Es viernes 31 de marzo y una larga fila aguarda su turno por una mesa en el Kintaro. Se ha corrido la voz, y después de 24 años Kasumaza Suzuki (66) baja la cortina del emblemático restaurante japonés de Monjitas 460.

A la hora de almuerzo, la sensación es frenética. Los platos salen en bandejas de la cocina, mientras en la barra, Koichi Watanabe corta sashimis y sus ayudantes envuelven una y otra vez rolls de salmón, palta y tempura. Todos queremos probar por última vez el ramen y el sushi servido en el barquito de madera. La gente se saca fotos, una cámara de televisión ronda en las afueras por otra entrevista y el señor Suzuki respira diciéndose calma, a la vez que se reparte entre la caja, dar instrucciones a los garzones y también llevar los platos a la mesa.

Kasumaza Suzuki

El panorama ha sido igual toda la semana. Desde que se anunció oficialmente su cierre, una cola interminable se instaló a la hora de almuerzo y pasadas las siete de la tarde para participar de este “momento histórico” gastronómico.

Puertas adentro, el señor Suzuki y su equipo -que trata como su segunda familia- se prepara para el banquete final como si estuviéramos en la noche de Año Nuevo. “Ya vamos, vamos, faltan dos minutos” lo escuchamos decir antes de abrir por última vez las puertas a público, repasando el orden de las mesas y mandando a buscar el panko que se acabó en la cocina.

Sentadas a la mesa, la instrucción del garzón es una sola: hacer el pedido de una vez para permitir que más gente disfrute de este día. Nuestra comanda es combinación de tres sushi -california, palta, salmón- un ramen -ese delicioso caldo que se cocina por más de seis horas- sashimi mixto y dos cervezas asahi recomendadas por nuestro anfitrión.

No está muy claro cuál será el destino del local. El señor Susuki me dice que está vendiendo el derecho a llave y puede que su sucesor siga ofreciendo sushi e incluso mantenga la marca Kintaro que alude al «niño de oro», un personaje legendario del folclor japonés amante de los animales y que de adulto se convierte en discípulo de samurai.

Amor por sus clientes

“Ya cumplí mi tarea, solamente nostalgia sería no por atender nuestro local, sino por los clientes”, me cuenta sobre lo que siente estos días.

El señor Miyagui, como le decimos la generación de Karate Kid, llegó a Chile hace 29 años cuando tenía 37. Ingeniero eléctrico de profesión (en un accidente perdió tres dedos de su mano), pasó unas temporadas mochileando por India, Sri Lanka, Pakistán, Nepal, Tailandia, Marruecos y luego Europa. Aprendió español y se vino a viajar a latinoamérica donde conoció a la que sería su futura esposa, una chilena con quien tuvo un hijo y que lo traería por estas latitudes.

“No sabía casi nada de Chile, sólo que era un país muy largo, un país de cobre y de golpe de Estado, esa cosa nada más. Llegué a Santiago en 1988 justo en año de plebiscito”, recuerda. La razón para escoger nuestro país fue su hijo, querían darle una vida rodeada de muchos amigos “cada año vuelvo a Japón como turista pero no volvería para trasladar la base de vida allá. Japón es un país muy agitado para vivir, con competencia, mucha depresión, materialismo”. Le rebato que acá también somos materialistas, pero me responde “menos, no tanto como los japoneses, acá es un poquito más tranquilo”. Además que disfruta de una familia muy unida, en donde si uno tiene problemas, le ayuda al otro.

Cuando le pregunto por qué un restaurante y no otro negocio, afirma que fue más bien una oportunidad que una decisión. Sólo tenía claro que  que quería tener su propia empresa “donde yo mismo podría probar mi empredimiento y capacidad”, por lo que se unió al chef Yokoyama con quien partió ofreciendo comida japonesa tradicional en una época en que veníamos saliendo del toque de queda y el comer fuera de la casa era toda una novedad.

En esos años, el barrio era otro. “Habían tiendas de antiguedades, una casona en la esquina (donde está el metro), algunas cantinas y un cabaret acá al frente” por calle Monjitas. El señor Susuki fue testigo del cambio del sector, ahora inundado de turistas, y también de la tendencia gastronómica que en el ámbito del sushi lo convirtió en uno de los pioneros y un referente para el resto del circuito.

Al Kintaro vinieron políticos, cantantes, actores, “mucha gente que no me acuerdo” sonríe agradecido sobre todos quienes disfrutaron sus preparaciones.

corazonmini  ¿Cuál es su plato favorito de la carta?
El ramen de carne con fideos, me gustan las verduras que trae y además puedo servirme rápido incluso varias veces servirme parado en la cocina.

corazonmini  ¿Y en su casa qué cocina?
Tempura, sukiyaki y sashimi. Sushi no porque a mi señora no le gusta, ella tiene prejuicio de pescado crudo.

corazonmini  ¿De la cocina chilena algo que le guste más?
Los caldos, la cazuela y el caldillo de congrio.

corazonmini  ¿Y ahora, cuáles son sus sentimientos por cerrar?
Me siento triste, me da pena dejar tanto cliente en la calle, pero por otro lado me siento orgulloso de salir que significa que ya cumplí mi tarea de ofrecer comida japonesa, sana tradicional, de difundir a la gente chilena. La comida japonesa no es solamente sushi, tempura y sakoyaki, hay otra variedad de cosas, pero ya no será mi tarea, será alguien que suceda este local que podría ofrecer otros nuevos platos, todavía no tenemos definido quien va a seguir, no se sabe.

corazonmini  ¿A qué se va a dedicar ahora?
Primero descansar y al mismo tiempo quiero estudiar autodidacta sobre nutrición, compré varios textos y libros sobre este tema. Sería mi hobby no pretendo hacer negocio ni taller, pero quiero estudiar ese tema, y viajar por Chile obvio. Hasta ahora conozco de Arica a Puerto Montt, Chiloé, Isla de Pascua y Laguna San Rafael pero todavía no conozco lugares turísticos famosos mundialmente, me falta San Pedro de Atacama, Torres del Paine y la Carretera Austral.

corazonmini  ¿Qué le diría a los comensales que quedamos sin Kintaro?
Muchas muchas muchas muchas gracias por todos estos años, y buena suerte.

Koichi Watanabe

Los últimos pedidos se tomaron con carta en la fila de la calle para ahorrar tiempo.

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