Fila N. Asiento 15. La fortuna y el destino se juntan y ahí estoy con una entrada regalada para ver a Kevin Johansen + su banda The Nada + Liniers (Ricardo Siri), en el Teatro Nescafé de las Artes.
Con charango en mano, Johansen comienza la primera canción del concierto de más de una hora. “Cuando el amanecer / dejó amenazar / nació la mañana / y tu parecer / cambió de parecer / como si nada (…) Tu amor finito / se acabará” entona el argentino mientras Liniers dibuja una pareja bajo el cielo alumbrado con una estrella fugaz.
Siguiendo la fórmula de los últimos cuatro años, mientras Johansen canta, Liniers toma pincel y lápices para ilustrar cada una a una las canciones.
Así el creador de Macanudo inventa escenas de un hombre frente a una botella de veneno con una mujer saliendo de su cabeza con la Canción En mi cabeza, pájaros en bandada cruzando el cielo con Palomo y un mandala con las letras de El Círculo.
Cuando llega la hora de interpretar Hindu Blues, se apreta la guata. Johansen habla del estado de enamoramiento, de cuando es tanta la belleza que no se puede mirar. Liniers pinta una pareja flotando en el aire que se tapa los ojos con las manos.
Y cuando vienen los ritmos de la Cumbiera Intelectual el público femenino se hace notar. Liniers transforma sus dibujos en avión de papel y los lanza y regala al público, mientras Johansen conquista a todas con su voz ronca. Las fanáticas se suben al escenario y bailan aprovechando de sacarse la ahora clásica selfie.
Sube también Gustavo Cordera (fundador de Bersuit Vergarabat) y al rato, el ilustrador chileno Alberto Montt. Con la canción Guacamole dibuja una palta que persigue con un cuchillo a Liniers y con La Falla de San Andrés, a un ángel rezando para que deje de terremotear.
Ya llegando al final, la dupla invierte papeles. Johansen dibuja y Liniers canta.
La última canción es Fin de fiesta, en donde toda la banda canta una estrofa y en donde el más aplaudido es Enrique Zoiner, el baterista de 75 años y pelo largo, más conocido como Zurdo. Se acaba la música y se cierra el telón.
Termina el concierto y entramos al camarín. Pasan primeros unos ravioles, luego las fanáticas y luego yo. Dentro del container, está el equipo, la banda. Vienen las fotos del momento y después los saludos. Les pregunto a ambos por sus continuas visitas a Chile. Johansen y Liniers sonríen y concuerdan con su gusto por la ciudad. Atino a pasarles mi tarjeta y ahí se declaran amantes de Santiago.