La Casa de Oficios es un secreto a voces. En calle Alfredo Rioseco, a una cuadras del movimiento de avenida Italia, se ubica esta construcción de dos pisos, con parrón y patio, en donde se rescatan oficios hechos a mano. Aquí se aprende desde serigrafía, telar, crochet e ilustración hasta todo un rubro ligado a la cocina, con talleres para preparar embutidos, quesos y cervezas.
El día que fuimos, el espacio vibraba en actividad. En el segundo piso se enseñaba cómo hacer una pizza, mientras que en el patio los niños se iniciaban en el mundo de los telares. En una salita del fondo un grupo de mujeres tejía el crin y en el primer piso se vendía ropa, dibujos, plantas, riquísimos queques, panes, quesos y chorizos.
Teresa Díaz y Tomás Cortese partieron con el proyecto el año 2012. Ella diseñadora de formación, él, arquitecto. La pareja vivió un tiempo en Londres, donde cada uno estudió para perfeccionar sus profesiones. Sin embargo, tras terminar su master en diseño, Teresa se quedó sin una misión concreta. Fue ahí donde conoció una casa de oficios en la capital británica, en donde se mezclaba la enseñanza de las disciplinas y en donde no importaba qué era arte, artesanía o diseño. Con esta inspiración llegó a Chile a armar La Casa de Oficios en Santiago. Y el espacio apareció sincrónicamente: “esta casa era de los abuelos de los primos de mi cuñada, una casa maravillosa, mágica y amplia”.
Esos abuelos eran Totó Cuevas y Alfonso Leng que se instalaron aquí en el año 1930. “Ella era una mujer muy entretenida, siempre inventando, diseñando algo, creando cosas… que encuadernación, que pantys de lana con dibujos de telaraña, cojines con formas curiosas, comidas interesantes y por supuesto adquiriendo animales de todo tipo. Mi abuelo murió joven, dicen que era muy culto, miembro fundador de la Hermandad de la Costa, del grupo de los diez, premio nacional de música y decano de la Facultad de Odontología de la Universidad de Chile” recuerda su nieta Constanza Leng.
En la casa vivieron perros, gatos, pumas, leones e incluso una cabra, un chancho y un mono. Y Constanza agrega: “dicen que uno de los perros contestaba el teléfono y bajaba las tazas sucias del desayuno en un canasto a la cocina. Era una casa llena de vida, donde se hacían fiestas y entraba y salía mucha gente” .
Y este espíritu se mantiene. Totó murió hace seis años y cuando Teresa conoció el lugar encontró unas herramientas de encuadernación que pertenecieron a la primera dueña. Fue como un mensaje del más allá. De ahí el cuento fue rápido. Se cambiaron, arreglaron y partieron con los talleres.
El año pasado lanzaron la marca Fermento que reúne todos los temas de cocina. Con la profesora Carolina Contreras, empezaron a enseñar cómo hacer cerveza y panes artesanales y se abrió toda una nueva línea de oficios culinarios, los más populares. Hay talleres intensivos de un día y lo mejor es que se puede almorzar lo aprendido.
Teresa (en la foto) recalca convencida y satisfecha, “es como redondido siento yo, no queremos desviarnos del objetivo que es densificar la cultura en Chile y aportar con oficios manuales”.
Y se nota, sólo basta darse una vuelta por la casa, para comprobarlo.
Dónde: Alfredo Rioseco 290, Providencia
Talleres de enero: Serigrafía, muñecos, quesos y embutidos express, telar, caligrafía postal y mucho más. Revisa aquí
Dato extra: La casa tiene cuatro salas de trabajo multifuncionales y es parte de la agrupación del Barrio Italia
Más información: www.casadeoficios.cl