partió inerte y cobró vida. Recibió por el camino los gritos de protesta, la entonación del Himno Nacional y el discurso de una niña peruana diciendo que los “chilenos somos todos los que viven en Chile”. Escuchó cueca, la voz de Víctor Jara, gotas de pintura roja que se lanzaron en el puente Cal y Canto en homenaje a las víctimas de la dictadura, y los pétalos y claveles de los pergoleros.

Al caer la noche se encendieron sus luces, y siguió en lo alto, sobre nuestras cabezas. Subir, bajar y parar, hasta llegar a las puertas del Cementerio General. Una procesión silenciosa que caminaba al compás de una rítmica percusión de un bombo. Aires fantasmagóricos hasta el mausoleo de Allende.

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Roger Bernat, que hasta hace un rato repartía sonriente los volantes del recorrido, ordenaba ahora apagar la luz de La Moneda.

Primero un silencio y luego una voz masculina reclamando no olvidar a cada uno de los muertos por represión en plena democracia. Más de 80 nombres, incluidos los de Alex Lemun y Matías Catrileo.

Un vendedor de cuchuflí intentaba hacer lo suyo. Más allá, un viejo borracho interrumpía el solemne discurso.

Debajo en la tumba, los restos de Allende.

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