* Por Pamela Torrés Chomón *
Una vida de mi latido cardíaco al pulso de tu paisaje y mi gente, como una deriva continúa de afectos, rincones amados y rincones que no he amado tanto. A decir verdad, no te amo tanto, Santiago. No me llevo bien con el vertiginoso gris dos piezas que fluye en tumultos peatonales enajenados. Ni con tu pulso eléctrico sin fatiga, cada vez más eléctrico, fluorescente, incandescente, encandilante. Ni con tus rugidos viales. Ni con esa halitosis de media mañana generosa en tubo de escape.
Me duele amado valle del Mapocho ver cómo naufragan los árboles bajo los edificios, ver cómo las grandes explanadas y los espejos de agua ahogan tus rincones, ver cómo las estatuillas fálicas e insulsas desalojan nidos, trinos, vuelos… ver cómo se desviste frente a ti esa vitrina tan despampanante como tumefacta del strip center… ver cómo el tren de subsuelo desangra tus vertientes secretas que cantaban como última reserva de vida silenciosa en la ciudad. No me gusta, Santiago, cuando arruinan tu belleza natural.
Pero sí que me gusta amosantiago.cl, porque te da amor, energía, te rescata, te mira desde las alturas y reza arrodillada mirando tus nubes y atardeceres… Amo Santiago te cuida y te mima; va en busca de la rosa de los mares, la rosa que trae el recuerdo pretérito o aquel registro noble y vigoroso. Amo Santiago me permite no olvidar tu Vega pródiga en olores, colores y bocados, mantenerme cerca de tus verdores secretos, tus rincones de avistamiento, tus bancas mirando las estaciones del año, tus ciclistas que hacen otra ciudad, tus talabarteros, tus artesanos, tus músicos, tus poetas, tus tarotistas, tus sonrisas, tus temperaturas, tu humedad, tus aromas… La fritanga de la esquina, la flor y el aromo por allá, comino por los pasajes veganos por acá, olor a cera y cabellera ardiente por caracoles, aceite de vehículo por Diez de Julio, el olorcito a cuero y madera por Matta, el libro y la tinta por San Diego, el plástico y dulce aroma a «natur» quemado por fábricas de Vicuña Mackena, perderme entre los arbustos leñosos y fragantes de lavanda en la rotonda Atenas… Perfumerías, boticas, horneados, cabritas, maníes…. Cada uno con su barcito, su picada… con la geografía, los sonidos y perfumes que le pertenecen: su panadería, el zapatero, su parque (espero que tu sinfonía no sea una construcción vecina).
Amo, Santiago, tus laberintos con tesoros. Como encontrarme anteayer con un apetitoso cambucho de chocolates en Enrilo. O hace un mes cicleteando por el museo abierto de La Pincoya.
Amo, Santiago, mi comuna que no muere aún: no muere la peluquería de la Bety, no mueren los cacharros y semillas de don Jacobo pese a que el mall pisó su chacra y dejó como su casita de muñeca la Cruz Roja, antigua vecina. Sigue vivito y coleando “el Puca” (el parque botánico de Ñuñoa) con renovales de adolescentes malabaristas y racimos de niños y sus padres; siguen vivas las ferias libres, aunque más caras y con caseros más silenciosos, pero con fruta fresca. Amo tus bibliotecas, Santiago, esas que me prestaban diccionario y revistas. Amo, Santiago, esos actos burgueses de rebeldía como los letreros de “esta casa no se vende”, por ejemplo. Amo, Santiago, que por tus arterias aparezcan identidades como “el barrio italia”, tan vintage como snob, pero tranquilo y bello, sin discotecas estridentes. Amo, Santiago, tu Recoleta femenina, puta y santa, difunta, demente y vital. Amo tu manhattizado El Golf inmáculo, cuico, perfecto para un vitrineo, para un café de día de semana. Amo tu providencial Providencia presta para resolver cualquier trámite. Amo Puente y Rosas y sus datos. Amo Estación Central y sus baratijas y novedades. Amo, Santiago, tus lunas, tus atardeceres contaminados, anaranjados, impresionistas. Amo, Santiago, tu Arrayán de cuento, tu “Peña” piola. Amo esos pasajes de La Reina en extinción que conectan con el cordón montañoso… ¡Cómo no amar tus cerros!
Pero debo reconocer que quisiera abandonarte. A veces busco la cordillera para verte de lejos, valle del Mapocho, sí, desde las alturas, pero no puedo dejarte aún amado Santiago… ¿cómo podré dejarte mientras haya rincones desconocidos por recorrer?