*Por Paulina A. Cabrera Cortés
La escultura Unidos en la Gloria y en la Muerte de Rebeca Matte ya está de regreso en el frontis del Museo Nacional de Bellas Artes, y de seguro uno de los cambios más notorios que podrán ver desde el sábado -una vez que se destape para la vista pública- será el color de su pátina y la imperceptible reparación del “pie fracturado” en febrero, cuando maquinaria pesada desmantelaba las estructuras de la Fórmula E.
Hace unos días tuvimos el privilegio de estar en el momento exacto en que la figura de bronce volvió a su pedestal, y podemos decir con certeza que se encuentra en el mejor estado en que su creadora pudiera soñar.
El proceso de restauración estuvo a cargo del Taller Montes Becker, dirigido por Luis Montes Becker padre y Luis Montes Rojas, escultores expertos en el tratamiento de piezas patrimoniales, con una extensa trayectoria en la restauración de monumentos entre los que se cuentan La Fuente Alemana y la escultura de Rubén Darío del Parque Forestal, el Monumento a Manuel Rodríguez de Parque Bustamante y el Monumento al Presidente Montt en Palacio Tribunales.
Según nos explicó Luis Montes hijo, la obra fue elaborada en Italia en 1930 con la técnica de la época, un sistema de soldadura al oxígeno que implica la unión de las partes de la escultura de manera superficial. De manera que cuando “se golpea la pieza, el pie se suelta completamente. El resto de la estructura tenía la misma fragilidad que tenía el pie, por lo tanto la indicación nuestra fue trabajar sobre la estructura de la obra y hacerlo en su totalidad, no solamente por el resguardo ante cualquier eventualidad futura sino también porque el golpe había causado fisuras visibles, se podía trizar”.
En julio la escultura de Rebeca Matte se trasladó al taller ubicado en la comuna de La Pintana y comenzaron los trabajos de restauración que se extendieron por tres meses con un costo que alcanzó los 43 millones de pesos. Proceso que contó con el seguimiento y apoyo de una comisión compuesta por representantes del Consejo de Monumentos Nacionales, el Centro Nacional de Conservación y Restauración, la Municipalidad de Santiago, el Servicio Nacional del Patrimonio y por supuesto del Museo.
Y es que para los restauradores este tipo de labores de recuperación tienen un valor patrimonial y cultural, y en este caso identitario con los habitantes y visitantes de la capital, por lo que toda acción fue sumamente pensado y colegiada en grupo.
La pátina del bronce que representa a Dédalo e Icaro no sólo tenía daños por el accidente, sino que también un deterioro avanzado por malas conservaciones, atentados vandálicos y detrimento a causa de la contaminación atmosférica. De esta forma, se hizo un diagnóstico y se tomaron muestras que fueron analizadas en laboratorio para determinar la aleación de bronce, se reforzó la estructura interna, y se restituyó el pie y una parte de las alas. Después de eso, se realizó una limpieza profunda, se aplicó la pátina y finalmente, se realizaron los trabajos de sellado y protección con barniz para restaurar la obra en bronce, así como su terminación con cera microcristalina.
En forma paralela se trabajó en la base de piedra: limpieza, unión de grietas, reintegración de piezas faltantes, fijación de la estructura y aplicación de agentes antigraffitis. “La verdad es que el trabajo sobre el pedestal nos dejó muy contentos”, nos comentó Luis mientras su padre y el resto del equipo del taller, lustraba y sacaba brillo a la escultura. Incluso entre los presentes, estaba ahí el mismo que tocó “pegar la patita”.
“Hemos hecho una cantidad de monumentos importante y la verdad es que para nosotros es relevante colaborar con la ciudadanía, trabajamos para museos e instituciones, pero las esculturas que tienen esta condición pública tienen un sabor un poco distinto, porque hacen que se comparta con una gran cantidad de gente y con el habitar en el día a día de la ciudad de Santiago. Esperemos que lo valoren y lo cuiden”, nos dice. Y así esperamos nosotros también. Más les vale.