Tanto el tradicional Palacio Schneider como su vecina, la ex casona del Comité Olímpico, se han convertido refugio de okupas e indigentes tras los incendios y daños ocurridos desde octubre de 2019.

Reportaje y fotografías por Diego Escobedo 

Una buena forma de tomarle el pulso al intenso año que nos ha tocado vivir, con el estallido social y la pandemia, es darse una vuelta por lo que solía ser la sede central de la Universidad Pedro de Valdivia.

La universidad privada tenía como parte de sus sedes a dos tradicionales casonas de principios de siglo XX, de la época en que la aristocracia santiaguina vivía en el centro de la ciudad. Sin embargo, desde el 18 de octubre de 2019, la contingencia se ensañó con ambos inmuebles.

El primero era el Palacio Schneider (1915) que funcionaba como casa central de la universidad, el cual fue víctima no de uno, sino de tres incendios distintos que destruyeron su característica torre, y redujeron sus tres pisos -casi completamente- a ruinas. Subsiste aún la fachada y los pilares de la entrada, y un grabado donde se aprecia al dios griego Prometeo cargando una antorcha de fuego. La desolación de este señorial recinto se convirtió en una de las grandes postales del patrimonio damnificado producto de la violencia desatada durante el estallido social.

 

Al lado del Palacio Schneider, hacia el norte, aún persiste un edificio moderno, construido por la casa de estudios. Allí, en el tercer piso, vive una pareja de indigentes, Alejandro y Paola. Alejandro trabajaba como maestro sanguchero en Puente Alto, pero producto de la pandemia se quedó sin empleo a fines de marzo, y al poco tiempo, sin casa. Hace cuatro meses que llegó aquí a vivir con su pareja. “Me he dedicado a higienizar las micros con alcohol gel. Pido propina a cambio de eso, pero está difícil la cosa. Ya nos advirtieron que nos tendremos que ir de aquí en algún minuto”, cuenta Alejandro.

Hasta entonces, la pareja subsiste con un colchón instalado en una de las salas del recinto abandonado, donde también poseen un televisor y una parrilla eléctrica.

Inmediatamente hacia el norte, está la ex casona que ocupó el Comité Olímpico de Chile (COCH) entre 1977 y 2008 y que luego también fue vendida la U. Pedro de Valdivia. En mucho mejor estado que su vecino, la construcción ha pasado por leves incendios, pero mantiene intacta su infraestructura. Entre sus nuevos huéspedes, se cuenta Luis, un venezolano veinteañero, quien llegó a Chile hace un año, y que hace seis meses que vive en el inmueble. “Tengo hermanos que también están en Chile, pero no los quiero molestar. Ellos tienen sus señoras, su familia, y ya tienen sus propios problemas”, cuenta Luis.

En su país, Luis se desempeñaba como músico, y por estos días trabaja como vendedor ambulante en la calle, vendiendo distintos tipos de chucherías. En su labor lo acompaña su polola –chilena-, quien está embaraza desde hace dos meses, y con quien vive en el tercer piso de la casona. “Es una mujer aguerrida, me acompañó hasta aquí, cuando ella podía quedarse con su familia en su casa. Ya vamos a tirar pa´ arriba, no quiero que nuestro hijo nazca aquí”, asegura el inmigrante.

Si bien el interior de la casona está lleno de graffitis, basura y agujeros en el piso, Luis asegura que, cuando recién llegó, la cosa era todavía más caótica. “Tú no lo reconocerías, no se podía caminar por aquí. Yo limpié y puse tablas en algunos agujeros para poder circular”.

Convertido en un auténtico cuidador, a Luis le ha tocado ahuyentar a drogadictos que vienen a retirar fierros de las rejas en las ventanas, o a causar nuevos incendios. Le ha tocado ver distintos tipos de personas que entran y salen todos los días de la casona, algunas se quedan uno o dos meses. Y también ha sido testigo de experiencias sobrenaturales: en el sótano de la casona, sector afectado por un incendio, afirma haber visto una aparición. “Yo soy católico, no creo en fantasmas ni ninguna de esa basura, pero te juro que vi aquí abajo a la ‘niña del Aro’. Según me dijeron unos marihuaneros, ellos también la habían visto, y es porque aquí antiguamente se hacía pacto con el diablo”, afirma Luis.

En total, son cerca de ocho personas las que viven en el conjunto de estos tres inmuebles. Se espera que la municipalidad de Providencia eventualmente demuela las ruinas de la casona Schneider. ¿Y la casona del COCH? Su destino aún es incierto.

 

 

 

 

 

 

X