Todos los días del año, la cordillera y los cerros están ahí, aunque se nos olvide entre el smog y el apuro de la ciudad. Están ahí desde antes de que se fundara Santiago. Fue parte del paisaje que vieron los asentamientos incas y los conquistadores Diego de Almagro y Pedro de Valdivia. Y nos han acompañado en nuestra alegrías y tristezas a lo largo de la historia.

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Pero colectivamente estamos más conscientes de nuestros cerros islas, Los Andes, la cordillera de la Costa y el cordón de Chacabuco, los días después de la lluvia, cuando Santiago se limpia y saca a relucir lo mejor de sí.

Entre nubes húmedas y blancas podemos apreciar las cumbres altas y bajas, las lomas verdes, los árboles a los lejos y las casas encaramadas en sus laderas. Reaparece maravillosamente estas muralla de rocas y tierra que nos abraza alrededor de toda la cuenca.

Salimos a buscar la panorámica más linda, y en el camino nos encontramos con otros amantes de Santiago, que iban con la misma misión. Esto fue lo que encontramos:

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