Cuatro veces al año la imponente lámpara de la Sala Principal del Municipal desciende de las alturas. Con sumo cuidado el equipo liderado por Mauricio Figueroa mueve las manivelas del mecanismo que sostiene la luminaria traída desde Europa en 1930.

Son más de 800 kilos de lágrimas y hojas de cristales de Baccarat original (1.500 para ser exactos) y 82 ampolletas que hacen que este verdadero diamante brille en el centro del espacio.

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Crédito de foto: Patricio Melo / Teatro Municipal

“La primera vez que la vi fue impresionante. Quería saber todo, cómo se bajaba, dónde había que hacerlo. Cuando llegué a la cúpula fue increíble ver las roldanas antiguas que deben tener al menos 100 años de antigüedad” revela el Jefe de Mantención del teatro de calle Agustinas.

Un sistema de manivelas y una piola, debidamente asegurado, permite deslizar el cordón de acero del que cuelga la lámpara. Para bajarla se necesitan tres personas que deben turnarse para hacer girar las ruedas y una cuarta extra para devolverla al cielo. “Subir cuesta más, el movimiento con los brazos es más intenso” explica este decorador de interiores que lleva 25 años trabajando en el Municipal.

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Crédito de foto: Patricio Melo / Teatro Municipal

Unos 20 minutos demora la operación de descenso para una distancia de apenas 35 metros. La lámpara queda así a unos centímetros del suelo lista para el trabajo de matención que implica sopletear y sacudir los cristales y cambiar las ampolletas que hagan falta. Dada la forma de embudo de la luminaria, se coloca una escalera telescópica por los costados, detalla Mauricio, con “el muchacho más flaquito para que limpie la corona superior” (Flaquito para asegurar la operación).

Es un trabajo de relojería que dura entre dos y tres horas, tiempo bastante menor al acostumbrado hace unos años, cuando la estructura permanecía varios días en el piso. “En esa época armaba andamios alrededor de la lámpara, la limpiábamos profundamente, se desenganchaban las cadenas de cristales unidas con hilo de cobre y se sumergían en agua con limpia vidrios. La dejábamos mucho más brillante que ahora” señala el Jefe de Mantención.

La actual pauta del funcionamiento del Teatro Municipal es más rigurosa que hace una década atrás. Porque a las temporadas de ballet y ópera, se suman ahora conciertos y hasta grabaciones de spot publicitarios.

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Crédito de foto: Patricio Melo / Teatro Municipal

La mantención se puede hacer sólo cuando la sala principal está prácticamente vacía, sin orquesta, ni ensayos.
Sin embargo, el tiempo es compensado con la frecuencia. Antes se bajaba la lámpara dos veces al año, y ahora son cuatro. La primera en marzo, antes de partir la temporada, luego en julio, posteriormente antes de la gala presidencial del 18 de septiembre (esta es obligatoria) y la última en noviembre. En cada una se repite el rito de limpieza, que estos meses cobra mayor importancia dado el polvo que levantan las tareas de reconstrucción del lado trasero del teatro, que sufrió serios daños tras el incendio ocurrido en diciembre de 2013.

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Crédito de foto: Patricio Melo / Teatro Municipal

Afortunadamente la lámpara del Municipal ha permanecido prácticamente intacta en sus 85 años de historia. Sólo unos lágrimas y hojas de cristales son las piezas faltantes. Se ha salvado del fuego que ha afectado al teatro y también de los terremotos que han sorprendido a Santiago. El último, el del año 2010, la encontró justo en mantenimiento. “Se bajaron las dos lámparas de la Sala Arrau y la de la Sala Principal. El sábado después del terremoto vine a trabajar porque se estaba pintando el teatro y tenía que recibir las pinturas. Vi algunos muros quebrados de la Sala Arrau y cuando vino la réplica salí arrancando por el ruido de los cristales. Pensé que podía desprenderse el techo”, recuerda.

Pero más allá de imprevistos y algunas largas jornadas de trabajo, Mauricio ama lo que hace. Partió como operario en 1989 y hace 15 es el jefe de la unidad que también se encarga de la mantención de las otras lámparas, de los palcos, telón y butacas.

Habla del teatro como si fuera una parte suya. “Es un orgullo para mí. Me conozco conozco el lugar como la palma de mi mano”, dice. Incluido el espacio por encima de la cúpula y los ductos que extraen aire por los ojos de buey del cielo, junto a los laberintos ubicados debajo de las butacas por donde llega el aire de las calderas. Calderas que fueron a leña, petróleo y hoy a gas natural. Y que mantienen la sala en perfecto estado, sin necesidad de aire acondicionado.

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Crédito de foto: Patricio Melo / Teatro Municipal

“Somos un equipo súper importante, compuesto por ocho personas que mantienen las calderas, la parte eléctrica, de gasfitería y de tapicería” afirma.

Ahora su mayor preocupación es el avance tecnológico que obligará el cambio de las ampolletas. La industria dejó de fabricar las incandescentes, y sólo queda un stock limitado en el mercado. Situación que marcará una diferencia en las luminarias que usan dimer, incluida la de la sala principal, que baja o sube de intesidad suavemente a la hora de empezar y terminar los espectáculos. “Con las luces led este corte es abrupto. Le va a quitar atmósfera” remarca. Y habrá que aprovechar mientras. Todo sea por admirar esta belleza lumínica.

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Crédito de foto: Patricio Melo / Teatro Municipal

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Crédito de foto: Patricio Melo / Teatro Municipal

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