Entre la multitud. Una carpa llena y todos los admiradores y groupies de Paul Auster sentados con su libro en la mano. Diviso por ahí a Skármeta y Gumucio. Las cámaras en alza cuando el neoyorquino entra a cuadro. Era la celebración del Día del Libro y el doctorado de Arquitectura y Estudios Urbanos de la Universidad Católica nos sorprendía a todos con el que prometía ser una diálogo impensado: Paul Auster y el nobel John M. Coetzee sentados uno al lado del otro, para hablar de las palabras y la ciudad.

Al fin, después de 18 años de leer al autor de Triología de Nueva York y el Palacio de la Luna, estaba ahí, a escasos metros, para escuchar su voz y conocer más de su obra en vivo y en directo. Mi escritor favorito de todos los tiempos en la testera y en la audiencia, unos amigos y yo, entre cinco centenares que superaron con creces los escasos aparatos de audio para oír la traducción.

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El presentador introduce la historia epistolar entre ambos escritores, publicadas bajo el título Here and Now: Letters, 2008-2011. «Dijimos, queremos hacer algo juntos, pero no sabíamos qué. Así que simplemente nos pusimos a escribir cartas» parte diciendo Auster sobre la solución a la distancia. El residente de Brooklyn, Nueva York, desde 1974 y el sudafricano Coetzee, en Adelaida, Australia.

Leen. Auster más animado, Coetzee en voz baja. La audiencia concentrada en el inglés para no perder el hilo. Yo haciendo mi mejor esfuerzo escucho los relatos del destino, coincidencias, una anécdota con Charlton Heston, lo arbitrario de los significados de los números. Pasa una hora y ya. El presentador anuncia la firma de libros y el alboroto es ahora para hacer la fila.

Lamentamos que aparte de la lectura de extractos de la colección de cartas no hubiese más. Quería escuchar a Auster en una conversación y no sólo verlo leer. No dijo sílaba ni de su vida de escritor, ni sus deseos, pasiones ni nada.

Sólo un detalle personal se deja escapar cuando hace una pausa mientras firma libros. Se levanta silencioso y camina hasta su esposa, Siri Hustvedt, también escritora. Le habla para avisarle seguramente que le queda un buen rato. Se miran. El la besa. Ella deshecha en sonrisas.

Nos vamos y la fila continúa hasta afuera de la carpa. De ahí, lo que vino después, fue aún más impensado. Suena el celular y me avisan que hay una entrada gratis para ir a ver a Paul Mc Cartney. Una hora y media después de haber estado a metros de Auster, estoy escuchando, vitoreando y gritando por un ex Beatle. No termino de sorprenderme.

Esas son cosas que pasan en Santiago de Chile.

Del Cuaderno Rojo, Paul Auster (un libro de historias reales, coincidencias y azar)

En la misma línea, a pesar de abarcar un periodo de tiempo más corto (unos meses en lugar de veinte años), otro amigo, R., me habló de cierto libro inencontrable que había intentado localizar sin éxito, husmeando en librerías y catálogos en busca de una obra supuestamente excepcional que tenía muchas ganas de leer, y cómo, una tarde que paseaba por la ciudad, tomó un atajo a través de Grand Central Station, subió la escalera que lleva a Vanderbilt Avenue, y descubrió  una joven apoyada en la baranda de mármol con un libro en la mano: el mismo libro que el había estado intentando localizar tan desesperadamente.
Aunque no es alguien que normalmente hable con desconocidos, R. estaba tan sombrado por la coincidencia que no se puedo callar.
– Lo crea o no- le dijo a la joven, he buscado ese libro por todas partes.
– Es estupendo -respondió la joven-. Acabo de terminar de leerlo.
– Sabe dónde podría encontrar otro ejemplar? -preguntó R.-. No puedo decirle cuanto significaría para mí.
– Ese es suyo- respondió la mujer.
– Pero es suyo -dijo R.
– Era mío- dijo la mujer-, pero ya lo he terminado. He venido hoy para dárselo.

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