Hace una semana, a esta hora, volvía del Parque Quinta Normal. Traía conmigo una tira de boletos de una micro amarilla, un llavero de madera con el logo del Museo Taller, un libro de fotografías antiguas de Providencia, sellos postales del siglo pasado, una reproducción de una plana del Diario El Mercurio y un centenar de fotografías del Día del Patrimonio.

El último fin de semana, al igual que miles de personas de todo el país, salí a recorrer la ciudad sin ninguna expectativa y con la premisa de no gastar tiempo en una fila, sino que maximizar las horas lo más posible. El sábado partí en la Plaza del Corregidor, entré y salí de la Iglesia de Santo Domingo, pasé a saludar al monito de Donde golpea el monito y llegué a la Plaza de Armas. Los pies me llevaron al Correo Central. Aquí los protagonistas eran los coleccionistas de sellos postales. Tenías la oportunidad de escribir una carta y escoger hasta cinco estampillas como recuerdo. 

La Catedral Metropolitana había tenido más temprano un concierto con su órgano. Sin embargo, aún después, la gente se convertía en multitud admirando los cielos y los altares del templo. Luego, seguí el camino por Compañía hasta el ex Congreso Nacional y de ahí al Palacio de Tribunales y a la Plaza de la Constitución, donde una larga columna de personas esperaba su turno para entrar a La Moneda. En la plaza había música, carruajes antiguos, personajes de soldados y en la esquina, un organillero. La fila se repetía afuera de la Bolsa de Comercio y también del Palacio Subercaseaux, que impresionantemente partía en Agustinas y seguía por Mac-Iver dando la vuelta en Huérfanos.

El domingo pude dedicarlo por completo, y la caminata empezó en la Iglesia Santa Ana. Me asomé al Palacio de La Alhambra, pero como la fila era nuevamente extensa, continué al Palacio Pereira donde los visitantes estaban en talleres de paleontología. Aquí podías ver la exposición de geoglifos de Atacama, con una maqueta interactiva incluida.

El camino siguió al Palacio Larraín, que tenía una charla y un taller de pintura. Avanzaba la mañana, así que al salir de la casona vi un grupo de gente. Estaban en el frontis del Museo de la Guerra del Pacífico, el cual no conocía presencialmente. Un grupo de jóvenes representaba a los militares y relataban las proezas con especial patriotismo. Se respiraba felicidad y muchísimo interés por la historia. Esa alegría también la vi en Barrio Concha y Toro, donde en la Plaza de la Libertad de Prensa se podía escuchar a un cantante de ópera, recorrer una feria y entrar a una librería.

Ya en el Barrio Yungay, las bocinas de una micro amarilla se tomaban las calles. Micro llena, con pasajeros saludando como si estuvieran en un carnaval. En este sector, pude entrar a la Casona Compañía, al Museo de la Peluquería Francesa y a la Iglesia San Saturnino con sus hermosos cielos estrellados y abovedados. La última parada antes del Parque Quinta Normal fue el Museo Taller, que siempre sorprende. Demostraciones de cómo funciona una imprenta y la oportunidad de perforar un trozo de madera con un taladro mecánico.

Fue un disfrute sin planificación, en donde Santiago fue mi propia guía.

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