Toda una vida en San Miguel. Desde siempre Roberto Hernández ha vivido en el mismo barrio. Sus primeros 28 años en el departamento donde vivía junto sus papás y 9 hermanos, y los últimos 20, a unas cuadras, en una casa que también es su oficina y el centro cultural Mixart.

“Mis padres llegaron en el año 61, mi madre llegó de San Javier y mi padre trabajaba como obrero en MADECO y los blocks era la población donde vivían los trabajadores. Todas familias numerosas, algunas con 12 hijos. Con los Román jugábamos fútbol y teníamos los equipos completos” recuerda Roberto sobre la vida en el conjunto de construcciones de cuatro pisos, que hoy son los lienzos del Museo a Cielo Abierto.

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La población estuvo en peligro de ser depredada por las inmobiliarias que han llenado la comuna de torres de departamentos. “Estábamos resignados a morir. Acá la gente se avergonzaba de decir que vivía aquí porque el sector era conocido por la venta de marihuana y por aparecer en la crónica roja, pero ahora los vecinos revelan orgullosos ‘yo vivo en la población donde están los murales, mi block es el de la niñita’. Hubo un cambio en la dinámica y los blocks se volvieron una referencia geográfica”, cuenta Roberto, quien junto a David Villarroel idearon la fórmula para salvar la zona que ocupa siete manzanas.

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A fines del año 2009, Roberto y David (amigos y concuñados casados con dos hermanas) se organizaron con un grupo de vecinos y decidieron convertir los muros de los edificios, que dan a avenida Departamental, en arte urbano. Fundaron el centro cultural Mixart, consiguieron recursos y dieron vida a la primera etapa del Museo a Cielo Abierto que hasta la fecha tiene 40 murales de reconocidos artistas chilenos y extranjeros.

“Al principio íbamos a pintar un piso, pero ya que íbamos a tener andamios y escaleras, dijimos y si pintamos dos, y sin pintamos cuatro y así terminó por pintarse la pared de los cuatro pisos” recuerda Roberto, que contradictoriamente reconoce ser daltónico y dibujar como un niño de cuatro años.

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Así, los primeros diez murales fueron financiados con un Fondart y el resto gracias al voluntariado y la autogestión. En total son más de 70 artistas de Francia, Bélgica, Brasil, Alemania y Colombia, entre reconocidos creadores como los chilenos Alejandro “Mono” González, Inti, Salazart (un graffitero del barrio) y  el grupo compuesto por 12 brillos, Jamberta, Recolectivo Ha, La Mano y Ecos que realizó el mural de Los Prisioneros, la mítica banda de San Miguel.

“Miguel Tapia vivió en estos edificios y éramos compañeros del liceo, me acuerdo haber venido caminando con ellos y mientras con mis amigos hablábamos de las niñas que nos gustaban, ellos sólo hablaban de música” revela Roberto.

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Cada mural mide 85 metros cuadrados y muestra escenas locales que van desde ferias y retratos, hasta imágenes de naturaleza que también se han tomado las bancas, cunetas, panderetas y kioskos. Un total de 4.000 metros cuadrados de arte urbano que unió a las organizaciones sociales tras una causa común y que sin duda, ha mejorado la conexión entre los vecinos y recuperado parte de la vida de barrio de hace 50 años.

Los vecinos se han involucrado desde el comienzo. Se les pide permiso, se realiza una reunión y se discuten los bocetos para dejar a todos contentos. “Son parte del proceso, no pueden subir a los andamios, pero conversan con los muralistas, les llevan almuerzo y agua y les prestan corriente eléctrica para enchufar la radio” detalla Roberto, quien tiene la fortuna de sólo trabajar fuera de la población los fines de semana por lo que ve de cerca los efectos de los murales.

“Se cambió la vibración, fue nuestra bomba de racimo, en donde el explosivo es el color. Los vecinos se fueron contagiando, se pintaron las casas aledañas a los blocks, la plaza mejoró, ha resultado un antídoto maravilloso. No hay plata mejor invertida que esta” asegura.

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La población creó una identidad nueva. «Al principio nos levantábamos temprano a ver si habían sufrido un daño, si lo habían rayado, pero no. Apenas se hace una mantención cada tres meses que es mínima, la gente cuida el museo y sus murales» afirma Roberto.

La intervención a gran escala no solo dio origen al centro cultural, sino también a un sitio web, un calendario, dos recitales históricos (Sol y Lluvia, por un lado, y Chico Trujillo, en medio de un legendario apagón), un libro, un documental y un premio nacional del Ministerio de Vivienda.

Y el trabajo no para. Están en conversaciones con el Metro para poder pintar la entrada de la estación Departamental y a la espera de la primavera para seguir avanzando con su revolución de color. “Volveremos a pintar en septiembre o octubre”, remata Roberto. Hay otros 45 potenciales muros que pueden transformarse en otras piezas del museo vivo.

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