*Por Mario Cavalla, socio de Santiago a Pata Turismo Cultural y ex vecino de la Población Juan Antonio Ríos / Fotos: Paulina Cabrera C.

Probablemente uno tendrá varios domicilios en la vida, pero ninguno más entrañable que el barrio de la infancia, el lugar donde se forjan las primeras amistades a fuego y donde el planeta de niño se circunscribe a un radio de unas pocas manzanas.


Yo nací y me crié en la Población Juan Antonio Ríos número 1, antes la comuna de Santiago, hoy la de Independencia. En mis primeros 29 años de vida tuve dos direcciones: la de niño en 2 Norte 880 y la de adulto en El Pino 881. Los característicos blocks de concreto tipo dúplex son un sello característico del barrio y de una arquitectura social modelo que implementaron los gobiernos radicales.

Sus gruesas paredes de doble ladrillo han soportado todos los sismos y terremotos posibles en los 70 años que son parte de la primera etapa de la “Río” (como se le conoce coloquialmente) a la que llegaron mis abuelos maternos en 1948. Una vida de barrio tranquila y simple, en que las dueñas de casa compartían el cordel para tender la ropa, donde mi abuela me encargaba con la vecina para hacer un trámite y donde en Año Nuevo uno iba de casa en casa repartiendo abrazos. Los niños compartíamos los juguetes y jugábamos en el patio sin las rejas que hoy afean y encarcelan los edificios. La felicidad misma era contar con algunas monedas para canjear en el Kiosco del Tío Mario (que aún existe y donde siempre había prendido un televisor blanco y negro IRT ofertando un partido de fútbol o una película de vaqueros) un azucarado cóctel de palomos, manjares en cuadros, chicles Dos en Uno y candies de plátano. El panorama del sábado era acompañar a la mamá a la feria de El Pino. Hasta hoy compro la fruta donde Huguito, mi casero favorito para conectar los recuerdos con estos tesoros humanos vivos de mi infancia.

Los hermanos Jorge y Benjamín Barrera heredaron de su padre Plácido, el local de la esquina de El Pino con Baldomero Flores. Partió como una carnicería y hoy es un mini supermercado.

Las primeras membresías fueron los clubes de fútbol. El Torino y el Trébol Real fueron los primeros arrestos con zapatos de fútbol en canchas de tierra. Después de todo la “Río” deber ser la mayor cantera del fútbol chileno con el gran Chamaco Valdés a la cabeza de todos, un crack que nunca dejó el barrio y al que, ya retirado le comprábamos el pan en la amasandería que el mismo atendía. Un gran mural y una plaza lo honran para siempre.

Cada cierto tiempo vuelvo al barrio por nostalgia, porque me queda gente conocida y porque mi identidad se nutre de caminar por las viejas calles de esos años cariñosos, sencillos e inolvidables. Y sí, porque pase lo que pase fui y siempre seré un orgulloso hijo de la “Río”.

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