El reloj marca las 14.35 y camino al Paseo Ahumada la postal se repite. Oficinistas en camiseta roja, con sombrero de selección y cara pintada. Uno que otro ceachí se entremezcla con el relato de la previa del partido que se deja oír en radios a pilas y televisores instalados en plena calle. Unos esperan y otros caminan rápido hasta la pantalla gigante. El ambiente es algo así como un 18 primaveral con aires de año nuevo.
Cuando llego a la esquina de Ahumada con Huérfanos es como estar afuera del Nacional. Pelucas tricolores, vuvuzelas y banderas de todos los portes son la antesala hasta calle Bandera. Ahí la cosa es pasión pura.
Unas mil personas braman el himno nacional. Puro Chile es tu cielo azulado y el juez del partido da el pitazo inicial. Se respira adrenalina y garra compatriota. Todos quieren ver el partido. Un hincha se encarama a un árbol y otros más salen de sus balcones.
Minuto 15 del primer tiempo y emprendo el camino de vuelta al trabajo. No hay autos, ni taxis, ni micros. El centro de Santiago está paralizado y sólo se escucha el relato de las jugadas de la Roja. Paso por las tiendas de Huérfanos y en todas, el televisor muestra la cancha del mítico Maracaná.
Me distraigo un segundo y se escucha el gol. Alexis se roba la pelota, combina con Aránguiz y este le da el pase a Vargas. Es el 0 – 1 para Chile y el griterío se apodera del país.
El gol me pilla justo cuando iba pasando por enfrente del Haití. Adentro, las niñas de faldas cortas y los amantes del café celebran el gol y nos invitan a ver el partido.
Sigo el rumbo. Afuera de las zapaterías, un caballero ciego -que acostumbra pedir plata- para el sonar de las monedas de su jarro y escucha atento su radio portátil.
Unas cuadras más adelante, la Galería de La Merced huele a asado. Quien sabe donde está la parrilla, pero de que hay carne y longanizas, las hay. En el pasillo central otro televisor es el alma de la fiesta.
Ya afuera, la calle continúa solitaria y los locatarios se mantienen expectantes con el partido a todo volumen.
En mi oficina la tensión es la misma. La empresa en donde trabajo se organizó y hay tres pantallas transmitiendo el juego: una en el casino, otra en administración y una gigante en uno de los salones donde se hacen las reuniones. Cuando llega el minuto 43 la euforia es total. Tras un tiro libre, Aránguiz hace historia y vence la portería de Casillas.
El grito de gol se junta con el de calle abajo, el de Ahumada, el de los kioscos, locales y seguro también el del Maracaná.
En el descanso bajamos y la gente reaparece con cotillón mundialero y banderas en alto. El segundo tiempo pasa lento, pero termina y ya la celebración se toma las calles.
Nadie puede creer que es cierto. La selección chilena ha eliminado al campeón del mundo y ha pasado a los octavos de final.
La ciudad se mueve al unísono de vivas Chile, vuvuzelas y bocinas. Son las 6 de la tarde y el Forestal es una marea de gente a Plaza Italia. Allá la fiesta sigue, los papeles tapizan el suelo y el olor es a cerveza, pisco y fierritos de carne asada.
La sensación de latido no termina. Han pasado seis horas y aún escucho uno que otro VIVA CHILE.