Viernes. Es una nueva tarde en calle Tarapacá 1181 y por la puerta entra un señor mayor, de traje y corbata y pelo cano peinado hacia atrás. Es Hernán Klambert. Si bien quedamos a las dos, llega atrasado, y antes de recibirme pasa por la caja para contar un turro de billetes. “Me tiene que esperar” me dice en tono seco y regresa 15 minutos después con una sonrisa de oreja a oreja.

“Sé que lo han entrevistado varias veces”, es lo primero que le digo una vez sentados, a lo que asiente orgulloso. Tiene 87 años y desde los 18 se inició en el mundo del cine, primero como operador de máquinas proyectoras y desde hace tres décadas como administrador del Normandie.

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Su oficina está empapelada de afiches de Marilyn Monroe. “¿Dieron alguna vez una película de ella acá?” le pregunto. «No», responde entre suspiros.

Sus padres se separaron cuando era un niño, por lo que fue criado sólo por su madre. “Fue una cuestión de fijación, algo que los niños tienen es que siempre preguntan por el papá. El papá trabaja en el cine me dijeron y de ahí viene mi inquetud de trabajar en esto, aunque no sabía de qué se trataba” recuerda sobre Juan Klambert, un descendiente alemán que en los años treinta era operador del cine Palace de Valparaíso.

Su madre le pidió al proyeccionista del Teatro Carrera que le enseñara el oficio. Aprendió rápido y después del servicio militar, dio la prueba para obtener el carnet de operador. “En esa época este carnet lo entregaba la Dirección General de Servicios Eléctricos». Don Hernán reclama que en la actualidad no hay exigencias para ser operador «porque es otra cosa, otra técnica, el cine celuloide no tiene nada que ver con el digital».

Recuerda que fue a mediados de los años cuarenta cuando tuvo su primer trabajo “en un cine que no está y que tampoco está la calle”.  Se trataba del Cine Iris, que después se llamó París. Una sala ubicada en la segunda cuadra de la desaparecida la calle Castro, paralela a Dieciocho, por donde hoy pasa la autopista Norte-Sur.

Después pasó por el cine Carrera, en la Alameda, entre Matucana y calle Concha y Toro. Luego en el Real de calle Compañía, entre Bandera y Ahumada, en el Teatro Opera de Huérfanos que después se convirtió en  el recordado Bim Bam Bum y en el cine Santiago frente a la Casa Colorada.

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En la década de los 70, Santiago tenía unas 120 salas de cine “desparramadas por toda la ciudad. El sindicato llegó a tener 400 socios” rememora don Hernán sobre los tiempos de gloria en donde había un operador por máquina, verdaderos expertos en el colocar y proyectar las cintas.

El libro Historias con Oficio de Mario Cavalla, describe a color aquellos tiempos.  “Las máquinas de esos años eran de origen alemán y cada película, de una hora y media de duración, constaba de ocho o diez rollos. Cuando llegaban a Chile cintas importantes, superproducciones, se entregaban en apenas tres o cuatro copias para ser repartidas entre los cines capitalinos. Ahí entraban a tallar los combinadores de películas, veloces personajes que originalmente iban en bicicleta y después en moto para lograr que el filme fuese exhibido a la hora señalada. Apenas terminaba un rollo en una sala, corrían a otra, aprovechando el pequeño desfase en la hora de partida de las funciones”.

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Sobre todos estos años, don Hernán dice que ya perdió la cuenta de la cantidad de películas que ha visto. “Es una cantidad inimaginable”, cuenta aunque entre sus títulos preferidos reconoce “Nos habíamos amado tanto” de Ettore Scola.

El golpe militar pilló a don Hernán siendo dirigente sindical del Teatro Bandera. Fue exonerado y estuvo sin trabajo hasta el 79 cuando “un empresario del Normandie de Alameda me contrató como administrador. Cuando el cine se cambió de lugar, me cambié con él”. Esta histórica sala de cine primero se ubicó en Alameda 139, para luego trasladarse a su actual locación en Tarapacá 1181, donde antes funcionara una antigua Iglesia Evangélica.

Desde entonces su rutina es la de siempre. Llega cerca de las dos de la tarde, antes de la primera función. Revisa la caja y luego corta las entradas. “Es un día largo”, le digo. Y me responde categórico: “No! es un día entretenido». Respuesta apasionada de un hombre que ya perdió la cuenta de cuantas películas ha visto en estas siete décadas y que día a día toma el pulso de un público cambiante. Don Hernán ejerce su oficio con entrega admirable y vocación a toda prueba. «Cada día me quedo hasta que cierra el cine y seguiré acá hasta cuando me aguanten los patrones”.

Cine Arte Normandie
Dónde: Tarapacá 1181, Barrio Arturo Prat-San Diego, Santiago Centro.
Funciones: A las 15.00, 16.45, 18.45 y 20.30 horas. Revisa la cartelera aquí
Cuánto:  Entrada General $3.500  / Tarjeta Amigos del Cine $1.000  / Estudiantes y Tercera Edad $2.500 / Miércoles $2.500

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