“Me encanta, yo sueño tejiendo” dice con una sonrisa apacible Clara Sepúlveda Guzmán, quien lleva 60 de sus 69 años entrelazando hebras de crin para dar forma a flores y todo un zoológico multicolor.

No importa si hace frío o calor. De lunes a viernes la podemos ver instalada en la esquina de Bandera con Catedral y cada sábado en el Paseo Huérfanos, entre Estado y Ahumada. Ahí está con sus flores, mariposas, matapiojos, ratoncitos, brujas y muñecas. Por cada venta que hace da gracias y se persigna. Es su rito para mantener la abundancia. “Voy vendiendo, voy reponiendo” asegura, mientras teje unos círculos que serán la base de un collar.

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Hace 12 años vende sus creaciones en la calle, en un Santiago que disfruta. “No me acostumbro a estar en la casa, desde que me vine del sur me encantó y me quedé para siempre, no quise volver a mi pueblo. Empecé a trabajar y no he parado de tejer” detalla sobre el trabajo que la mantiene ocupada 10 horas al día.

Clara es de Rari y aprendió el arte del crin ”en las Termas de Panimávida cuando tenía 9 años. Allí teníamos un kiosko con mi abuelita, ella me enseñó a tejer, después mi mamá y ahora yo les enseñé a mis sobrinas y a mi nieta. Todos somos artesanos”.

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En todos estos años ha dado clases a “señoras y señoritas”, ha tejido con raíces de álamos (que era la técnica antigua), una vez expuso sus trabajos en Concepción y también fue la protagonista de un cuento ganador de Santiago en 100 palabras. “La desordenada”, el relato de Nathalie Moreno que se quedó con el primer lugar de la versión 2009 del concurso de cuentos breves.

“Me dijeron que está la gigantografía con el cuento en el metro del Parque O’Higgins pero aún no voy a verlo. Sólo lamento que la niña que lo escribió nunca se acercara después de ganar” señala.

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Para trabajar, compra la cola del caballo que llevan al matadero… y la tiñe con anilina. A la hora de tejer, imagina primero la combinación de colores, buscando que su trabajo siempre quede “vistoso, bonito y fino”.

Lo que más le cuesta son los collares, los lagartos, los ratones y los matapiojos porque toman más tiempo. Sin embargo, puede llegar a hacer 10 mariposas en un día. Figuras que compran niñas y estudiantes, que vienen especialmente a comprar de otras comunas.

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Para quien nunca teje, es para ella misma. “En mi casa no tengo nada de crin, porque tengo unos gatos regalones que todo me lo rompen” cuenta, al tiempo que agradece la vida que tiene.

Su oficio le ha permitido criar a sus dos hijos. “No tengo ni marido ni pareja, mi vida ha sido mi trabajo, mis hijos y ahora mis nietos, que son mi adoración”. De hecho, la que tiene 9 años, la misma edad en que ella comenzó a tejer, ya puede hacer “aros muy finos, muy bonitos”.

Su nuera vende artesanía en crin en los barrios Lastarria y Bellas Artes, pero doña Clara es la única en todo el centro.

Para ella cada día es igual. Toma su carrito desde su casa en Quinta Normal, cargada con sus figuras y su crin coloreado. Y al llegar a su calle, se instala y pasa todo el día tejiendo. Sólo necesita de sus manos y nada más.

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