Violeta Parra amaba a los pájaros y probablemente ellos la amaban a ella. Por eso da gusto que su museo recién abierto en Vicuña Mackenna 37, esté lleno de simbolismos que nos conectan con ese amor. Están los pájaros de los banderines que vuelan sobre nuestras cabezas al entrar, los de mimbre que se agitan con el viento junto a la puerta de ingreso, y también los que revolotean las casitas colocadas especialmente para ellos en el jardín interior.

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Y es que el nuevo espacio cultural de 1.300 metros cuadrados, se acerca poéticamente el espíritu de Violeta. Desde la forma circular de toda la construcción, diseñada por el arquitecto Cristián Undurraga, hasta la puesta en escena y decoración que incluye troncos de árboles, asientos de madera y una trama de mimbre que cubre la fachada sur del edificio. Esta deja pasar el sol en pequeñas pintitas de luz dando el ambiente ideal para leer los versos que Nicanor Parra dedicó a su hermana y que fueron colocados entre los soportes de la estructura.

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“Dulce vecina de la verde selva / Huésped eterno del abril florido / Grande enemiga de la zarzamora /Violeta Parra. / Jardinera / locera / costurera / Bailarina del agua transparente / Árbol lleno de pájaros cantores / Violeta Parra” son las frases del antipoeta que dan la bienvenida.

Ya subiendo al segundo nivel, y escuchando a lo lejos el canto de Violeta, te encuentras con una sala educativa, especialmente para la visita de colegios (con máquina de coser e instrumentos musicales), una audiovisual con un documental de 20 minutos y la denominada “Canto a lo humano”. En este salón, dedicado a la obra que fue resultado de su investigación de los cantos populares, está el óleo Regalo de Ginebra, la obra en papel maché Niños en fiesta y cinco grandes arpilleras entre las que se cuentan El circo (1961), Thiago de Mello (1960), un homenaje a su amigo poeta y La cueca (1962).

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Aquí también está su guitarrón tallado, el manuscrito de Gracias a la vida (con rayones incluidos) y el afiche y catálogo de dos grandes eventos: la inauguración de su exposición en 1964 en el Museo del Louvre (fue la primera artista latinomericana en lograrlo) y la de su carpa en el Parque La Quintrala de La Reina, donde finalmente se suicidaría en 1967.

Bajando la escalera, te encuentras su máquina de coser que regaló a su hija Isabel Parra y la sala del primer piso, bautizada como “Canto a lo divino” con sus otras 16 obras que aluden a escenas bíblicas y al famoso velorio del angelito, rito con el que se despedía a los niños muertos y que dio origen a su canción Run Run.

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Entre las arpilleras destacan Cristo en bikini (1964) y la tela bordada Contra la guerra (1962) mediante la cual protesta contra la violencia política en Chile. Aquí aparece ella de cabello violeta, sosteniendo un pájaro blanco, acompañada de un amigo argentino, una amiga chilena y una indígena. “Las flores de cada personaje corresponden a sus almas. El fusil representa la guerra y la muerte” explicó en vida la misma cantautora sobre esta obra, que también está reproducida en los paneles exteriores del museo.

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Sin embargo, uno de los objetos que más nos llamó la atención fue su cuaderno, exhibido de forma física y escaneado para ser revisado de manera digital. Se trata de Poesía Popular, un cuadernillo armado de manera artesanal que contiene letras de canciones, comentarios y citas que Violeta escribió entre 1958 y 1959. Son 140 páginas blancas rayadas con su puño y letra y en donde podemos ver su faceta más íntima. Ahí está en su letra redondeada, sus textos a las espigas, la chiquillería y los árboles, y también una receta de un queque de pascua (“Yo lo hice por mi cabeza, le puse tres huevos”, es lo único que escribe), la anotación para participar del concurso Gabriela Mistral, la lista de necesidades para los almuerzos y su carpa y una frase que nos quedó grabada: «Si en el amor yo no creo, es que me sobran razones…».

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Sin duda un viaje a la profundidad de Violeta, sus obras, su música, sus pájaros y su alma.

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