Una historia como pocas es  la que esconde la Semillería Zagal, el local de simientes, almácigos y hortalizas más antiguo en su tipo en todo Santiago, que partió a principios de los cincuenta de la mano de Héctor Zagal von Bennwitz y su mujer Blanca Espinoza.

El, un descendiente alemán de Angol y ella proveniente de Concepción. De su tiempo juntos sólo quedan algunas fotografías y los recuerdos de Javiera González (57), la actual dueña del negocio y quien fue para ellos como la hija que nunca tuvieron.

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Todo parte en 1954 cuando el matrimonio instala en calle Puente un local para vender semillas y alimento para aves. Así, encontraban la fórmula perfecta para unir sus pasiones por animales y plantas. Su clientela en aquel entonces eran damas de alta sociedad que tenían parcelas en las afueras o huertos en los patios interiores de sus propias casas. “También venían hartas señoras a ver a don  Héctor porque era muy buen mozo” recuerda Javiera quien estuvo cerca de ellos desde los seis años. Ella, que también es una apasionada por los animales, conoció a “su segunda madre” en sus paseos por calle Bandera, cuando junto a una vecina recolectaban comida para los perros de la Protectora. “Ella nos entregaba dos viandas enteras de comida cocinada especialmente para los perritos”, cuenta.

Fue tanta la conexión, que prontamente la señora Blanca se llevó a Javiera a vivir con ella y a la madre de esta como empleada de la casa.

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El entorno de Javiera aterrizaba en el mundo glamoroso de los Zagal-Espinoza que vivían cómodamente en un hermoso departamento que aún subsiste en la esquina de Rosas con Bandera. Cuatro mozos, una peluquera del Hotel Carrera,  un cocinero y una modista eran parte del personal que atendía a esta pareja que lo tenía todo, menos la posibilidad de tener hijos.

“Ibamos a comer al Chez Henri, a darle pan a las palomas, salíamos al cine y a la casa quinta que tenían en Gran Avenida llena de patos, gallinas y gansos y muchos árboles frutales. Ella fue como una segunda madre para mí” recuerda Javiera quien vivió con los Zagal hasta los 14.

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En 1971, año en que enviudaron patrona y empleada,  la hermana mayor de Javiera se une al clan femenino y juntas siguen disfrutando de paseos y espectáculos de la época, como los de zarzuela en el Teatro Teletón.
“Era una persona única, si no la hubiera conocido no estaríamos donde estamos, todo lo que tenemos y lo que estudiamos fue gracias a ella” asegura Javiera, quien dice que la infancia fue difícil para el resto de sus cinco hermanos que les tocó vivir un tiempo con su padre alcohólico.

“Ella fue como un angelito” cuenta al recordarla con cariño. De hecho, junto con el negocio de la Semillería, Blanca Espinoza también le deja un departamento y algo de dinero.

Javiera tiene hoy cuatro hijos y cinco nietos. Trabaja feliz junto a su marido en el local que hace año y medio se trasladó a calle Diagonal Cervantes.

Muchos de los asiduos compradores son ya la tercera generación de los primeros clientes, a los que se suma público joven que ha optado por vivir en el centro y disfrutar en sus balcones y cocinas de almácigos con romero, albahaca, tomate cherry y perejil. “No es la misma cantidad de clientes de hace 30 años, cuando hasta se hacía cola antes de que abriéramos, pero la gente sigue viniendo igual porque me dicen que es la única parte en donde compran plantas que no se mueren, porque acá decimos cómo cuidarlas”, remata sonriente.

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