*Por José Miguel Salgado – Ilustraciones del artista Richard Stabbert (rstabbert.com)
Hace algunos años estaba recién saliendo con mi pololo, creo que no llevábamos más de tres meses de habernos conocido y todo iba marchando bien. Ambos dábamos muestras de interés y nos pasábamos de salidas a comer a caminatas por la ciudad, y largas, muy largas, conversaciones por teléfono.
Una noche salimos de una de las últimas funciones del cine. El Paseo Huérfanos estaba completamente vacío y las luces se reflejaban en el piso que estaba mojado después de la lluvia. Caminamos lentamente conversando sobre la película, dándonos miradas cómplices que hacían pasar la discusión a un segundo plano. Cerca de la medianoche llegamos a Morandé con la Alameda cuando poco a poco él se acercó y tomó mi mano. Fue un gesto romántico que podría haber sido lo mejor de la cita, pero que sin embargo para mí quebró la atmósfera en cuestión de segundos. De pronto, mi postura se puso rígida, mi vista se fijo al frente e hizo un escaneo buscando a cualquier persona que pudiera estar mirando y sus reacciones. No solté su mano, ya que siempre he querido ser más resuelto de lo que realmente soy, pero él sintió mi incomodidad y el romance desapareció. Yo ya no podía ignorar a los colectiveros, carabineros y vendedores ambulantes que estaban cerca de nosotros. Pará él, un momento bastante desilusionante, no solamente porque su gesto no fue bien recibido, sino porque lo obligué a censurar un acto que probablemente también le requería bastante coraje.
Con el tiempo he logrado controlar esas reacciones; hoy caminamos de la mano cada vez que queremos sin importar qué miradas podamos recibir. Aún así, este pequeño acto requiere de nuestra valentía, y querámoslo o no, es un gesto político que realizamos cada vez que caminamos por la ciudad.
Sí, afortunadamente nuestra sociedad está cambiando y hoy tenemos más espacios que antes. Comparado con algunos años atrás, gestos como andar de la mano, arriesgan mucho menos, pero aún así la violencia es enfrentada por nuestra comunidad de forma diaria, en su mayoría en espacios marginados y por los más vulnerables. Algunos de mis amigos han sido golpeados, amenazados e insultados por mostrarse tal como son, además de enfrentar pequeñas discriminaciones que son silenciadas de forma cotidiana.
Quienes viven su identidad sin pedirle permiso a nadie tienen mi completa admiración, y siempre trato de seguir su ejemplo, pero lamentablemente esta actitud no es gratuita, con costos que se elevan considerando el sector de la ciudad donde vives, tu edad, tu género, tu sexo, etc. Depende de cada uno ver cuánto exige, cuánto arriesga y cuánto está dispuesto a enfrentar por conquistar los espacios que aún no tenemos ganados, ya que es difícil balancear los miedos al prejuicio social, los peligros y el sentido de derecho que tenemos a un lugar en la ciudad.
Mientras unos se dan besos arriba de la micro, otros mantienen sus afectos escondidos, pero al final, independiente de su carácter, lo cierto es que la comunidad LGBTIQ vive los espacios de una forma diferente, habita zonas desconocidas para la mayoría, muchas veces despreciadas, barridas bajo la alfombra, y que sin embargo nos acogen y representan nuestro hogar. Desde hoy este espacio estará dedicado a esa ciudad, a descubrirla, explorarla y a celebrarla.